Hasta que digas sí

Capítulo VI

—¿Ella qué hace aquí? —Preguntó Pelu de mala gana y esquivando el saludo de Pedro, que aunque reiterativo era válido.

—Feliz cumpleaños —sonreí.

—Tú no estabas invitada.

Aquello fue crudo y duro. Pedro estaba desorbitado y aunque sabía que yo no le agradaba, en parte también lo estaba. Se supone que hay cosas que por cortesía se evitan decir. Y de cualquier forma yo sí que estaba invitada. O al menos eso me había hecho creer su madre.

—Ni siquiera quería estar aquí —respondí—. Si tu madre pregunta ya sabes qué decir.

—No, alto —Pedro me detuvo—. ¿Qué sucede, Pelu? Tú madre la invitó y es mi invitada también. Si no la quieres aquí también me voy.

—No es necesario, Pedro. No arruinemos su cumpleaños. Estoy bien.

—Si quieres irte detrás de ella, ve. Solo es el cumpleaños de tu mejor amigo, nada tan relevante —oí decir a Pelu.

Y aunque las cosas podrían haber terminado allí, aparecieron en ese instante Thomas y Lucas.

—¡Ey, hola! —Recibí una sonrisa de Lucas—. ¿Qué sucede? —Preguntó al vernos. Emanábamos tensión.

—Nada. Yo… Creo que me voy.

—¿Por qué tan temprano?

—Pregúntale a Pelu —Respondió Lanza.

—Para Sophie siempre es tarde —bromeó Thomas.

Sugerí que lo mejor era dejar todo allí y que Pedro se quedara, pues era su mejor amigo. En el intento de irme Lucas pidió detalles y todo eso terminó estallando en una perorata de Pedro Lucas explicando que su mejor amigo prefería perderse su cumpleaños por ir detrás de una niña rica con buenas piernas. Lo que me dejó aún más perpleja. Ni siquiera me conocía y ya estaba emitiendo todo tipo de juicios negativos en mi contra. Para lo que Thomas, Lucas y Pedro sirvieron a mi defensa, aunque obviamente todo aquello no hacía más que empeorar la situación. Podía verse todo en la cara de Pelu, de cuyos ojos emanaba fuego al ritmo de un bonito rechinar de dientes. Hasta a mí me dolía la mandíbula.

—Todo esto no hace falta. Solo quise complacer a t madre, que fue quien me invitó. Si no deseas que esté aquí, por mucho que no entienda tus motivos, voy a irme. Así que relájate y disfruta tu estúpida fiesta.

—Para complacer a mi madre no tenías que traerme un regalo tan… Ni siquiera quiero tu estúpida guitarra. Así que mañana paso a devolvértela.

 

—Puedes tragártela —grité antes de alejarme con la voz un tanto entrecortada.

Todos quedaron perplejos. Traté de evitar que Pedro viniera tras de mí, pero apenas antes de entrar y rebotar la puerta de entrada, él ya estaba a mi lado con los demás.

—¿Le regalaste una guitarra?

Sabía que era muy polémico para un cumpleaños, pero papá había insistido demasiado en que no le costaba nada y que era una buena opción.

—Y yo que apenas le compré calcetines —bromeó Lucas.

Pelu, a varios metros más allá, seguía chispeando llamas. Era entendible, le había causado molestias desde que me vio en la playa invadiendo su espacio e interrumpiendo quizás alguna de sus obras musicales. Y fuera de eso, la niña riquilla estaba causando discordias en su fiesta de cumpleaños.

—¿Estás bien? —preguntó Thomas.

—Sí —borré con el puño de la chaqueta un rastro de lágrimas que comenzaba a asomar.

—¿Te puedo abrazar?

—Estoy bien. Solo… Vayan a la fiesta de su amigo. Necesito estar sola.

—Ustedes vayan. Voy a quedarme con Sophie aquí un rato.

Los muchachos desaparecieron junto a Pelu, que todavía seguía contemplando el show desde la puerta de su casa.

Pedro tomó mi mano y caminamos juntos hasta el parque. De vez en cuando soltaba algunas lágrimas, aunque no entendía por qué. Solo era un estúpido chico que me rechazaba por ser seguramente la clase de “riquilla” que detestaba.

Agradecí enormemente que alguien estuviera entonces conmigo para evitar que rompiera en llanto. A Pedro se le ocurría cualquier estupidez para hacerme reír y borrar todo tipo de mohín.

—No entiendo su rechazo.

—Yo tampoco. No suele ser así.

—Soy una estúpida —exclamé mientras me sentaba en una banca—. Ni siquiera lo conozco. No tendía que afectarme tanto.

—Es estúpido que le hayas hecho un regalo tan increíble.

—Papá creyó que era buena idea. Lo oí cantar un par de veces y… sonaba bien.

—Pues no lo merecía. Y tú tampoco merecías que alguien te tratara de esa forma. Ven aquí.

Me abracé a Pedro por un buen tiempo. Puede que toda esa emoción haya sido parte de los cambios hormonales o de la acumulación de sensaciones que me provocaba Brasil.

Estuvimos un buen rato hablando y luego me llevó a casa. Nos estábamos despidiendo en la puerta cuando Pelu apareció.




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