Hasta que cese la tormenta

XV DE TAL PALO, TAL ASTILLA

Toda la mansión se encontraba reunida en la cocina por la espantosa noticia de la desaparición de Abraham. Matthew, Luke y yo entramos corriendo por la puerta trasera, llenos de nieve, pero nada importaba la suciedad que causábamos a nuestro paso, pues todos estábamos concentrados en una sola cosa: cuál sería el paradero del muchacho.

Sophie descansaba, destrozada, sobre una de las sillas mientras su tía Mary y la señora Duncan intentaban reconfortarla, Grace observaba la escena ajena a la situación y Frank preparaba algo caliente para tomar durante la espera. Cada uno parecía tener su papel, el cual interpretaban con asombrosa perfección.

El señor Duncan se ofreció a quitarme el abrigo antes de que saliera corriendo hacia Sophie para darle todos mis ánimos; después de todo, yo había sido la primera en saber de su relación con el muchacho. Grace me dedicó una mirada de desaprobación y la señora Duncan dio un paso atrás ante mi presencia. Me sorprendió enormemente cuando Luke fue a sentarse al lado de Grace y agarró sus manos como si fuera la mayor afectada en el asunto.

Retiré mis ojos de aquella particular escena y me agaché para poder verle la cara a Sophie.

—Hola, Sophie. Ya estoy aquí, siento mucho haberme demorado en llegar.

Ella levantó la cabeza dejándome observar lo rojos que estaban sus ojos de tanto llorar. Lágrimas secas descansaban sobre sus mejillas, y sus labios hinchados resaltaban la tristeza de su rostro.

—Señorita Ella —dijo abrazándome.

Comenzó a sollozar sobre mi hombro y le devolví el abrazo mientras paseaba mi mano por su espalda. Mis ojos comenzaron a aguarse. En el poco tiempo que llevaba en la mansión, Sophie había conseguido ganarse mi corazón, era como la hermana pequeña que nunca tuve y me preocupaba por ella como tal.

—Ya está, todo estará bien, querida —dije intentando animarla.

Se separó de mí, sorbiendo por la nariz y retirando las lágrimas de sus mejillas, mientras asentía, ya un poco más calmada.

—Gracias —mencionó con verdadero agradecimiento.

—Sophie, ¿qué es lo último que sabes sobre Abraham? —habló Luke.

Seguía sosteniendo las manos de la señorita Evans bajo las suyas. Matthew apareció de nuevo en la cocina, ya habiendo dejado nuestros abrigos en el perchero del vestíbulo. En ese momento, y una vez que la mirada de Matthew se desvió a esas manos entrelazadas, Grace las retiró de manera brusca dejando a un Luke completamente aturdido.

—Lo vi por última vez ayer en la tarde, me dijo que vendría a verme al anochecer, pero no apareció —contestó Sophie—. Al principio pensé que se le habría olvidado o simplemente que no vendría, como otras tantas veces que decidió prometerme algo que no cumpliría; sin embargo, cuando fui en su búsqueda esta mañana a los establos con la intención de regañarlo, no estaba allí. Lo busqué por todas partes, pero no lo encontré.

—Abraham nunca abandona la mansión sin antes avisarme —intervino Matthew acercándose a nosotras.

—Por eso mismo acudí a usted, señor Duncan, debe de haberle sucedido algo —dijo Sophie echando a llorar.

—No te preocupes, Sophie, lo encontraremos —zanjó Matthew y miró a Luke—. Vayamos a buscarle, amigo, no debe de andar muy lejos —le pidió.

Luke asintió poniéndose en pie.

—Matthew, querido, se os echará la noche encima —dijo la señora Duncan, preocupada.

—No se preocupe, madre —contestó este ignorándola.

—Cuidaré de él, señora Duncan, puede estar tranquila —dijo Luke.

—No sé si eso me tranquiliza o me preocupa en mayor grado.

Luke echó a reír ante sus palabras.

—Isabella, quédese usted con Sophie. Volveremos lo antes posible —me dijo Matthew.

—Tengan cuidado. —Asentí con la cabeza.

El señor Duncan asintió también y me sonrió antes de darse la vuelta y dirigirse al vestíbulo con el señor Clifford.

—Me retiraré a mi habitación mientras tanto. —Se levantó Grace—. Señora Duncan, avíseme cuando tengan noticias, por favor.

—Descuide, querida, descanse —contestó la aludida.

La señora Duncan tomó asiento también en una de las sillas de la cocina y comenzó a conversar con Mary. Frank nos sirvió algo de beber y se retiró a la alacena.

—¿Te encuentras mejor, Sophie? —pregunté.

—Algo más tranquila por su presencia, señorita, aun así mi cabeza no deja de imaginar trágicos finales para la vida de Abraham. Ese muchacho va a acabar con mis nervios. ¿Dónde demonios se habrá metido? —contestó más para sí misma.

De pronto oímos ruido en el exterior y todas las allí presentes giramos la cabeza en dirección a la puerta. Esta no tardó en abrirse para dejar paso a un alegre Abraham. Sophie se levantó sin pensarlo dos veces y corrió hacia él.

—¡Abraham!

Lo abrazó sollozando y la expresión del muchacho reflejó confusión. Le devolvió el abrazo, aún confundido, y me miró en busca de explicaciones. Mary y la señora Duncan observaban la escena, impasibles.




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