Hasta que cese la tormenta

XX NO ESTÁ EL HORNO PARA BOLLOS

No había pegado ojo en toda la noche. Emily había sido, sin duda, una gran sorpresa para todos y, aunque en su día sentí empatía por su situación, algo me decía que su inesperada llegada no auguraba nada bueno para mí. Así me lo había demostrado Matthew hacía unas horas, pues me había apartado de su lado como si de un perro se tratase cuando intenté animar su implacable humor por la presencia de cierta señorita en la mansión.

Apenas me apetecía levantarme de la cama, no me apetecía hacer frente a lo que me deparaba el día: Matthew con su desagradable actitud, Luke con su imperiosa molestia por el pasado y la señorita Emily rondando por cada esquina. No volvería a pecar de inocente, no estaba por la labor de querer conocer a Emily en profundidad; bastante tenía ya con la otra señorita rubia que se había empeñado en hacerme la vida imposible. Solo me quedaba esperar a que las órdenes del señor Duncan se ejecutasen y Emily volviera por donde había venido.

Decidí asearme para bajar a las cocinas y pasar el resto del día con Sophie y así evitar a toda costa cualquier acercamiento con cualquier otro miembro de la mansión. No estaba el horno para bollos y yo no quería andar deambulando mientras el caos se desataba. Esperaría a que la tormenta cesara; y no me refería a la tormenta de nieve que seguía acechándonos, sino a la que acontecía en el interior de la mansión, que parecía ser aún peor.

Abrí la puerta de mi habitación y me sorprendí al ver cómo Grace salía de puntillas de la habitación de Luke cerrando la puerta con sumo cuidado y evitando hacer cualquier ruido que pudiese delatar lo que quiera que estuviese haciendo ahí dentro tan temprano por la mañana. Me metí nuevamente en mi habitación, apresurada, antes de que pudiera verme y esperé a escuchar sus pisadas por las escaleras antes de volver a salir.

Me quedé mirando con el ceño fruncido en dirección a la habitación de Luke. Sabía que eran muy buenos amigos, pero ¿qué podría haber llevado a Grace a visitarle a esas horas? ¿Acaso había dormido ahí? No, no podía ser. Grace no era ninguna cualquiera y era imposible que pudiera querer mancillar su imagen de aquella manera. Dejé mis suposiciones a un lado y bajé hasta las cocinas.

—Buenos días a todos —saludé cuando entré.

—Buenos días, señorita —contestaron Mary y Frank mirándome antes de volver a sus quehaceres.

—Buenos días, señorita Ella —me saludó por último Sophie con expresión triste.

—¿A qué viene esa cara, Sophie? —pregunté, inquieta.

Ella meneó su cabeza intentando restarle importancia al asunto para después contestar:

—Acabo de enterarme de la inoportuna llegada de Emily a la mansión. ¿Está usted bien?

—¿Yo? —pregunté señalándome—, ¿por qué no habría de estarlo, Sophie?

La muchacha se acercó hasta mí para que su tía y Frank no pudieran oírnos.

—Entre usted y yo —nos señaló con una mano—, ambas sabemos que Emily va a ser como un grano en el culo en su relación con el señor Duncan.

Tuve que reírme ante sus palabras. Sophie era la persona más sincera y directa que jamás había conocido y sus expresiones eran de lo más oportunas en cada circunstancia.

—La señorita Emily abandonará la mansión en esta misma mañana por órdenes del señor de la casa, no es algo por lo que deba de preocuparme —contesté—. Además, si he de sentirme insegura cada vez que una nueva mujer entre en mi vida y en la de Matthew, no creo que mi supuesta relación pueda tener futuro alguno.

—Tiene usted toda la razón, señorita Ella. Hay que enfrentar los problemas con convicción y seguridad, seguiré su ejemplo —dijo, admirada.

Tampoco es que yo estuviese enfrentando ningún problema, pues me estaba escondiendo en la cocina precisamente para evitarlos.

—Me alegra poder servirte de guía, Sophie. —Me reí, avergonzada.

No podría ser jamás ninguna guía para ella en cuanto a resolución o enfrentamiento de conflictos, pues la palabra que verdaderamente me definía era: cobarde. No podía evitar esconderme de los problemas, no cuando siempre andaban salpicándome por un lado o por otro. Lo mejor era pasar desapercibida, algo en lo que, por desgracia, era nefasta.

—Y ¿a qué te refieres con que seguirás mi ejemplo? ¿Ha pasado algo con Abraham? —añadí cambiando el rumbo de mis pensamientos.

—No, venga conmigo —me dijo abriendo la puerta de la cocina que daba al exterior.

—Pero, Sophie, hace un frío de mil demonios, espera que coja...

—Señorita Ella, no tengo todo el día. Vayamos rápido hacia los establos y Abraham le prestará algo de abrigo —me interrumpió metiéndome prisa.

La seguí a regañadientes y corrimos por la nieve empapando nuestros zapatos. No sabía qué podría ser tan importante como para alejarnos de la mansión sin abrigarnos siquiera, pero la intriga me obligaba a no rechistar. Sophie podía ser de lo más misteriosa cuando se lo proponía y estaba deseando que soltase lo que tuviera que decirme.

Entramos a los establos tiritando de frío y Abraham nos recibió con cálidas mantas sobre nuestros hombros. Acto seguido, tomamos asiento en los fajos de heno y nos quedamos en silencio mirándonos los unos a los otros.




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