Hasta que cese la tormenta

XI ALGO INNEGABLE

Sra. G. Harris

Essex

Towson, 10 de diciembre de 1849

 

Muy Sra. mía y amiga:

Me es de muy grata satisfaczión ponerme en contacto con Ud. mediante esta carta, dicho sea que se trata de la primera que escrivo en mi corta vida. Confieso aber terminado en una vellísima mansión donde hube de resguardarme por esta incesable tormenta que nos enbuelbe, pues, tal y como le dige en su día, es donde me trajo el viento. Con gusto podría contarle todo con lujos y detayes, pero lo reservaré para la visita que tengo pendiente a su adorado ogar. No me queda más que demostrarle mi afectuosa amistad con una temprana pero espezialísima felizitación que le deseo en estas Pascuas de Nabidad, y deseando de todo corazón que se les sean conzedidos todos sus deseos y hanelos por el Señor, así como una muy cumplida salud y felizidad.

Me despido de Ud. con los más distingidos sentimientos afectibos y rogando por que le llegen a Ud. estas palabras antes de las Pascuas.

 

Isabella Collins

 

Al fin me había decidido a sentarme a escribir a la señora Harris. Esperaba que pasara por alto mis numerosas faltas de ortografía, pues debía entender que me encontraba en pleno proceso de aprendizaje. Aunque mis avances eran rápidos, seguía siendo una principiante, pero me agradaba saber que ya era capaz de escribir párrafos y textos enteros.

Dejé la pluma a un lado y doblé la carta. Debía entregársela a Abraham para que la mandara lo antes posible, temía que por la tormenta no llegara a tiempo a destino. Sea como fuere, la señora Harris recibiría mis palabras con agrado y, tal vez, me devolvería una carta con su respuesta. Nunca había recibido correspondencia a mi nombre, sería un acontecimiento especial en mi vida que recordaría por siempre.

Me levanté del escritorio dispuesta a entregarle la carta al muchacho y, cuando fui a abrir la puerta, me encontré con Sophie a punto de llamar a la misma.

—Sophie, ¿en qué puedo ayudarte? —pregunté con amabilidad.

—Señorita Ella. Se le hace llamar al salón. Están todos allí reunidos, no sé de qué se trata la reunión, pero no parecen muy contentos —soltó sin apenas respirar—. Espero que no sea nada grave.

—Muchas gracias por subir a avisarme, Sophie. Seguro que no es nada, posiblemente quieran hablar del baile que tendrá lugar mañana. Estoy convencida de que terminará cancelándose por la tormenta.

—Eso espero, Ella, Grace parece estar fuera de sí.

—Sí, me lo imagino. No le hizo gracia que el señor Duncan me eligiera a mí como su acompañante.

Sophie esbozó una enorme sonrisa de oreja a oreja.

—De modo que la ha puesto usted en su lugar. Me alegra mucho escucharlo, esa arpía necesitaba que alguien la parase los pies —espetó, maravillada.

—Yo no hice nada, Sophie. —Me reí—. El señor fue quien me lo pidió.

—Cierto, pero usted aceptó, y eso es muy valiente por su parte.

Meneé mi cabeza con una sonrisa.

—¿Podrías hacerme un favor, Sophie?

—Claro, ¿qué necesita?

—Debo entregar esta carta a Abraham para que sea enviada lo antes posible. ¿Podrías dársela en mi lugar? —Le tendí la hoja de papel bañada en letras.

—Ay, señorita Ella, sabe usted bien cómo anda mi situación con ese chico. ¿No podría entregársela usted más tarde? No me hace ninguna gracia tener que ir a verle en estos momentos.

—¿Aún sigues enfadada con él? Pensé que se había disculpado contigo.

—¿Disculparse? El muy idiota vino a verme y se quedó de piedra frente a mí sin articular palabra. Intenté hacerle hablar, pero parecía haberle comido la lengua el gato.

—¡No me digas! —Me reí—. Debió de ponerse nervioso, pero la intención es lo que cuenta. No seas tan dura con él.

—No le perdonaré hasta que sea capaz de disculparse por dejarme plantada en nuestra primera cita. En mi opinión, han de ponerse unos límites con los hombres, si no estos hacen lo que les viene en gana con nosotras.

—También podrías allanarle el camino. Tal vez, si le llevas mi carta, podéis conversar; intenta no parecer demasiado imponente y estoy segura de que se abrirá y todo irá de maravilla. —Sonreí.

—Lo intentaré una vez más, pero que conste que lo hago por usted y su carta —me dijo, seria.

—Está bien. —Me reí—. Muchas gracias, Sophie. Ya me contarás las novedades que surjan.

—Oh, sí. Lo mismo digo. No quiero sonar entrometida, pero esa reunión me tiene en ascuas.

—Lo haré.

Le sonreí y pasé por su lado para bajar las escaleras y encaminarme al salón. No estaba tan nerviosa como debería estar, pues lo más seguro era que no fuera nada del otro mundo lo que estuviese aconteciendo entre esas cuatro paredes. La señorita Grace había estado evitándome estos días atrás, tal vez se hubiera cansado del asunto y hubiera decidido dejarlo estar.




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