Hasta noviembre

Veinte. Lo nunca dicho en voz alta.

Nada ha salido de su boca después de pronunciar esas tres palabras. Solo me ha dedicado un leve asentimiento, y después ha parecido perderse en sus propios pensamientos.

Me intriga y quiero preguntarle en qué está pensando, pero descarto la idea. Odia que le pregunte ese tipo de cosas.

Entonces, de la nada, se pone de pie.

—¿Dónde vas?

—A la cocina.

Desaparece por el pasillo y automáticamente me pregunto si estará molesto por algo que he podido decir, pero no. Creo que lo único que pasa es que es su actitud.

Neithan es como si tuviera una batería social. Cuando se agota, necesita un rato para recargarse y volver a ser el de siempre. No le doy mucha importancia.

Me pongo de pie también y camino tras él. Está haciendo algo en la encimera.

No dudo en asomarme. Sonrío al ver que está cortando verduras en una pequeña tabla de madera. También tiene una sartén en el fuego.

Me apoyo en la encimera observando lo que hace.

—¿Por qué no me habías dicho antes que cocinas? Se te da muy bien.

—No me has preguntado.

—Bueno, tienes razón. ¿Desde cuando sabes?

—Desde siempre.

Vuelca la tabla con casi todos los diminutos trozos de verdura dentro de una pequeña batidora.

—¿Qué estás haciendo?

Me mira cansado y antes de que pueda preguntarle algo más, pulsa el botón de la batidora. El ruido impide que mi voz se escuche por encima.

Al darse cuenta, esboza una sonrisa complacida.

Entonces, la detiene.

—Eres…

Vuelve a encenderla. Vuelvo a mirarlo mal cuando vuelve a sonreír con satisfacción.

Segundos después, la para.

—¿Cómo es posible que prefiera escuchar el ruido de una batidora que a ti?

Me cruzo de brazos.

—Eres malo.

—Gracias por el cumplido.

Se centra en terminar lo que sea que esté haciendo y yo sigo cada uno de sus movimientos con la mirada, como una niña pequeña que ve algo por primera vez.

Un rato después, deja un plato sobre la encimera.

Solo uno.

—Neithan —murmuro. Ya sabe a lo que me refiero.

—No tengo hambre. No empieces.

—No pienso comer si tú no lo haces.

—Madeleine, deja ya de…

—Por favor —insisto.

Me mantiene la mirada, hasta que finalmente se da cuenta de que no daré mi brazo a torcer y acaba suspirando.

—Apenas queda comida y no voy a hacer más. Solo come y no insistas.

Paso de él y alcanzo otro plato del mueble. Aparto todas las patatas fritas que han sobrado, algunas verduras y también uno de los dos filetes de pollo con salsa que me ha hecho.

Que por cierto, huele increíble.

Se lo cedo, sonriente. Él enarca una ceja.

—¿En serio? —pregunta.

—Come y calla.

Por una vez, me hace caso. Vamos hasta la sala de estar y comemos sentados en el sofá, con el plato entre las piernas y la vista clavada en la televisión, viendo un programa cualquiera.

No puedo evitar girarme hacia él cuando casi he terminado.

—¿Se puede saber como cocinas tan bien? —pregunto—. En serio, es lo más rico que he comido en mi vida.

—Es algo que cualquiera puede hacer. Literalmente.

—Yo no puedo.

—Cualquiera que tenga dos gramos de inteligencia.

—Ignoraré el insulto solo porque te has molestado en hacer esto para mí.

—Es un puto filete con patatas fritas. Deja de exagerarlo todo.

Ya empieza con el mal humor. Mucho estaba tardando.

Pero no pienso contribuir a fastidiar el ambiente. Así que intento relajarlo.

—Podrías cocinar otros días. Así da gusto.

—Cocina tú, no te jode.

Paciencia.

—Pues podrías enseñarme y así yo también podría cocinar para ti —propongo, sonriente.

—¿Tengo pinta de dar clases particulares? Apúntate a MasterChef y déjame en paz.

Dejo el plato sobre la mesita que tengo delante y lo miro.

—Vale. ¿Vas a contarme qué te pasa?

—Ah, ¿qué me pasa algo?

—Estás enfadado por algo y no sé por qué.

—Yo siempre estoy enfadado.

—No es verdad —lo contradigo—. Antes no lo estabas. Y ayer menos.

—Que finja soportarte y que aguante tu compañía durante un par de días no significa que estuviera de buen humor. Y ya me estoy arrepintiendo de eso último.

Me giro hacia la televisión al instante en que noto una punzada en el pecho.

—Si lo que intentabas era ser cruel, enhorabuena —murmuro—. Acabas de conseguirlo.

Sé que no siempre dice ese tipo de cosas en serio. Es decir… él es demasiado callado. Yo hablo demasiado, soy consciente. No hacemos una muy buena combinación en ese aspecto y sé que odia cuando insisto sin parar, pero esta vez… ha sonado realmente convencido.

Puede que sí que le moleste. Que le moleste de verdad.

Escucho como deja el plato con brusquedad sobre la mesa. Lo oigo maldecir en voz baja, pero no me giro.

—Sabes que no pretendía decir eso.

—¿Lo sé?

—Joder, Madeleine. Ya sabes como soy.

—¿Y eso es excusa para que me trates mal?

Me atrevo a mirarlo cuando no dice nada. Parece… sorprendido.

Más molesto que sorprendido, a decir verdad.

—¿Crees que te trato mal?

Paso saliva. Su tono es frío y me mira como si estuviera decepcionado conmigo.

—A veces sí.

Ni siquiera sé si estoy siendo sincera o solo quiero desahogarme con él de alguna forma.

Él aparta la mirada. Aprieta los labios con fuerza y mueve la cabeza como si no se creyera lo que acabo de decir.

—Pues enhorabuena a ti también —masculla—. En estos tres meses no me has conocido una mierda.

Se pone de pie y no me da margen a responderle o a seguirlo cuando se encierra en el baño.

Creo que acabo de cagarla.

Decido dejarlo estar unos minutos, pensando que ha ido al baño porque necesitaba usarlo o simplemente para estar solo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.