GRACE
Siempre había considerado a la soledad como una fiel aliada, ella había sido mi compañera durante incontables años permitiéndome tener el espacio que todo ser humano necesita para pensar y conocerse a sí mismo. Adaptarse a ella me había sido sumamente complicado, pues llegamos al mundo con la necesidad de socializar y sentirnos acompañados, queridos y valorados; sin embargo, yo no tuve más opción que conformarme con mi propia compañía.
Mi hermano era algo más mayor que yo, once años exactamente, así que pocos fueron los ratos que pudo dedicarme en mi infancia dado que debía aprender el negocio familiar para, algún día, tomar las riendas. Recordaba a la perfección todas las veces que le había perseguido por la casa para que me prestara algo de atención y jugara conmigo, la mayoría de ellas sin éxito, pues mi padre era muy duro con él y decía que a los niños debían atenderlos las mujeres y no los muchachos en proyecto de ser hombres.
Mi madre, quien según mi padre debía cuidar de mí, apenas pasaba tiempo conmigo; estaba siempre ocupada charlando con las vecinas y presumiendo de la bonita familia que tenía; la imagen y la reputación lo eran todo para ella. Intentó juntarme con las demás niñas, las hijas de las vecinas, pero ellas nunca quisieron juntarse conmigo, ya que me consideraban demasiado ordinaria para encajar en su grupito; mientras ellas intentaban imitar las reuniones del té de sus progenitoras en sus juegos, yo anhelaba rebozarme por el barro y correr por el campo a toda velocidad.
Cuando mi hermana Cassie nació, yo ya tenía seis años, aun así fue la sorpresa más maravillosa que mis padres pudieron darme; con ella pude experimentar, por primera vez, la sensación de tener una amiga. Cassie era la niña más hermosa del planeta, con sus ricitos dorados y sus ojos del color del mar; además, poseía la misma vitalidad que yo y una alegría que levantaba el ánimo a cualquiera. La quise desde el momento en que la sostuve en mis brazos nada más nacer, era mi hermanita pequeña y mi nueva razón para sonreír.
Juré protegerla de todo y de todos, no quería que tuviese que pasar por lo mismo que yo había pasado con aquellas malvadas niñas del vecindario, pero once años más tarde rompí mi promesa y a día de hoy seguía sin poder perdonármelo. Aquel día yo había quedado en reunirme con Matt, Luke y Emily en el lago y decidí llevarme a mi hermana para que descansase de sus lecciones de piano y lectura diarias; jugamos, reímos y disfrutamos de la tarde todos juntos.
Cuando el sol se estaba ya poniendo, Matt y Luke comenzaron a recoger toda la comida que nos había sobrado y Emily quiso que nos apartáramos para charlar sobre algo muy importante que debía contarme: su reciente relación con Matt. Tal fue mi disgusto que, por un momento, olvidé hasta dónde estaba o qué hacía allí; no me quedó más remedio que dedicarle una falsa sonrisa y felicitarle por su nuevo amor.
Mientras me contaba cómo había surgido todo, vimos cómo Luke venía corriendo hacia nosotras y gritando algo que no conseguimos entender. Cuando llegó a nuestra posición y me dio la noticia, el mundo se paró bajo mis pies y mis oídos ensordecieron; acto seguido salí corriendo hacia el lago donde Matt se encontraba intentando salvar a Cassie, que se había caído al agua sin querer. Comencé a gritar su nombre mientras las lágrimas recorrían mi rostro hasta que Matt consiguió sacarla del agua, pero sin vida, se había ahogado.
No sabíamos cuánto tiempo había estado allí dentro, ninguno nos habíamos dado cuenta; ellos por estar recogiendo y yo por estar charlando con Emily. Matt intentó reanimarla mientras Luke me abrazaba e intentaba tranquilizarme, pero cuando el salvador levantó su cabeza para mirarme supe que no había nada que hacer; se había ido, me había dejado, y todo había sido por mi culpa.
Cuando llegué con su cuerpo a casa, mi padre montó en cólera y mi madre se desmayó del disgusto. No fue tan grande su castigo como el que yo misma me autoimpuse encerrándome entre las cuatro paredes de mi habitación durante meses, siendo Luke el que consiguiera sacarme de allí con muchísima paciencia y visitándome cada vez que podía. La soledad durante esos meses fue nuevamente mi compañera y la recibí como a una vieja amiga.
No podía ni quería ver a nadie más que a él; Matt había intentado visitarme en un par de ocasiones, pero yo nunca había querido recibirlo y Emily… Emily ni siquiera me dio el pésame. Nuestra amistad se rompió en el momento en que decidió entrometerse con el que sabía era el amor de mi vida y más aún tras lo de mi hermana.
Sentí mi vida y mi corazón hacerse pedazos, en un abrir y cerrar de ojos había perdido al dueño de mi corazón, a mi hermanita y a Emily, la única amiga que había tenido nunca. Me alejé, me alejé del mundo entero a excepción de una sola persona, la única que había demostrado ser merecedora de mi confianza: Luke, el cual me decepcionaría también un año más tarde.
Tras la muerte del señor Duncan retomé mi amistad con Matthew, sabía que me necesitaría para superar su pérdida, y ahí fue cuando Luke, con sus celos, me contó que había mantenido una relación secreta con Emily; me hizo prometer que guardaría su secreto, pues Matthew no podría soportar más dolor en ese momento. Mi decepción fue tan grande que hicieron falta varios años para lograr perdonar semejante traición a su amigo de la infancia.
A día de hoy, Luke era lo mejor que jamás me había pasado, el único capaz de calmar mis tormentas internas y el único con el que podía contar para cualquier cosa; pero Matthew… Matthew era mi amor imposible, el príncipe azul de mis historias. Por ello, todos esos recuerdos, todo ese dolor del pasado, no era nada comparado con lo que sentía en estos momentos. La indiferencia de Matthew era demoledora y cada día que pasaba desde la partida de Isabella era peor.