Hasta que cese la tormenta

XXXII BICHO MALO NUNCA MUERE

GRACE

Una dulce melodía inundó mis oídos haciéndome despertar de mi letargo, apenas había podido conciliar el sueño en toda la noche dándole vueltas a la conversación mantenida con Emily y la posterior reunión con Matthew donde, muy a mi pesar, tuve que mentirle.

El alegre piar de los pájaros se colaba por mi ventana dando la bienvenida al nuevo año que comenzaba y despidiendo al fin a la tormenta. Puse los pies descalzos sobre el frío suelo y caminé hasta la ventana para retirar las cortinas y dejar paso a los primeros rayos de luz.

Mi estómago rugía bajo el camisón demandando alimento, así que me aseé y me vestí para bajar a las cocinas. El silencioso pasillo indicaba que había sido la primera en amanecer; cerré la puerta con delicadeza para no despertar al resto y me acerqué hasta las escaleras. Unas voces provenían desde la cocina y supuse que se trataba de los sirvientes, pero frené mi marcha cuando distinguí la voz de Isabella:

—Debo irme, pronto despertarán.

—¿Está segura de que no quiere despedirse de él? —preguntó Sophie.

¿Despedirse? ¿Isabella iba a marcharse de la mansión? A pesar de haber pasado tanto tiempo deseándolo, un dolor agudo se instaló en mi pecho: la culpa. Mis intenciones para con ella habían sido malas en todo momento y, ahora que por fin había conseguido lo que quería, no sentía la satisfacción que se suponía debía sentir.

Por otra parte, sí, seguía deseando que se fuera, pero era porque temía por su vida, por lo que Emily pudiera hacerle. A fin de cuentas, y tal como Luke había dicho, Isabella era una buena mujer. Me arrepentía de haber acudido a Emily para que me ayudara a quitármela de en medio, Isabella no se merecía tener que lidiar con semejante persona; ni ella ni nadie. La vida me lo había pagado de la peor manera, pues ahora mi familia se encontraba bajo amenaza directa del diablo.

—Adiós, Sophie, cuídate. —Escuché que decía seguido del sonido de la puerta trasera al cerrarse.

Se me encogió el corazón y deshice mi camino, subí por las escaleras y me detuve frente a la puerta de su habitación; se me hacía extraño pensar que ya no la ocuparía más. Recordé lo mucho que me molestaba saber que una persona de su condición dormía a tan solo dos puertas de mi habitación, pero tampoco había sido tan mala vecina y puede, solo puede, que fuese a echarla algo de menos.

Si no hubiese sido por nuestra rivalidad amorosa, podríamos haber llegado a ser grandes amigas; tal vez hubiese podido suplir el vacío que Emily dejó en mi vida cuando me traicionó. De por sí yo nunca había tenido muchas amistades, pues me era difícil confiar en las personas, y las pocas que había tenido habían resultado en un absoluto fracaso; pero lo poco que había tenido la oportunidad de apreciar de Isabella me indicaba que, tal vez, ella fuese la indicada: una persona honesta, fiel y afectiva.

Seguramente su color de piel me hubiese impedido acercarme a ella desde el principio, aunque con el tiempo habría cautivado a mi frío corazón. Negué con la cabeza borrando aquellas ideas, tan solo eran suposiciones que ya era tarde para cumplir; Isabella se había marchado y, con ella, la oportunidad de una amistad.

Puse mi mano sobre el pomo de la puerta y suspiré antes de adentrarme en la habitación. La cama estaba intacta, como si nunca nadie hubiese descansado sobre ella; las cortinas echadas impidiendo la entrada de la luz del exterior, y el armario medio vacío, tan solo un par de vestidos bien doblados reposaban sobre las tablas. Vestidos que no eran de su propiedad y que, por lo tanto, no había llevado.

Observé en silencio aquella estancia, realmente parecía no haber sido nunca ocupada, hasta que algo sobre la cómoda llamó mi atención; me acerqué: era una carta y estaba dirigida al señor Duncan.

 

Sr. M .Duncan

La mansión

Towson, 1 de enero de 1850

 

Estimado Matthew:

Primeramente le ruego me disculpe las faltas de hortografía cometidas, sigo en proceso de aprendizage y no dude que seguiré practicando allá donde vaya.

Escrivo esta breve carta de despedida a la luz de las velas para agradecerle por haberme acojido durante estos meses en su entrañable ogar; me ha permitido Ud. vivir la aventura que vine vuscando, llevándome así el bonito recuerdo de haberlo conocido. Jamás olvidaré las oportunidades que Ud. me vrindó para crecer como persona y le estaré eternamente agradecida por ello.

Me apena haber coincidido con Ud. en el momento equibocado de nuestras vidas y no haber podido satisfazer los deseos que albergaba nuestro corazón, pero me consuela saber que quedará por siempre gravado en nuestra memoria.

No sé qué me deparará el futuro, pero para que quede más tranquilo, me alojaré por unos días en la residenzia de mi buena amiga, la señora Harris.

Sin más que añadir y deseándole una próspera vida, me despido aquí.

Suya siempre.

Isabella Collins

 

Para cuando terminé de leerla, las lágrimas recorrían, ardientes, mis mejillas. Lloraba por Isabella, lloraba por Matt y, sobre todo, lloraba por mí; porque yo también anhelaba un amor como el suyo, un amor fugaz que podría no haberlo sido de no ser por mí y mi empeño en separarlos. Me había costado hacerme a la idea de que el corazón de Matthew le pertenecía a otra persona y, ahora que por fin lo había asimilado, debían alejarse.




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