Hasta noviembre

Veinticuatro. Desde el mismo punto de vista

Lo que se suponía que sería un pequeño descanso de la presión a la que estoy sometida en casa, se ha convertido en una especie de retiro y estoy en mi cuarto día.

Sí. Cuatro días sin pasar por casa.

Pero es que estar aquí es adictivo.

Me lo paso demasiado bien con Neithan. Además, desde que hablamos y nos sinceramos sobre cómo nos sentíamos, todo a fluido muchísimo mejor entre los dos. Hablar es lo mejor que podíamos haber hecho, porque ahora solo queda sentirnos un poco mejor y ser más considerado con el otro.

Supongo que la sinceridad y la comunicación es la base de cualquier amistad.

O de cualquier otro tipo de relación.

—¿Quieres ver otra o estás cansada?

Cabe mencionar que en estos cuatro días lo que más hemos hecho ha sido ver películas. No ha sido un mal plan. Es algo que a los dos nos gusta mucho.

—En realidad, no hace falta que me respondas —se incorpora un poco y casi me tira al hacerlo—. Solo con verte la cara sé que estás muerta de sueño.

—No es verdad —miento—. Podemos ver otra.

—Madeleine —advierte.

—No me apetece ir a dormir —me apego a él—. Estoy bien aquí.

Suelta un sonoro suspiro, dejándose caer de nuevo. Me encanta la forma en que me rodea con su brazo para estrecharme contra él. Últimamente lo hace siempre.

—No vas a aguantar otras dos horas de película —dice.

—Qué sí.

—Vas a quedarte dormida a los cinco minutos.

—Qué no.

—Y me tocará llevarte a la habitación a mí.

—Me quedaré despierta.

—Veamos cuanto duras.

Posiblemente poco, pero no quiero romper el ambiente.

Para poder quedarme aquí, tuve que hablar con Max sobre esto. Es el único que sabe que a veces me quedo con Neithan.

Cuando le dije que quería no pisar por allí durante un par de días, resumió todo en qué estaba loca y que volviera enseguida. Pero cuando le expliqué como me sentía, me entendió y me dijo que le parecía bien.

Aunque me dejó claro como veinte veces que no le hacía gracia no conocer a Neithan en persona para darle un par de advertencias. Yo ponía los ojos en blanco cada vez que repetía lo mismo.

Lo cierto es que Max se preocupa por mí, pero de forma racional. Además, sabe que todos los demás me agobian demasiado. Por eso ha accedido a cubrirme las espaldas y le ha puesto la excusa a mi madre de que he ido a una pequeña escapada con Amy y sus primos.

En cuanto a la convivencia con Neithan... es simplemente perfecta. Es limpio, fuma en la terraza casi siempre, me hace de comer todos los días a pesar de que insisto en que no se moleste y calma mis pesadillas. Siempre me habla hasta quedarme dormida después de tener una. Me cuenta cosas de su infancia o de sus gustos.

Quitando lo malo... es mi momento favorito del día.

Y el tema de la ropa y de las duchas... Bueno, fue un poco incómodo el primer día, pero pasó de la incomodidad a la diversión al instante cuando le dije que saldría a comprar algo de ropa con tal de no ir a casa, o no me dejarían marcharme.

Él insistió en pagármelo o al menos, venir conmigo.

Hasta que le dije que iba a comprar ropa interior.

En cuanto oyó esas dos palabras, retiró su idea de acompañarme y me dio unas llaves de su piso para mí. Me dijo que me largara de una vez.

Me encantaría saber qué significa cuando actúa así.

—Madeleine, eh —aparta mi pelo dejándolo a mi espalda—. Si es que lo sabía. Te estás quedando dormida.

Niego con la cabeza, acurrucándome contra él.

—Vamos a la habitación —insiste—. Allí estarás más cómoda. Venga.

Me incorporo un poco y me froto los ojos, cansada. Me pongo de pie y voy con él a la habitación. Yo me adelanto un poco en lo que él apaga la televisión y cierra la terraza.

Me distraigo viendo los libros que tiene en la estantería del dormitorio. Llega hasta el techo casi y no hay un solo recoveco vacío. Está llena de historias. Es el paraíso.

Sé que me dijo que no cotilleara, pero no lo hago, ¿no? Es decir, no estoy tocando nada. Aunque rompo esa regla cuando veo algo que llama mi atención de sobremanera.

No puede ser.

Lo saco de la estantería y vuelvo al salón, donde él está recogiendo un par de cosas de la mesa. Pero no me centro en eso, sino en el lugar donde está el libro que le traje. Sigue en el mismo sitio, en un mueble cerca de la televisión.

Está ahí.

Mi cerebro está a punto de explotar al ver mi libro ahí delante, y tener el mismo ejemplar en la mano.

—Mucho estabas tardando en cotillear mis cosas —escucho detrás de mí.

Me giro y levanto la mano en la que sostengo su libro.

—¿Por qué no me dijiste que ya lo habías leído?

—Porque no me lo preguntaste.

Odio esa respuesta.

—Podrías habérmelo dicho en lugar de fingir que lo habías leído. Ha estado feo, que lo sepas.

—¿Fingir? —repite, burlón—. ¿Yo desde cuándo finjo nada?

Espera a que mi mente sume dos y dos.

—¿Lo volviste a leer solo porque te lo traje?

—Premio.

Eso me descoloca. Él sigue con lo suyo como si nada.

—Pero... si ya lo habías leído... ¿por qué?

—Porque te imaginé en tu casa buscando un libro que pudiera llamar mi atención. Te tomaste un momento para pensar en mí y no quería joderlo diciéndote que ya lo había leído mil veces.

—¿Y lo leíste de nuevo solo por eso?

Se encoge de hombros. Sigue recogiendo.

—Tampoco es para tanto, solo me apeteció —dice, indiferente—. Además, es mi libro favorito.

Esbozo una sonrisa que contrasta con su expresión cuando se gira despacio.

—Deja que matice eso...

—¿He averiguado cuál es tu libro favorito? ¿Y sin pretenderlo?

—No, no quería decir que...

—Si es que soy increíble.

—Eh, tú —me señala con el mando de la televisión—. Que no se te suba. No me gusta la gente creída.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.