Hasta que cese la tormenta

XIV EMILY

Me había levantado temprano aquella mañana y ya estaba preparada para mi visita a los establos con el señor Clifford. Me encontraba paseando por mi habitación, de un rincón a otro, a la espera de que llamara a mi puerta y comenzara un nuevo día. No se hizo de rogar, pues a las ocho en punto estábamos bajando por las escaleras.

—¿Cómo está, señorita Isabella? ¿Ha podido descansar tras el desafortunado suceso de ayer? —preguntó Luke abriéndome la puerta principal.

—Sí, señor Clifford —contesté tras calzarme las botas de Matthew—. ¿Qué hay de usted?

—Ha sido extraordinario poder descansar en una reconfortante cama tras haber pasado semanas en un barco.

—Desde luego que sí, señor Clifford.

—Oh, por favor, llámeme Luke. —Sonrió.

Salimos al gélido exterior y pusimos rumbo a los establos. El viento soplaba con fuerza revolviendo mi pelo y dificultándome la visión. Era asombroso cómo aquel temporal parecía haberse adueñado del pueblo, apenas recordaba cómo se veía el paisaje sin todo aquel manto de nieve.

—¿Cuánto tiempo lleva alojada en la mansión, Isabella?

—Voy camino de dos meses.

—¡Dos meses! —exclamó, sorprendido—. Disculpe mi atrevimiento, pero siento curiosidad, ¿cómo conoció a Matthew?

—De la misma manera que a usted. Ambos salvaron mi vida. El señor Duncan me recogió también de la nieve, aunque en peores condiciones de las que usted me encontró.

—¡Qué casualidad! —comentó zanjando la conversación y abriendo la puerta de los establos.

Entramos frotando nuestras manos por el frío tras sacudir nuestros abrigos de copos de nieve. Lucky y Tormenta campaban a sus anchas y no veía a Abraham por ninguna parte.

—¡Abraham! —grité buscándole por el lugar—. ¿Sigues durmiendo?

—Parece que aquí no hay nadie. —Luke se encogió de hombros.

—Qué extraño… Abraham casi nunca sale de aquí y mucho menos dejando a los caballos sueltos.

—Tal vez se haya acercado a por el desayuno —dijo Luke restándole importancia.

—Puede ser —contesté caminando marcha atrás debido a la cercanía de Tormenta.

—¿Tiene miedo, Isabella? —Se rio el señor Clifford acercándose a la yegua.

—Respeto, le tengo respeto a esta yegua. Seguimos conociéndonos y es ella quien decide cuándo podemos interactuar.

Luke comenzó a reírse a carcajada limpia.

—¿No ha escuchado nunca que los animales huelen el miedo? Eso es lo que le pasa a Tormenta, se siente superior a usted simplemente porque usted le tiene… respeto —enfatizó.

—¿Cómo me recomienda actuar, entonces?

—Póngase recta cuando la mira, sosténgale la mirada, pero sin parecer amenazante, y háblela con convicción —soltó observando la escena.

Le obedecí. Me erguí y me puse recta, la miré fijamente y la dije:

—Tormenta, atrás.

Para mi sorpresa, obedeció, a pesar de no haber sonado en absoluto convincente. Luke escondía una risita mientras Tormenta retrocedía.

—Es buena yegua pero también muy autoritaria —comentó el señor Clifford—. Luego está Lucky, que es todo lo contrario. Siempre fue mi favorito. —Lo acarició.

Tormenta relinchó al escuchar el comentario, indignada. Me reí.

—¿Me has echado de menos, amigo? —le preguntó al caballo.

Lucky se limitó a seguir ajeno a todo mientras comía heno del suelo.

—¿Hasta cuándo se quedará en la mansión, Luke? —Rodeé a los caballos.

—Había pensado en pasar un par de días aquí antes de volver a casa. ¿Por qué lo pregunta?

—Mera curiosidad. —Me encogí de hombros.

Tomé asiento en uno de los fajos de heno, tal y como hacía siempre que visitaba a Abraham.

—¿Puedo hacerle una pregunta, Isabella? —dijo de pronto.

—Claro, ¿de qué se trata?

—¿Qué es, exactamente, lo que se trae usted con Matthew? —preguntó sin apenas mirarme.

La pregunta me pilló desprevenida, no esperaba que un caballero fuera a interesarse por los amoríos de una señorita.

—No sé de qué me habla —contesté negando con mi cabeza.

—Oh, claro que lo sabe, Isabella —dijo entre risas—. Ambos se delatan con sus actitudes.

—¿Actitudes? —Enarqué una ceja.

—No importa. Puede que tan solo sean imaginaciones mías —contestó dando por terminada la conversación.

Me quedé con la intriga de saber qué era lo que tenía que decir sobre la posible relación que existía entre el señor Duncan y yo. Era curiosa por naturaleza y más si el tema me concernía a mí.

—No son imaginaciones suyas, Luke —hablé rindiéndome.

El señor Clifford volvió a girarse en mi dirección esbozando una amplia sonrisa de satisfacción. Sabía que se había salido con la suya. Una técnica infalible la de la ignorancia.




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