Hasta que digas sí

Capítulo V

Era el día del cumpleaños de Pelu. Mamá había sugerido que le comprara algo relacionado con la música, pues era lo único que sabíamos que le apasionaba y casi por intuición. Así que aquella mañana salí temprano con papá por el regalo.

Mientras salíamos de casa encontramos a la mamá de Pelu. Papá y yo la habíamos visto pocas veces, sin embargo, mamá se había vuelto una buena amiga suya, tanto que se visitaban a menudo.

Saludamos y platicamos unos segundos con ella. “Te esperamos en la noche” —dijo antes de despedirnos. Yo sabía que no iba a ser buena idea, pero algo me animaba a asistir.

Papá creyó que era buena idea comprar una guitarra. Me parecía exagerado porque aunque no se le hacía nada a su fortuna, era un regalo un tanto costoso. De todas formas no puse objeción, pues era un buen regalo para alguien que pretendía ser un músico.

De regreso quise pasar por su casa y desearle feliz cumpleaños. Pelu se estaba duchando, así que dejé el regalo de parte de la familia y volví a casa.

Encendí la televisión de la sala y en lo que cazaba algo para ver, apareció Pedro. Mi relación con él había cambiado mucho en la última semana. Hablábamos por texto casi todo el tiempo y habíamos llegado a llevarnos demasiado bien.

—¡Ey! —lo abracé. ¿Qué haces?

—Pasé a ver a Pelu, pero no está.

—¿Pasas?

—Si quieres.

—Imagino que vas a la fiesta de Pelu en la noche —comenté dándolo por hecho, ya que eran buenos amigos.

—¿Cómo sabes de la fiesta?

—Su madre me invitó —me encogí de hombros.

—¿Vas?

—No—respondí muy convencida.

—¿Por qué?

—Intuyo que no le agrado y supongo que sería incómodo para ambos.

—¿Y si vienes conmigo?

—Tengo compromisos, Pedro.

—¿Compromisos? ¿Cuáles? Tu cama no se va a resentir si la plantas una noche, Sophie —bromeó.

—En serio, paso.

—Voy a insistir hasta que digas sí —guiñó un ojo.

—Ríndete. ¿Cambiamos de tema? —pregunté arrepintiéndome de haber traído a cuento la fiesta de Pelu.

—Okey. ¿Qué vas a usar hoy?

—¡Pedro! —Reclamé.

—Señor Lanza, si no te importa.

En ese instante alguien llamó a la puerta.

Impactante saber quién llamaba cuando la abrí. Era Pelu. No voy a negar que ese primer plano a escasos centímetros no era para nada perturbador y que su cara de pocos amigos era mucho más atractiva de cerca.

—Hola.

—¿Está aquí Pedro? —Preguntó esquivando el saludo.

—Pasa.

Había esperado que apareciera a oficializar su invitación para la noche, pero hizo caso omiso a mis deseos. Es más, rechazó mi invitación a entrar a la casa y decidió esperar afuera a que saliera Lanza.

Llamé a Pedro y subí a buscar la bola que unas semanas atrás habían lanzado él y Lucas. De todos modos cuando regresé con ellos el tal Pelu se disponía a partir y me ignoró por completo.

—Ey, Pelu —grité desde la puerta. Volteó a verme sin siquiera preguntar qué se me ofrecía, así que le mostré la bola en mis manos para que volviera por ella.

—Puedes quedártela —dijo sin darle importancia al asunto y se giró para retomar su camino—. Y por favor, dime Pedro o Lucas, o Pedro Lucas. No Pelu.

Masticó cada palabra con una buena dosis de molestia. Desde la puerta podía sentir el rechinar de sus dientes y su mandíbula gastándose en cada intento de no explotar.

—¿Viste eso? —dije al fin saliendo del shock ante su actitud—. Te dije que no le agrado.

—Es porque no te conoce —lo excusó Pedro palmeando mi hombro—. Tú tranquila.

—Parece muy personal.

—Esta noche eso cambiará. Ven conmigo, te aseguro que todo irá bien.

—¿De nuevo con eso? —pregunté cruzándome de brazos mientras elevaba una ceja. Pedro me lanzó una mirada suplicante y enternecedora. Reí—. Okey. Lo pensaré.

Al rato llegaron mis padres e invitamos a Lanza a almorzar. Les agradaba la idea de que comenzara a hacer nuevos amigos, sobre todo porque sus compromisos no les permitían dedicarme toda la atención y el tiempo que al parecer querían y en su lugar me pasaba prácticamente sola y aburrida. El tener amigos les quitaba un peso de encima.

Antes de irse, Pedro insistió en que pensara lo de la fiesta. Le había prometido que para cuando él llegara le tendría una respuesta y no harían falta tantos intentos para convencerme. Por lo que cuando llegó, después de considerarlo un buen tiempo y darle muchas vueltas al asunto durante la tarde, yo ya casi estaba lista.

Salimos juntos, tocamos la puerta y para cuando Pelu abrió la puerta su cara de sorpresa lo dijo todo.




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