Hasta que cese la tormenta

XXVI ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

Golpeaba la puerta con todas mis fuerzas mientras dejaba un recorrido sobre la madera con la marca de mis uñas luchando por salir de allí. El fuego comenzaba a consumir la cómoda de la habitación y el humo se encontraba disperso por todo el ambiente haciendo que respirar fuera una tarea sumamente complicada.

Emily seguía sentada sobre la cama mirándome con perversidad y riendo con malicia. La imagen de aquella mujer rubia en esos momentos conseguiría aterrorizar hasta al más valiente caballero, parecía encontrarse fuera de sí, como si estuviera poseída por el mismísimo diablo.

Mis llamadas de auxilio no surtían efecto y el humo comenzaba a invadir mis pulmones. Tosía y tosía en busca de aire puro que respirar, sin ningún tipo de éxito. Me di la vuelta y me apoyé contra la puerta para pensar con claridad mientras repasaba cada objeto de la estancia.

—No piensas rendirte, ¿verdad? Te aferras con firmeza a la vida —comentó Emily que se había dejado caer sobre la cama y descansaba sus manos sobre su vientre.

Decidí no contestarla, no estaba en sus cabales y no sabía qué más sería capaz de hacer para salirse con la suya. Era la segunda vez que me enfrentaba a la muerte desde que llegué al nuevo mundo, pero nunca antes la había temido tanto como la temía ahora, ni siquiera cuando el hombre que se hacía llamar mi padre nos abandonó a mi madre y a mí a nuestra suerte; gracias al Señor que mi madre encontró una buena familia a la que servir tras aquello, si no quién sabe qué sería de mí a día de hoy.

Morir consumida por el fuego no entraba en mis planes, así que corrí hasta el cuarto de baño de donde cogí un paño y lo humedecí con las escasas gotas de agua que quedaban en la palangana de aseo de Emily; acto seguido me cubrí nariz y boca mientras buscaba cualquier utensilio que me pudiera ser útil para romper el picaporte de la puerta.

—Frío, frío —dijo Emily tosiendo.

Dirigí mi mirada en su dirección, se había vuelto a incorporar en la cama y seguía sonriendo diabólicamente, aun así pude notar cómo flaqueaba.

—Ayúdeme, Emily —tosí—, morirá usted también si no lo hace. —Volví a toser y me tapé de nuevo con el paño.

—No me importa morir, Isabella, si con ello te arrastro conmigo.

No había sonreído con esas últimas palabras, hablaba completamente en serio, estaba dispuesta a morir para quitarme de en medio. El fuego se extendía por la habitación a gran velocidad y no encontraba nada con lo que salvarme, me estaba quedando sin opciones, pero no iba a rendirme, no podía hacerlo. Me acerqué hacia la puerta y seguí golpeándola mientras gritaba pidiendo auxilio.

—Tic —Emily tosió—, tac —soltó a duras penas antes de caer rendida sobre la cama, inconsciente.

—¡Socorro! ¡Ayúdenme! —grité con la garganta al rojo vivo quebrándoseme la voz—. ¡So…co…rro…! —murmuré dejándome escurrir por la puerta hasta quedar sentada en el suelo.

Intenté respirar, pero allí no quedaba más que humo negro; este invadió mis pulmones cuando intentaba tomar aire por la nariz. Parpadeé por última vez y una lágrima recorrió mi rostro arrepintiéndome por no haber confesado antes mis sentimientos al señor Duncan, por no haber podido cumplir mis sueños y objetivos en la vida, por no haberme podido despedir de mi querida Sophie que marcharía esa misma noche y por haber dejado que aquella señorita que yacía frente a mí me ganase la batalla.

—¡Isabella! ¡Isabella! —Oí que gritaban desde el otro lado de la puerta.

—Matthew… —susurré sin fuerzas.

—¡Isabella! —volvió a llamarme—. ¡Las llaves! ¡Que alguien traiga las llaves! —gritaba él forcejeando con el picaporte—. ¡Isabella, aguante, por favor!

Asentí a la nada y tosí intentando mantenerme despierta. Segundos después sentí cómo introducían la llave en el cerrojo y me aparté como pude hacia un lado para que pudieran abrir. El señor Duncan fue el primero en entrar y, con los ojos como platos, observó la escena que acontecía frente a sí, después se agachó y me cogió entre sus brazos.

—Gracias —susurré antes de acurrucarme en su pecho y cerrar mis ojos permitiéndome descansar.

—Ya está a salvo, Isabella, ya está a salvo. —Le oí decir antes de depositar un suave beso sobre mi frente.

 

 

Aquel tierno gesto por su parte fue lo primero que recordé al abrir de nuevo mis ojos; me encontraba descansando sobre mi cama, con pequeños rayos de sol filtrándose a través de las cortinas de la ventana. Estiré mis brazos, desperezándome, y sonreí ante el nuevo día que me esperaba.

—Buenos días, señorita —me saludó Mary.

—Buenos días, Mary —contesté aún con mi sonrisa en la cara.

—¿Se encuentra mejor?

—¿A qué se refie… —me interrumpí cayendo en la cuenta—. ¡Oh, dios mío!

—Llamaré al señor —zanjó.

Me quedé observando cómo marchaba hacia la puerta y Sophie vino a mi cabeza sobresaltándome.

—¡Mary!

—Dígame, señorita —contestó desde el umbral con calma.

—Sophie…

Mary agachó su cabeza mirando hacia el suelo, parecía decepcionada. Su reacción confirmó mis sospechas: Sophie había partido y no había podido despedirme de ella como era debido.




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