—Buenos días, señorita Collins —saludó la señora Duncan desde la puerta.
—Buenos días, señora.
Se acercó a paso lento hasta sentarse en uno de los divanes del salón. Cargaba con una pila de libros en sus brazos; parecía haber recuperado ya todas sus fuerzas tras su enfermedad. Hoy comenzábamos las lecciones de lectura y yo me encontraba dando paseos de un lado para otro intentando esconder mis nervios.
—¿Está preparada? Hoy descubriremos el maravilloso mundo de las letras. Creo que deberíamos empezar por lo más básico: las vocales —comentó, seria.
—De acuerdo.
Tomé asiento frente a ella y me tendió una hoja en blanco junto con una pluma para escribir. Era una pluma muy elegante bañada en oro, debía de costar una barbaridad. Comencé a admirarla mientras la movía entre mis dedos.
—Fue un regalo de mi difunto marido —soltó, observándome, con una sonrisa triste.
—Es muy bonita. —Le devolví la sonrisa.
La señora Duncan dejó los libros apartados a un lado para entrelazar sus manos y enfocarme. Tenía una mirada penetrante e intimidante que hizo que se me erizara el vello. Había adoptado la postura de una maestra profesional.
—Bien, señorita Ella. Sabe usted cuáles son las vocales, ¿cierto?
—Sí, señora.
—Voy a enseñarla a escribirlas en un papel. Permítame —me pidió.
Extendió su mano en mi dirección para que le pasara la hoja en blanco y se la entregué junto con la pluma. Empezó a garabatear símbolos en ella, los cuales imaginaba que eran las letras A E I O U. Primeramente las dibujó en grande y más abajo en pequeño.
—Mire, estas de aquí arriba son las vocales en mayúscula, se utilizan para abrir una frase y también para nombres propios, como su nombre o el mío. Las de más abajo son las minúsculas, que son las más frecuentes —me explicó—. Tome, intente calcarlas fijándose en el ejemplo.
Me extendió de nuevo la hoja y me maravillé con lo bonitos que parecían esos símbolos dibujados por la señora Duncan. Cada quien tenía una caligrafía diferente y la de la señora era envidiable. Suspiré para expulsar mis nervios y comencé con la primera, la A mayúscula.
—Muy bien, Ella. Lo está haciendo genial —me animó.
Terminé de escribir todas aquellas letras y, para mi desgracia, me dolía la mano; sería por la falta de costumbre. En ese momento veía increíble que alguien pudiera escribir cartas enteras sin cansarse.
—Terminé —dije, contenta y exhausta.
—Perfecto, déjeme ver. —Le ofrecí la hoja.
—Increíble, Ella. ¿Está segura de que no sabe escribir? Para ser su primera vez ha reproducido todas las líneas con gran exactitud. —Me sonrió.
—Soy de aprendizaje rápido —dije con orgullo.
—Me alegra escuchar eso —contestó—. Continuemos entonces. ¿Sabría decirme alguna palabra sencilla que comience con la letra A?
—Amor —contesté de inmediato, ruborizándome cuando la imagen del señor Duncan apareció por mi mente.
—Dígame también una palabra con la E, con la I y con el resto de vocales.
—Esperanza con la E; infinito con la I; olvido con la O; y unión con la U —solté de golpe. La señora Duncan me escrutó durante unos segundos que se me antojaron demasiado largos.
—Bien —resopló—, he escrito todas esas palabras que me acaba de decir. Por supuesto las letras las conoce, así que su único problema es que no sabe plasmarlas en papel. Las dejaré apuntadas para continuar el próximo día. Una vez que terminemos con las consonantes, podremos intentar unir letras para formar palabras. ¿Le parece bien?
—Conozco sus sonidos, pero desconozco cómo escribirlas —dije, avergonzada—. Continuaremos el próximo día, entonces. Muchas gracias por su tiempo, señora Duncan —agradecí con una sonrisa tímida.
—Es un placer poder ayudarla, Ella.
Llamaron a la puerta y Mary apareció en el salón. Venía secando sus manos en el delantal y con pasos rápidos en mi dirección.
—Señorita Ella, la señorita Evans la requiere en su habitación —comentó.
—¿La señorita Evans? ¿Le ha dicho qué desea? —pregunté, extrañada.
—No, solamente me dijo que quería hablar con usted.
—Está bien, muchas gracias, Mary. —Me giré hacia la señora Duncan—. Si me disculpa, iré a ver qué necesita la señorita Evans.
—Claro, Ella. —Agitó su mano restándole importancia—. Vaya junto a Grace. Recuerde que mañana continuaremos con las lecciones.
—Sí, señora. Gracias —contesté levantándome del diván.
Salí del salón, confundida. ¿Qué podría querer Grace de mí? Subí las escaleras y me aproximé a su habitación tomando aire antes de llamar con mis nudillos.
—¡Adelante! —exclamó Grace.
—Buenos días, señorita Evans. Me ha hecho llamar, ¿no es así?
—En efecto, pasa, Ella, por favor, y cierra detrás de ti.
Había sonado bastante agradable en comparación con las últimas veces que se había dirigido a mí. Mi cabeza no entendía a qué se debía tal cambio de actitud. En verdad, no estaba segura de si quería escuchar lo que tenía para decirme.