Hasta noviembre

Diecisiete. Un favor muy personal.

Noches en vela y el dolor persistente en el pecho.

No he podido pegar ojo esta noche. Puesto que Laila y Max se posicionaron en mi contra y decidieron que no dormiría más con ellos para no acostumbrarme, ayer fue más de lo mismo.

Ahora son las ocho de la tarde. Llevo tres noches enteras sin dormir ni veinte minutos seguidos, tres días con un dolor de rodilla que empieza a ser un problema y veintiseis horas sin mirar el teléfono.

Intento mantener los ojos abiertos y puestos en la televisión que está colgada de la pared de mi habitación, pero me es imposible. Se me cierran solos, durante lo que parecen segundos, pero resultan ser minutos.

Lo sé por qué cada vez que me ocurre, vuelvo a abrirlos presa del pánico, con la respiración agolpada en el pecho y las lágrimas saltadas.

Y sin nadie a mi lado que me haga sentir que no estoy desprotegida.

Eso es lo que más me molesta y lo que permite que la sensación de miedo irracional persista.

Con dificultad, me pongo de pie. Salgo de mi habitación y llamo a la puerta de Laila, que está en el final del pasillo.

Una estridente música resuena dentro, así que llamo más fuerte.

Cuando abre, mi primera opción se rompe en pedazos. Está vestida para salir de fiesta.

—¿Qué quieres? —me pregunta. Parece tener prisa.

—Quería… —dudo. Me siento ridícula, pero el cansancio me sobrepasa—. Quería dormir contigo hoy.

Suelta un suspiro y me mira con expresión cansada.

—Maddy…

—Solo hoy —insisto—. Lo prometo.

—Eso dices siempre, y sabes que Max y yo ya hemos decidido que se ha acabado. Tienes que dormir sola. No es sano.

—Sigo teniendo pesadillas y si duermo sola me… me da miedo —murmuro—. No puedo dormir.

Su móvil empieza a sonar y se va a la cama a por él. Me quedo en el umbral, esperando por una respuesta.

Me siento como una cría de cinco años. Ojalá pudiera evitarlo, pero no está en mi mano.

—Aunque quisiera, he quedado —viene hacia mí de nuevo—. Y llegaré por la mañana, seguramente.

—¿Y no puedes…?

—Si le doy plantón a mi amiga me matará. Lo siento. Intenta dormir esta noche, ¿vale? Mañana te dejo que duermas aquí, de verdad.

Asiento y cierra la puerta cuando me giro.

Pero no me doy por vencida. Voy hasta la puerta de Max y llamo.

Él tarda menos en abrir, y cuando lo hace, consigue que me dé un bajón al cuerpo.

Lleva unos vaqueros y una camisa. Además, apesta a colonia. Lo que significa que no solo ha quedado para salir, si no que ha quedado con una chica y cuando llegue, necesitará la cama.

Pero por si me quedaba alguna duda, él me lo deja claro:

—Ayer te dijimos que no.

Suspiro. Empiezo a sentirme desesperada.

—Pero Max…

—No —insiste—. Necesitas aprender a gestionarlo tú sola.

—Eso no es justo. Sabes que no sé cómo hacerlo.

—Tú fuiste la que eligió no acudir a un psicólogo, así que mis consejos son lo único que puedo ofrecerte.

—O puedes ofrecerme dormir aquí contigo…

—He quedado, Maddy. He estado hasta arriba de exámenes y llevo meses sin tomarme una noche para mí. No me hagas sentir culpable por salir hoy, por favor.

Pretendo decir algo más, pero me retracto en el último momento.

—Sí, lo siento —murmuro.

Lo único que escucho es un suspiro por su parte antes de volver a entrar en mi habitación.

Dios, me cuesta hasta mantenerme en pie.

Me siento en la cama, maldiciendo tener que pasar otra horrible noche como las demás. Pero entonces, es como si una bombilla se iluminase sobre mi cabeza.

Busco mi móvil entre las sábanas. Lo encuentro a los pies de la cama y lo desbloqueo para entrar en su chat.

Tengo varios mensajes preguntándome por qué estoy desaparecida.

Si ya me sentía mal por el comentario de Max, ahora me siento un poco peor por no haber contestado en tanto tiempo.

No malgasto tiempo en escribir un mensaje, porque hasta las letras se me tambalean sobre el teclado. Solo pulso su número y me lo llevo al oído.

Creo que es una locura por no hablar de que es un poco inapropiado, y sin contar que llevo dos días sin dar señales de vida… pero llevo tanto despierta que cualquier idea parece buena.

No escucho más de tres toques cuando descuelga.

—¿Madeleine? —pregunta y suena confuso—. ¿Pasa algo? Llevo como dos días sin saber si estabas bien… sé que no debería, pero ya estaba por pasarme por tu casa para asegurarme de que…

—¿Podrías hacerme un favor?

—Eh… mientras que sea legal.

Qué sea él el que hable de legalidades precisamente es el eufemismo del siglo.

—Te va a sonar muy raro y a lo mejor no quieres…

—Al grano.

—Solo… no me preguntes por qué.

—¿Quieres decirlo de una vez?

—¿Me dejas dormir contigo esta noche?

Un silencio de unos segundos inunda el ambiente.

Entonces, se aclara la garganta y lo escucho de nuevo.

—Doy por hecho que no quieres dormir en tu casa porque ha ocurrido algo.

—Sí… bueno, no. Es complicado. Te he dicho que nada de preguntas.

No dice nada.

—¿Te importa si me quedo, entonces? —insisto—. Solo será por hoy, lo prometo.

—Sabes que no me importa. Puedes quedarte el tiempo que quieras.

Escuchar eso consigue relajarme muchísimo. Siento que el nudo del pecho se ha disipado en gran parte.

—Gracias —murmuro.

—¿Quieres que pase a por ti?

—Por favor.

—Salgo ya.

Como de costumbre, no se despide antes de colgar, pero es lo que menos me importa.

Recojo mi bolso y me miro de paso en el espejo.

Llevo una sudadera rosa, un pantalón de chandal gris y unas bambas. Tengo el peinado de la niña del exorcista y unas bolsas que no hay quita ojeras que lo arregle, pero no puede importarme menos.

Tal como estoy, voy abajo al salón a esperarlo. Los minutos se me hacen eternos, pero cuando llega el mensaje avisándome de que está frente a mi casa, pego un salto para ponerme de pie.




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