Hasta nuestro próximo beso

Capítulo 1.

Soy Marina, una joven de diecisiete años que reside junto a su hermano en la costa. Hugo es mi roca, la certeza en medio del caos, la única persona que sé que nunca me dejará sola ni me causará daño. Cuando era niña, lo veía tan alto que parecía capaz de alcanzar las nubes con la yema de sus dedos. Subía a sus pies y bailábamos durante horas, envueltos en risas y complicidad. A día de hoy, aún lo veo como un gigante, a pesar de que me saca casi dos cabezas. Y eso que yo mido con orgullo mi metro sesenta y ocho. Aun así, siempre encuentra la forma de apoyarse en mi hombro, consciente de que lo detesto, pero incapaz de resistirse a molestar a su hermana menor, a pesar de tener tres años más que yo.

En mi decimosexto cumpleaños, me planté frente a la puerta de su casa con una maleta en mano. Cuando él abrió ly me vio, su sorpresa fue mínima. Había mencionado varias veces que lo haría en cualquier momento, y creo que, en el fondo, sabía que no era un simple juego de palabras. Por eso, al verme, no hubo reproches ni asombro; solo un abrazo sincero y la mano extendida para tomar mi equipaje. Hugo no vivía solo; compartía el piso con uno de sus mejores amigos, Nacho. Ambos estaban inmersos en la universidad y trabajaban en un bar de copas para costear el alquiler y la comida.

Nacho irradiaba una sonrisa perenne, a pesar de su innegable arrogancia, era una de las mejores personas que había conocido. Era alto, aunque no tanto como mi hermano, y siempre lucía una piel bronceada por pasar gran parte de su tiempo libre en la playa surfeando. Pero lo que más destacaba de él no era su físico bien trabajado, sino sus ojos verdes en contraste con su cabello oscuro. Si no lo conociera desde siempre, podría haber caído rendida ante su encanto, como tantas otras chicas que se cruzaban en su camino.

Durante los primeros días de convivencia, mi hermano parecía más tenso que Nacho. Estaba empeñado en asegurarse de que me sintiera cómoda, y pasaron tres meses antes de que trajeran a alguna chica a casa. No entendía por qué. Eran jóvenes, atractivos, y yo era quien había irrumpido en sus vidas. Cuando mi hermano habló con Nacho sobre mi llegada, este se giró hacia mí y simplemente me preguntó qué quería cenar. Fue lo mejor que pudo hacer, porque no quería comenzar a responder a las inevitables preguntas sobre por qué estaba allí. Aunque, por supuesto, mi hermano solo me dio unas escasas 12 horas antes de plantearlas.

— ¿Qué ha pasado, Mar? —me preguntó, sentándose a mi lado.
— No puedo quedarme en casa. —respondí, bajando la mirada y comenzando a mover la pierna, un gesto que siempre hacía cuando me ponía nerviosa.
— Me provoca demasiada ansiedad. —Antes de que pudiera añadir algo más, me abrazó. Él sabía que las cosas en casa no estaban bien; por eso mismo, en cuanto pudo, se fue de allí. También sabía que yo no estaba bien, y estoy segura de que odiaba haberme dejado en esa situación. Pero tener su casa fue un salvavidas para mí. Podía escapar siempre que quisiera, y eso se lo debía a él.

Cuando Hugo empezó la universidad, aún no conocía a Nacho, así que tuvo que compartir piso con varias personas. Alquiló una habitación diminuta donde apenas cabía una cama y un escritorio. Incluso un año antes de mudarme definitivamente de casa, solía aparecer por la puerta de aquel piso y quedarme a dormir con él. Pero lo mejor ocurrió cuando Hugo conoció a Nacho. Fue un año después, en el mismo bar en el que ambos trabajan ahora. Hugo ya trabajaba allí los fines de semana, mientras Nacho estaba buscando empleo. Mi hermano siempre cuenta que al principio no le cayó bien, que lo veía como un engreído, especialmente cuando las chicas se le acercaban cada vez que le pedían una copa. Pero las largas noches de trabajo y la falta de dinero de ambos los unieron. Ninguno de los dos quería seguir gastando dinero en habitaciones que no valían la pena, así que, en cuanto ahorraron lo suficiente, decidieron mudarse juntos. Desde entonces, no se han separado, y seguramente lo que terminó por unirlos del todo fui yo, dado que a Nacho nunca le importaron mis visitas frecuentes al sofá de su casa.

Estaba disfrutando plenamente del último verano antes de adentrarme en la universidad. Pasaba incontables horas en la playa en compañía de mi mejor amiga, Valeria. Nos deleitábamos con el aroma del agua salada y la sensación reconfortante de la arena acariciando nuestros pies. A Val le encantaba proclamar a todos que éramos amigas desde antes de nacer. Su rostro se iluminaba cada vez que relataba cómo nuestras madres, siendo amigas, nos conocieron estando aún en sus vientres. Y la verdad es que nuestra amistad era única. Éramos como polos opuestos, tan diferentes como la luna y el sol, tanto física como mentalmente. Val era un poco más baja que yo y, a diferencia de mí, lucía un bronceado constante durante todo el año. Sus ojos, de un color miel encantador, y su cabello eran sus rasgos más distintivos. Desde que éramos unas niñas, no había vuelto a cortarse su larga melena. Cuando nos sumergíamos en la nostalgia y hojeábamos fotos de nuestra infancia, a veces me costaba reconocerla sin su característica cabellera. Para Val, graduarse del instituto había sido todo un logro. Era increíblemente inteligente, pero prefería dedicar más tiempo a vivir el momento que a preocuparse por el futuro. En cambio, yo tenía mi vida meticulosamente planeada. No podía concebir la idea de despertarme un día y descubrir que algo, por mínimo que fuera, había cambiado, alterando todos mis planes. Reconocía la importancia de vivir el presente plenamente, pues sabía que cada día era irrepetible, pero simplemente no sabía cómo hacerlo de otra manera.

Y allí estábamos.

— ¿Cómo lo conociste? – pregunté, acomodándome boca abajo en la toalla.
— ¿Recuerdas cuando me colé en la discoteca donde trabaja tu hermano? Bueno, cuando estaban a punto de cerrar, él me dijo que esperara y me llevaría a casa. Fue entonces cuando lo conocí. ¡Es un amigo de Hugo, tía! – dijo Val incorporándose y dándome un golpecito en la pierna. — ¿Cómo no lo conocía? Es tan guapo que me cuesta creer que estemos saliendo.



#749 en Joven Adulto

En el texto hay: celos, romance, suicidio

Editado: 22.03.2024

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