Hasta que cese la tormenta

XVII HOY ES UN DÍA ESPECIAL

Navidad. La festividad en la que se conmemoraba el nacimiento de Jesucristo. La festividad en la que se reunían todas las familias y amigos para comer en la misma mesa y disfrutar de una bonita velada. Desde el fallecimiento de mi madre pensé que no iba a tener a ningún familiar o amigo con quien celebrar.

Lo cierto era que la tensión se notaba en el ambiente tras la última revelación del señor Clifford. Matthew apenas hacía acto de presencia en su despacho o en el comedor, prefería encerrarse en su cuarto a pensar quién sabe qué sobre Emily y su mejor amigo. Había retirado la palabra a su señora madre por haberle ocultado toda aquella información y ni hablar del señor Clifford, a él ni siquiera lo miraba.

Sophie, Mary y Frank se encontraban preparando la comida para tan estimado día mientras yo les admiraba por cada movimiento bien ejecutado. Mi madre me había enseñado a cocinar, pero mis conocimientos culinarios eran demasiado básicos en comparación.

—Me encanta esta época del año. Irradia tanta felicidad… —comentó Sophie, entusiasmada.

—A mí también me gusta —dije—. Espero que podamos pasar una buena velada todos juntos. —Sonreí.

—Bueno, en realidad nosotros no nos sentamos a la mesa con la familia —añadió Sophie señalándose a los tres.

—¿De verdad? ¿Ni siquiera en Navidad? —pregunté, sorprendida.

—Navidad o no, nosotros seguimos siendo sus sirvientes —intervino Mary apartando una cacerola del fuego.

—Eso es, pero usted podrá disfrutar de una maravillosa cena en compañía del señor Duncan —me dijo Sophie alzando las cejas para después bajarlas.

—No sé si el señor Duncan querrá cenar con su familia, su humor no es precisamente bueno en estos días —comenté encogiéndome de hombros.

Mary me miró apenada mientras limpiaba sus manos en el delantal y Frank salió por la puerta de la cocina al exterior sin mediar palabra. Sophie se giró ladeando su cabeza hacia mí.

—Cierto, ¿qué pasó en su última reunión? ¿Debemos preocuparnos? La última vez que el señor Duncan desapareció en su habitación, déjeme decirle que no fue nada agradable para nosotros —comentó.

—¿Te refieres a cuando falleció su padre? —pregunté.

—Así es. Su tristeza rebotaba contra todos los muros de esta mansión —dijo Sophie dándome la espalda—. En el fondo creo que le comprendo, no debió de ser nada fácil perder a su padre y a Emily al mismo tiempo.

—¡Sophie! —gritó Mary regañándola.

Sophie se tapó la boca, nerviosa, como si se le hubiera escapado el más grande de los secretos.

—No se preocupe, Mary, estoy al tanto de la historia.

—¿De verdad? —me preguntó Sophie, extrañada.

—¿Quién ha osado hablarle sobre Emily? —preguntó Mary alzando una ceja.

—El señor Clifford me contó la historia y el señor Duncan me la confirmó.

—Creo que empiezo a comprender la reciente actitud del señor Duncan —dijo Sophie, preocupada—. El señor Clifford no debería haber hablado sobre los fantasmas del pasado, imagino que ha debido de ser un golpe duro para el señor Duncan.

—No te lo imaginas —contesté.

—Le deseo suerte, entonces, esta noche. —Sonrió dándome ánimos.

—¿Tan terrible crees que será?

—Hay dos opciones: o el señor Duncan se queda encerrado en su cuarto y no hace acto de presencia, o la cena será un campo de batalla en el que cualquier soldado puede darse por muerto.

—No seas exagerada, Sophie —le reprendió su tía.

—Deje de poner el oído, tía, que le gusta a usted mucho escuchar conversaciones ajenas. —Se rio Sophie.

—¡Qué cruz cargo contigo! —exclamó Mary alejándose de nosotras.

—Hágame caso, Ella, esta noche se derramará sangre. —Se rio con malicia.

—Haz el favor de dejar de arruinarme el día ya con tanta palabrería. —Me reí con ella—. Iré a asearme, nos vemos después —me despedí.

Sophie me despidió con la mano, deseándome suerte, y me encaminé hacia las escaleras para subir a mi habitación. La mansión se encontraba en completo silencio, todos andaban arreglándose para la cena, y mis pasos hacían eco contra las paredes.

Pasé por delante de mi habitación y me quedé frente a la del señor Duncan. Levanté mi mano para tocar a la puerta, pero me arrepentí en el último segundo. Quería verle, quería saber cómo estaba, pero no encontraba las palabras adecuadas para tratar con su humor de perros. No me apetecía llevarme alguna mala contestación por su parte, fruto de la rabia contenida en su interior.

Me di media vuelta y entré en mi habitación. Saqué uno de mis vestidos limpios del armario y lo dejé sobre la cama. Cuando iba a entrar al baño, llamaron a mi puerta. ¿Quién podría ser? Mi corazón deseaba que fuera el señor Duncan con su brillante sonrisa en el rostro quien estuviera tras la puerta. Cuando abrí, un apuesto caballero esperaba impaciente, pero no era Matthew, sino Luke.

—¿Qué se le ofrece, señor Clifford? —pregunté repasando su atuendo de arriba abajo.




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