Hasta que cese la tormenta

XIX LA GUINDA DEL PASTEL

GRACE

Mi regalo de Navidad para la familia había llegado a tiempo, tal y como lo había planeado. Había sido una noche bastante interesante, pero debía darle un toque más dramático a la situación. No era nada justo que se hablase de una persona mientras esta no estaba presente, aunque eso era lo de menos. A mí lo que verdaderamente me importaba era quitar a Isabella de en medio, estaba durando demasiado en la mansión y, tal vez, Emily podría ser el detonante para su partida definitiva. En conclusión, la joven rubia que se encontraba en estos instantes a mi lado era lo comúnmente denominado: la guinda del pastel.

Así me lo demostraron los presentes. Sus semblantes me lo decían todo; estaban para enmarcarles en un cuadro. No sabría decir si era sorpresa o enfado lo que reflejaban, pero de algo estaba segura: tenía un verdadero don para hacer regalos. Por supuesto, no podían saber bajo ninguna circunstancia que había sido yo la causante de este revuelo. Al menos, no por ahora, primero debía ver cómo se desenvolvían los acontecimientos.

—¿Qué haces aquí, Emily? —preguntó Luke apretando su mandíbula y mirándola con enojo.

Emily le miró y esbozó una tierna sonrisa capaz de derretir toda la nieve acumulada de Towson.

—Lucky, ¡cuánto tiempo! Me alegra verte por aquí —contestó ella con tranquilidad dejando su equipaje sobre el suelo.

—A mí no —dijo Luke con desagrado.

Emily no cesó en su sonrisa y miró hacia Matthew cuyo enfado era todavía mayor que el de su amigo.

—Mattie, sigues igual que antaño. Es maravilloso volver a verte también —le dijo con dulzura.

Matthew, al contrario que Luke, no contestó. Se dedicó a observarla, fulminándola con la mirada, mientras resolvía los entresijos de su cabeza. Emily observó a la señora Duncan, entonces; se debatía entre saludarla o pasarla por alto.

—Felices Pascuas, señora Duncan. Un placer volver a encontrarnos —dijo al fin.

—No puedo decir lo mismo, querida —contestó la señora Duncan, muy seria—. Si me disculpáis, me retiraré a mi habitación; se me ha debido de cortar la digestión —añadió saliendo del comedor.

Me fijé en Isabella y noté lo tensa que estaba en su posición, sin duda había sido un duro golpe para ella. Cuando pensaba que tenía no a uno sino a dos hombres prestándola toda su atención, aparece aquella que los tuvo en primer lugar. Podía imaginar la impotencia que estaría sintiendo en estos instantes, cara a cara con su fiel rival.

—Y ¿tú eres? —le preguntó Emily con su característica actitud fría que mostraba cuando algo no le hacía gracia. Y, definitivamente, la presencia de Isabella no le hacía ninguna gracia al parecer.

—Isabella Collins, mucho gusto, señorita —contestó ella, tan educada como siempre, desde uno de los divanes.

—Un placer. —Sonrió con falsedad.

Emily dejó de mirar a Isabella para volver a mirar a los dos hombres a los que un día robó el corazón. Les había dejado sin habla, ninguno de ellos era capaz de pronunciar palabra y yo me regocijaba de felicidad.

—Emily, querida, seguro que llegas agotada. ¿Te parece si te acompaño a tu habitación? —pregunté intentando que el encuentro concluyera antes de que pudiese decir algo que me comprometiera.

—¿A su habitación? —preguntaron ambos hombres al unísono.

—Por supuesto, queridos, ha debido de ser una larga y fría caminata.

—No puede quedarse —espetó Matthew.

—¿Dónde han quedado tus modales, Mattie? —Emily me miró extrañada y la ignoré—. ¿Piensas abandonar a una señorita a su suerte en Navidad y con la tormenta que hay ahí fuera? —Señalé a una de las ventanas.

Matthew me dedicó una mirada de advertencia antes de relajar los hombros para decir:

—Muy bien, pero mañana mismo debe marcharse.

—Claro que sí —contesté haciendo oídos sordos—. Buenas noches, caballeros —me despedí tirando de Emily.

—Hasta mañana. —Les sonrió Emily por encima del hombro.

Subimos las escaleras y la guié hasta una de las habitaciones libres. A pesar de ser ya unos cuantos en la mansión, aún quedaban tres estancias vacías en las que alojarse. La de Emily quedaba justo enfrente de la de Luke, así lo había querido yo. Abrió la puerta y me invitó a pasar.

—¿Mattie? —me preguntó—. ¿Desde cuándo lo llamas así? —Parecía molesta.

—No me lo tengas en cuenta, querida, se me habrá escapado. —Cerré la puerta para evitar que se nos escuchara conversar.

—Eso espero, Grace, ambas sabemos que Matthew me eligió a mí. —Dejó el equipaje sobre la cama y se giró hacia mí para señalarme.

Emily y yo solíamos ser buenas amigas antes de la tragedia. Aunque, en verdad, todo se torció un poco antes. El día que me contó que se estaba viendo a escondidas con Luke, me alegré por ellos, y también por mí, porque así Matthew podría ser mío; pero, entonces, llegó otro día en el que me enteré de su relación con Matt. No podía creer el descaro de hacerse con dos hombres a la vez y, más aún, de hacerse con el hombre de mis sueños a pesar de conocer mis profundos sentimientos por él.




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