Hasta que digas sí

Capítulo VII

—Buenos días —vi aparecer del otro lado lo que parecía un esbozo de sonrisa.

Era temprano. Mis padres acababan de salir al trabajo y solo estábamos Emma y yo. Me sorprendió ver a Pelu llamando a la puerta de mi casa. Lo cierto es que la noche anterior se había portado como un estúpido, pero su gesto al final, cuando apareció antes de irme, me derretía. Más ahora.

—Ah. Tú.

—¿Cómo estás? —preguntó.

—¿Importa?

—En realidad solo vine a devolver tu regalo.

—¿Vas a seguir con eso?

—No lo merezco —respondió extendiendo la guitarra hacia mí—. Anoche fui muy grosero contigo. De todos modos, muchas gracias.

—No quiero que la regreses, Pedro Lucas —lo miré despectivamente—. Y ya que estás —tomé la bola que había intentado devolverle unos días atrás—, toma. Tampoco quiero esto.

—Ni yo.

Y aunque su respuesta sonaba despectiva y arrogante, su actitud era diferente, su mirada incluso mostraba otra cosa.

—No quiero nada que tenga que ver contigo. Llévatela.

—Tú no quieres tu regalo, yo no quiero la bola.

—Bien —lancé la bola al jardín y me crucé de brazos esperando a que dijera algo más.

—Bien. Supongo que haré lo mismo con esto.

—Adelante.

—Pero no te deshagas de la bola —caminó hasta donde había caído, la levantó y me la entregó nuevamente.

—Dije que no.

Tomé la bola y copié su patético comportamiento lanzándola de nuevo. Entonces giré y me perdí detrás de la puerta. Pero cuando él desapareció de la calle, salí y la recogí. Me gustaba la idea de tener algo suyo.

Lo que siguió después, en lugar de mejorar empeoró. Pelu actuaba igual que siempre y yo me limitaba a imitar sus comportamientos. Por otro lado, nuestros padres entablaron una muy buena relación, tanto que hasta nos visitaban en la noche para cenar.

La última noche que los señores “Munhoz” decidieron aparecer por casa yo había salido con Pedro. El día había resultado extenuante pero había sido genial. Regresé cansada y ni siquiera estaba al tanto de la sorpresa, hasta que vi a la familia vecina comiendo en casa, lo que incluía a Pelu.

Saludé a las visitas con toda la amabilidad que me fue posible y luego subí para darme un baño. Más tarde tendría que bajar de nuevo y agotar la espera de mi buen amigo Pedro Lucas para verme o eso creí, porque cuando salí de la ducha, su espera ya había terminado. Pedro Lucas estaba sentado sobre mi cama girando la bola de base en sus manos.

—¿Qué haces aquí? —me alarmé, pues estaba envuelta en una toalla y había demasiado de mí a la vista.

—Buscaba un baño —guiñó un ojo mientras reía perversamente.

—Pues no es aquí. ¡Te vas! —ordené nerviosa.

—¡Qué grosera! ¿Así tratas a tus invitados?

—Aprendí del mejor —le saqué la lengua de la manera más infantil que pude. Pelu sonrió.

Y en ese instante supe que lo único que estaba bien en él era su sonrisa.

—El baño está por allá —señalé fuera.

—¿Podría usar el tuyo? —enarcó una ceja.

—Es demasiado —resoplé.

—¿Y si te digo que te buscaba a ti?

—Entonces busca en otro lado, porque para ti no estoy.

—Lo sabía.

—¿Qué?

—Eres una engreída. —Se acercó hasta a mí, acarició mi mejilla y mientras clavaba sus ojos oscuros en los míos dijo: —Eres hermosa.

—Y tu un arrogante.

—Solo quería que me disculparas.

Su voz era tierna y parecía una disculpa sincera. El tono de su voz se había tornado serio. Me alteraba que me resultara tan perfecto.

—He olvidado ese episodio.

—Sí, pero hay tres personas que no.

—Lo siento, Pelu —intuí que se refería a Pedro, Thomas y Lucas—, de todas formas ese no es mi problema.

—Como quieras. —Tomó la bola de nuevo— ¿Está bien si me la llevo? O la quieres para recordarme. —Rió mientras yo ponía mis ojos en blanco—. Okey. Adiós, nena —susurró en mi oído.

Para cuando bajé, los Munhoz estaban yéndose. Me acerqué a despedirlos para no parecer tan grosera. Pelu aprovechó que todos estaban presentes y me apartó para que pudiéramos hablar. Ese chico era el colmo. ¡Tan bipolar! No pude negarme y tuve que reprimir cualquier grosería que se me pasó por la cabeza a modo de respuesta. Así que después de su “¿Podemos hablar?”, solo me quedó sonreír y seguirlo.

—¿Qué quieres? —Pregunté molesta una vez que nos habíamos alejado lo suficiente.

—Es la última vez que voy a pedirte disculpas por lo de la otra noche. Quiero que te quede claro que no es por mí, ni por ti, sino por mis amigos. Al parecer les agradas.




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