Hasta que cese la tormenta

XXX LAS PROMESAS DEBEN CUMPLIRSE

Cuando el señor Duncan por fin fue a abrir la boca y tras la larga espera que me había mantenido en vilo durante lo que se me antojaban incontables minutos, llamaron a la puerta interrumpiéndole.

—Buenas noches, señor Duncan, no pretendía molestar pero… —dijo Abraham antes de quedarse a media frase al percatarse de mi presencia—. ¡Vaya! Señorita Ella, disculpe, no sabía que estaría usted aquí.

—No te preocupes, Abraham, pasa —le indicó Matthew tomando asiento tras su escritorio.

—Bueno, en realidad no vengo solo, Sophie me acompaña —añadió Abraham tirando del brazo de la muchacha que apareció también en el despacho.

Los jóvenes se adelantaron unos pasos con la cabeza gacha. Miré a Sophie con desconcierto, pues habíamos hablado unas horas antes y no me había comentado que tuvieran intención de conversar con el señor Duncan.

—¿Qué se os ofrece, muchachos? —preguntó Matthew acomodándose en su silla.

—Verá, señor, lamentamos molestarle, pero creímos oportuno zanjar nuestros asuntos pendientes para poder comenzar el nuevo año con el pie derecho. Espero nos disculpe y pueda usted atendernos —soltó Abraham con una educación que nunca antes le había visto tener.

Sophie seguía mirando hacia el suelo, avergonzada, y Abraham tuvo que apretar su mano para que alzara la vista y mostrara respeto. El señor Duncan me miró a mí, que seguía sentada en el sillón, e inmediatamente supe que me estaba invitando a quedarme allí presente.

—Adelante —dijo Mathew con un gesto de su mano.

El joven muchacho comenzó a caminar intranquilo de aquí para allá mientras relataba los planes que él y su amada pensaron llevar a cabo mientras Sophie se encogía en su sitio con cada palabra recitada. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no levantarme en ese mismo momento y abrazarla; Sophie debía ser fuerte y, como ella misma había dicho, afrontar las consecuencias.

Mi mirada pasó al señor Duncan, que escuchaba con atención sin inmutarse, sin ningún gesto que indicase la manera en que estaba procesándolo todo; el último dato que Abraham mencionó sobre la redada que sufrió el grupo al que iban a unirse fue el que le hizo reaccionar al fin dejándolo perplejo.

—No entiendo la necesidad que teníais de poner en riesgo vuestras vidas —confesó cruzándose de brazos.

—Ninguna, señor, es por eso que nos sentimos arrepentidos y rogamos su perdón —dijo el muchacho.

—Sophie —la llamó el señor Duncan al ver que no había intervenido en la conversación—, ¿tú qué opinas?

La aludida alzó la mirada, nerviosa, y suspiró.

—Todo es culpa mía, señor Duncan, le ruego no castigue a Abraham con su indiferencia, la cual no merezco más que yo.

Matthew la observó en silencio meditando sus palabras, lo que incrementó los nervios de la joven. Abraham sostenía su mano en gesto de apoyo.

—Me temo, pequeña Sophie, que este asunto no ha sido más que culpa mía —dijo Matthew haciendo que ambos muchachos abrieran sus ojos, desconcertados—, pues si yo me hubiese preocupado más por vuestro bienestar, no habríais tenido que tomar la decisión de partir.

—Señor, en realidad… —comenzó a decir Sophie, siendo interrumpida.

—No, Sophie, no me queda más que pedirte disculpas si te he hecho sentir en alguna ocasión fuera de lugar y me aseguraré de ahora en delante de velar por vuestra seguridad y comodidad —zanjó señalándoles primero a uno y después al otro.

Abraham sonrió sacándome a mí también una sonrisa y Sophie derramó unas cuantas lágrimas de felicidad y arrepentimiento; pues, al fin y al cabo, había estado a punto de abandonar a una buena persona como lo era su dueño y señor. Asentí en dirección a Matthew y le sonreí por sus bonitas palabras.

—Gr-gracias, señor —contestó Sophie con una ligera sonrisa.

—De todas formas, he estado dándole vueltas durante todo el día y creo haber encontrado la manera en que puedas sentirte recompensada por tu trabajo —añadió Matthew captando nuestra atención—. El señor Clifford me ha convencido de la posibilidad de ofrecerte la libertad que tanto ansías con una práctica que ha escuchado en Europa: un salario a cambio de tus servicios.

Los allí presentes no pudimos evitar que la sorpresa se reflejase en nuestros rostros. ¿Habíamos escuchado bien? ¿El señor Duncan estaba dispuesto a pagar por el trabajo de Sophie?

—¿Está usted seguro? —preguntó Sophie que no cabía en sí de la emoción.

—Completamente. Haremos un trato: tanto tu tía Mary como tú cobraréis por vuestro trabajo en la mansión si aceptas quedar bajo mi cargo y custodia hasta que todo este asunto de la esclavitud se esclarezca en los estados del sur —comentó Matthew alzando una de sus cejas—, lo que quiere decir que no habrá más intentos de huida por tu parte de aquí en adelante.

Sophie parecía estar sopesando sus opciones, dubitativa, mientras acariciaba su mentón.

—Acepto el trato, señor —contestó al cabo de unos segundos con una sonrisa—, pero yo también tengo una condición.

—Te escucho. —Le instó el señor Duncan a continuar con un asentimiento de cabeza.




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