No podía ser cierto, ¡cómo no me había dado cuenta antes! El señor Clifford me había traído nada más y nada menos que a la mansión de los Duncan. Otra vez. Me escondí tras el caballo para que no pudieran verme.
—¡Matt! ¡Qué alegría volver a verte! —contestó Luke—. Antes de nada, debo decirte que traigo compañía, espero que no sea ningún inconveniente.
—Claro que no, tus amigos son mis amigos —contestó Matthew.
—Perfecto, espera que os presento —dijo Luke—. Señorita, salga de su escondite, no sea tímida —me pidió.
¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía salir de aquella bochornosa situación? No alcanzaba a asimilar por qué el Señor había querido unir nuevamente mi camino al señor Duncan. ¿Es que, acaso, no había más casas en esta ciudad? Tomé aire y decidí enfrentarme a la cruda realidad.
—Esta es… —comenzó a decir el señor Clifford.
—No hace falta que nos presentes —comentó el señor Duncan al reparar en mí.
—¿Cómo…? —dijo Luke, muy confundido.
—No, ya nos conocemos —intervine yo—. Este es precisamente el lugar donde ya no soy bienvenida —añadí acercándome.
—No diga eso, Isabella —me dijo Matthew—. Es usted quien ha salido corriendo de aquí.
—Y es usted quien no ha intentado detenerme a pesar de todo —contesté con brusquedad.
—Ni siquiera me ha dado tiempo a reaccionar, ha cogido su maleta y ha salido corriendo. Debo reconocer que me tomó uno segundos entrar en razón, pero salí a buscarla y usted ya había desaparecido.
—A ver, a ver, ¿alguien puede explicarme que está pasando aquí? —intervino Luke.
El señor Duncan y yo nos miramos, retándonos, pero ninguno de los dos consiguió responder a Luke.
—¿Y bien? —insistió este.
—¡Luke! —exclamó la aguda voz de la señorita Evans.
Se acercó corriendo desde la puerta principal, frenando en seco al verme.
—¡Pero bueno! ¿Es que no te cansas de molestar? ¿Tú qué haces aquí? Deberías estar muy lejos de esta casa en estos momentos —me dijo con desagrado.
—La encontré tirada en la nieve a unas millas, no podía dejarla allí —intervino Luke—. ¿Puede hacer alguien el favor de explicarme lo que sucede con la señorita Isabella?
—No puede decirse, desde luego, que Matt y tú no seáis amigos del alma —habló Grace—. Siempre se os dio bien eso de juntaros con malas compañías.
—¿Malas compañías? —preguntamos Luke y yo a la vez, aunque supuse que cada uno lo preguntó por diferentes motivos.
El señor Clifford y yo nos miramos pidiéndonos permiso para seguir hablando y me concedió la palabra.
—El collar de la señorita Evans desapareció hace unos días y, mágicamente, apareció en mi maleta esta misma mañana —le resumí.
—¿Mágicamente? No sé cómo no se te cae la cara de vergüenza, Isabella. Podrías simplemente admitir que intentabas robarme —me gritó Grace.
—No sé cuántas veces he de repetirle que yo no soy la clase de persona que usted cree que soy.
Por alguna razón me sentía más segura en presencia de Luke para expresar mi punto de vista; al fin y al cabo, había visto con mis propios ojos cómo trataba a Frank y, aunque yo no fuera su sirviente, se había preocupado por mi situación. Tenía la esperanza de que alguien me creyera, aunque se tratase de un completo desconocido. Necesitaba reafirmar mi inocencia fuese como fuese.
—Dejemos este asunto para más adelante, está comenzando a anochecer y deberíamos entrar en casa —intervino Matthew haciendo caso omiso a la discusión.
—¿Disculpa? —Grace se giró hacia Matthew—. Isabella ya se había marchado, ¿por qué motivo debería volver a pisar nuestro mismo suelo? —preguntó—. Mattie, yo no me siento segura con ella bajo el mismo techo.
—Tal vez hayamos juzgado demasiado rápido a la señorita Collins, Grace. No sabemos si se trata de una treta por parte de alguno de nosotros para inculparla injustamente.
Levanté la mirada hacia el señor Duncan. Volvía a ser mi salvador, el que siempre me defendía, aunque una parte de mí no estaba totalmente satisfecha. Había dudado de mí en un principio, ¿a qué se debía ese repentino cambio de opinión?
—Concuerdo, amigo —dijo Luke.
No me había equivocado con el señor Clifford. Apenas me conocía y, a pesar de haber escuchado que podría haber robado esas joyas, creía en mí.
—¡Pero si ya has podido comprobar que es una ladrona! ¿Qué más necesitas? —gritó Grace, fuera de sí.
—Solo he visto tus joyas en su maleta, el cómo llegaron hasta ahí es algo que debo averiguar —contestó Matthew—. Hasta entonces, Isabella seguirá viviendo en la mansión. Si finalmente resulta ser culpable, yo mismo la denunciaré ante las autoridades.
Aquello me hizo ponerme tensa a pesar de mi inocencia. ¿Cómo íbamos a encontrar al verdadero culpable? ¿Y si no lo encontrábamos? ¿Me inculparían de igual manera?
—Eres… —comenzó a decirle Grace—, ¡eres insoportable! —terminó diciendo mientras marchaba hacia la entrada.