Hasta que cese la tormenta

XXVIII MANO AMIGA

GRACE

El sonido del repiqueteo de mi pie contra el suelo rebotaba en las paredes de mi habitación y se filtraba por mis oídos, aumentando el estado de nervios en el que me encontraba en ese momento. Había intentado arreglar mis problemas por mí misma, pero cuando me vi sobrepasada decidí acudir a la única persona que siempre había estado para tenderme una mano amiga; así que íbamos a reunirnos aquella mañana con el fin de encontrar una solución a lo que rondaba por mi cabeza desde hacía pocos días.

El sentimiento de culpabilidad que se había arraigado en el centro de mi pecho no me dejaba descansar y unas bolsas negras se habían asentado en la parte inferior de mis ojos, denotando así el cansancio que me consumía. Mi cabeza se dedicaba a recordarme a cada segundo que lo que había pasado había llegado demasiado lejos y el remordimiento de conciencia estaba comenzando a superarme.

Si bien sabía que confiar en el diablo no podía depararme nada bueno, jamás pensé que las consecuencias fueran a ser tan desastrosas y, mucho menos, que yo iba a terminar arrepintiéndome de mi alianza y sintiendo lástima por mi acérrimo enemigo. ¿Cómo había llegado hasta ese punto? Había planeado todo al dedillo, había tenido en cuenta los diferentes caminos que esta situación podía tomar; aun así, parecía no haber calculado de forma precisa la cantidad de maldad que una sola persona podía llegar a concentrar en su interior.

La puerta se abrió sin previo aviso y mi única esperanza se adentró en la estancia.

—Te lo advertí, Grace, te dije que esto pasaría —dijo señalándome, molesto.

—Lo sé y no sabes cuánto me arrepiento de no haberte escuchado antes, Luke.

—¡Nunca lo haces! ¡Nunca quieres escucharme!

—No levantes la voz o nos oirán —rechisté en tono calmado.

—¿Qué importa eso ahora, Grace? ¿Te das cuenta del embrollo en el que te has metido? —Por sus ojos entrecerrados y su rostro contraído pude notar lo enfadado que estaba conmigo.

Tuve que darme la vuelta y mirar hacia otro lado para evitar que las lágrimas surcasen el cielo de mis ojos. Una regañina era lo último que necesitaba en ese instante y él se dio cuenta, porque se acercó a paso lento por mi espalda para abrazarme.

—Lo siento…

—No importa. La culpa es mía —contesté girándome para corresponder su abrazo.

—No debiste dejarme fuera del plan. Sabes que ella siempre ha hecho lo que ha querido contigo y yo soy el único capaz de prever sus intenciones. —Sus suaves caricias por mi pelo me hacían sentir protegida.

—Me quedé sin opciones. Isabella ganaba terreno y tú habías fallado con tu parte.

Luke se separó de mi cuerpo para poder mirarme a la cara torciendo el gesto y preparándose para su siguiente pregunta.

—¿Hasta dónde estabas dispuesta a llegar por él, Grace?

Podía notar lo rápido que bombeaba su corazón mientras esperaba por mi respuesta, y la manera en que contenía su respiración me confirmaba, una vez más, lo mucho que sentía por mí.

Me quedé en silencio sin encontrar la respuesta adecuada, una que no hiciese trizas su bondadoso corazón. Observé las preciosas esmeraldas de sus ojos, su perfecta y perfilada nariz y aquellos labios que tantas sonrisas me habían dedicado; era el hombre más apuesto que jamás había conocido, más incluso que Matthew.

—Yo no…

—No, creo que no quiero saber la respuesta —me interrumpió chasqueando la lengua y retirándose a la otra punta de la habitación.

No me había hecho falta abrir la boca para herir nuevamente sus sentimientos porque, en el fondo, él sabía a la perfección que mi corazón no podía pertenecerle. Me dolía ver el sufrimiento que le causaba cada vez que se me declaraba, pero la verdad era que no podía corresponderle como él quería que lo hiciera.

A pesar de saber que todo habría sido más fácil si me hubiese enamorado de él, seguía empeñada en conseguir el corazón de Matthew, porque desde el momento en que lo vi por primera vez supe que era él con quien quería casarme y formar una familia. Matthew era todo lo que yo siempre había soñado desde pequeña, ese príncipe protagonista de las historias que solía contarme mi hermano por las noches antes de dormir.

—¿Vas a ayudarme?

Luke se dio la vuelta y me observó desde la distancia con tristeza. Me sentía egoísta pidiéndole ayuda después de todo; también tenía miedo de que al fin se hubiese cansado de mí y de mis juegos y decidiese dejarme en la estacada, lo que me convertía en egoísta por partida doble.

—Sabes que siempre lo haré —contestó tras un largo silencio y suspiré de alivio.

—Y tú sabes que yo te estaré eternamente agradecida por todo lo que haces por mí, eres un buen amigo, Luke.

Le sonreí y él me devolvió la sonrisa; si alguien tenía merecido el cielo, ese era, sin duda, aquel hombre que tenía frente a mí.

—¿Damos un paseo? —me ofreció tendiéndome su brazo.

—Me vendrá bien tomar el aire.

Me puse el sombrero y algo de abrigo y salimos de la habitación. Paseamos por el pasillo hasta llegar a las escaleras y, una vez abajo, salimos al exterior. El aire ya no era tan frío como estos meses atrás y el sol brillaba imponente en el cielo haciendo que el sólido manto de nieve se fuese derritiendo. Tuve que agarrarme con fuerza unas cuantas veces a Luke para no resbalar con el hielo que se había formado en el suelo.




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