Hasta que digas sí

Capítulo IV

Pedro Lanza estaba sentado a mi lado. Thomas y Lucas cantaban y se reían. Se notaba que les gustaba pasarla bien y disfrutaban de aquello de hacer música juntos.

—¿Estás pasándola bien? —escuché a mi lado.

—Por supuesto.

—Cómo es que conociste a Lucas.

—Por mi vecino. Creo que es amigo suyo también, ¿no? Por lo menos eso es lo que me dieron a entender. —Asintió—. Lanzaron una bola de baseball a mi casa. Lucas fue a buscarla.

—Y no quiso dármela —agregó este último.

—Solo pretendía que Pelu fuera por ella. Es muy extraño. Pero nunca fue.

—Porque eres mala —bromeó Pedro.

—Un poco —reí—. Además si no recuerdo mal, Lucas también fue parte de su plan siniestro para eliminarme con ese balón de beach.

—Podría haber funcionado con un poquito más de fuerza.

—¡Qué gracioso!

Luego siguieron cantando. Comimos juntos y jugamos vóley ball. No me caían tan mal después de todo y eran las únicas personas que había conocido hasta entonces. No fue mala idea pasar el resto de la tarde junto a ellos. Además su música era genial y contaban buenos chistes. No había forma de aburrirse con ellos.

De todas formas, cuando consideré que ya había molestado lo suficiente opté por volver a casa.

—Creo que debo irme. Es tarde.

—¿Bromeas? —preguntó Thomas—. Tarde —rió.

—Sí. Tengo… cosas que hacer.

—Puedo acompañarte—sentí la mano de Pedro rodeando mi muñeca.

—No es necesario.

—Lo es. Además debo pasar por casa de Pelu.

—Si quieres.

Agité mi mano para despedirme y entonces me fui con Pedro.

—¿Hasta cuándo te quedas? —oí rompiendo el silencio incómodo que habíamos mantenido por varios metros.

—Probablemente todo el año.

—Es bueno saberlo.

—Lamento haberme comportado tan… Quizá fui algo grosera contigo.

—¿Quizás?

—Okey —puse los ojos en blanco—, sí fui grosera contigo. ¿Así te gusta?

—Me gusta más —guiñó un ojo—. De todos modos, eres tan linda que puedo permitir que me maltrates un poco —rió de nuevo.

—Lo lamente. ¿Amigos?

Me costó tanto decirlo que dejar que salieran esas palabras de mi boca al fin era un alivio.

—Suelo ser peligroso, Sophie.

—¿Te gusta matar gente?

—No lo creo —respondió asustado.

—¿Vendes drogas o robas? ¿Tienes problemas legales o una pandilla, tal vez?

—¿Tener una banda cuenta?

—Creo que es tolerable.

—Okey. Entonces supongo que no he de ser tan peligroso para ti, Sophie.

—Entonces creo que podemos ser amigos.

—Me gusta.

En el trayecto hasta casa, Pedro y yo compartimos algo de nuestros gustos, como para ir conociéndonos más. Era divertido ver en cuánto coincidíamos y cuántas cosas no como para generar peleas de mentira y justificar la absurda elección por el helado de menta o el odio a la nutella.

— Entonces, una banda —retomé el tema—. Interesante.

—Solemos tocar de vez en cuando.

—¿Son buenos?

—Tú dirás. Acabas de escucharnos.

—Me gustó. Pero no es lo mismo escucharlos en la playa con una guitarra y ya que montados en un escenario con todo show y eso. Percusión, teclados, cuerdas, un coro, todo eso.

—No somos profesionales de la música, Sophie —respondió riendo. Solo somos cuatro. Quizá deberías vernos ensayando.

—Quizás. ¿Cuándo?

—Cuando quieras.

—¿Me avisas?

—Por supuesto.

La entrada de casa estaba a un paso, así que me detuve para despedirme.

—Aquí vivo.

—Bien.

—¿Nos vemos luego?

—Cuando quieras. Siempre es bueno verte.

—Adiós —besé su mejilla.

Entré rápida a casa en lo que Pedro caminaba hacia la puerta vecina.

Mis padres estaban en casa esperándome para cenar. Me di un baño y luego bajé.

Mientras comíamos, mamá platicó sobre los vecinos, había conocido a la mamá de Pelu.

—¿Sabes? Su hijo cumple años y ella cree que sería buena idea que fueras a su fiesta —le dio un bocado a la pasta—, para que vayas conociendo gente —concluyó.

—¡Ah! —respondí evitando dar más respuestas con un gran bocado de comida.

—Deberías ir —sugirió papá.

—¿Al cumpleaños de Pelu? —respondí con los ojos a punto de salírseme.

—¿Se conocen? —indagó mamá.

—A-Algo así —tartamudeé.

Ahora resultaba que estaba invitada a la fiesta del tal Pelu y aunque no sonaba tan mal yo, mejor que nadie, sabía que no era tan buena idea. Sobre todo porque el niño ni siquiera toleraba verme.




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