Hasta que cese la tormenta

XXIX LO PROMETO

Tardé unos cuantos segundos en reaccionar tras salir del despacho del señor Duncan, no había manera de que la sonrisa se borrara de mi rostro; estar en su presencia, compartir tiempo juntos e intercambiar palabras con él era mi pasatiempo favorito. Me llenaba de orgullo y me satisfacía saber que cada día que pasaba estaba un paso más cerca de involucrarme sentimentalmente con el hombre de mis sueños.

Me había invitado a pasar la última noche del año en su compañía y yo no podía estarle más agradecida, aunque el simple hecho de tener que compartir mesa con el resto de habitantes de la mansión no me hacía mucha gracia y, por ello, cómo no, necesitaba el consejo y apoyo de mi principal confidente.

Caminé hasta las cocinas en busca de Sophie, quien se encontraba cocinando los deliciosos alimentos que tendríamos el honor de degustar unas horas después. En el momento en que su mirada cayó sobre mí, supe que esta vez no era yo quien necesitaba ayuda; sus ojos rojos e hinchados indicaban que había estado llorando y sus labios inclinados levemente hacia abajo denotaban la tristeza que sentía en su interior.

Limpió sus manos en su delantal y se quedó allí plantada mirándome; un acto reflejo me llevó a acercarme a ella y abrazarla. Una vez hubo sentido mi cariño, se derrumbó y comenzó a llorar sobre mi hombro mientras la sostenía sintiendo sus espasmos. La fuerte Sophie que había conocido ya no estaba, tan solo quedaba una frágil muchacha sin sueños ni ilusiones.

—He sido tan ingenua… —comentó apartándose, cabizbaja.

—¿Por qué dices eso, Sophie? —Acaricié su mejilla retirando sus lágrimas.

La seguí hasta la mesa y ambas retiramos las sillas para sentarnos una frente a la otra. Apoyé mis brazos sobre la superficie agarrando sus manos para transmitirle tranquilidad. Ella sorbió por la nariz y con los ojos empañados comenzó a hablar:

—Dos días después del incendio me enteré de que el grupo al que íbamos a juntarnos Abraham y yo fue sorprendido a las afueras de Towson, no consiguió sobrevivir ni una sola persona, Ella, ni una…

Tal fue mi sorpresa que tuve que sostenerme fuerte contra la silla para no caerme. El corazón comenzó a palpitarme con ímpetu contra el pecho por aquella aterradora y desagradable noticia; Sophie y Abraham habrían sido también víctimas de esa redada si hubiesen partido tres noches atrás.

—¡Santo cielo! —Me llevé una mano a la boca.

—No sé quién cuidará de mí desde el cielo, pero rezo para que, sea quien sea, siga haciéndolo porque demostrado ha quedado que yo sola no sé hacerlo.

—Claro que sabes cuidarte sola, Sophie, eso es algo que no podías haber anticipado. Te aseguraron salir victoriosa, a pesar de las muchísimas posibilidades que había de fallar.

—Si no fuese tan terca… Aquella noche estuvimos a punto de morir ambas, señorita, ¿se da cuenta?

Asentí recordando el incendio que a las puertas del cielo había estado a punto de mandarme.

—Gracias al Señor que estamos bien.

—¿Usted está bien? Siento mucho no haberla visitado… Me siento tan culpable por todo…

Vislumbré el sentimiento de culpa reflejado en su preciosa mirada y no pude más que compadecerme de ella.

—No importa, Sophie, necesitabas tu tiempo y espacio. Es algo comprensible. La noticia de que no habíais partido hizo de mí la mujer más feliz del mundo.

—No me iré nunca, Ella, he aprendido por las malas que mi lugar está aquí, en esta mansión —dijo, convencida—. Sin embargo…

—¿Sí?

—Lo que diré a continuación me causa más dolor del que pueda llegar a imaginar, pero…

—Continúa, Sophie, no me dejes en ascuas.

—Creo con firmeza que usted sí debe partir.

Me quedé perpleja ante sus últimas palabras. ¿Sophie quería que me fuera de la mansión? ¿Me estaba queriendo alejar de ella?

—¿Qué te hace pensar que mi lugar no está aquí también? —pregunté más con decepción que con enfado.

—Señorita, cuando vi las llamas desde la ventana me asusté mucho, pero más lo hice cuando me dijeron que usted estaba allí dentro. Es usted muy importante para mí y no quiero que nada malo le suceda.

—Pero estoy bien, estoy aquí. —Sonreí con suavidad.

—Esa arpía no se detendrá, lo sabe, ¿no?

—¿Qué más puede hacerme?

—Terminará lo que empezó. Lo hará, estoy segura. —Me miró con dureza.

Por mucho que Sophie pareciese siempre una exagerada y una dramática, solía llevar razón en sus advertencias. Me advirtió con respecto al señor Clifford y no quise escucharla, ¿debía escucharla ahora? Sabía de buena mano de lo que Emily era capaz, pero en cuanto Matthew la acusase del incendio, ella partiría y todo volvería a la normalidad; a mi simple rivalidad con la señorita Grace, quien al lado de Emily era todo un ángel.

—El señor Duncan lo arreglará, confío en él.

—¿Y si no lo hace?

¿Y si no lo hacía? Repasé a una vertiginosa velocidad todo lo que había vivido en la mansión durante mi estancia, había sido una constante batalla con todos y cada uno de los miembros que aquí se alojaban: la señora Duncan y su afán de protección con su hijo, los celos de Grace, el coqueteo malintencionado de Luke y el instinto homicida de Emily. Todos y cada uno de ellos se habían propuesto entrometerse entre el señor Duncan y yo, aunque bien era cierto que ninguno de ellos había logrado separarnos.




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