Hasta que digas sí

Capítulo IX

—¿Te gustó lo que oíste? —Preguntó rompiendo el silencio.

—Suena bien.

—¿Te gustaron las canciones?

—Sí —me limitaba a respuestas monosilábicas.

—Usé la guitarra que me regalaste. ¿Lo notaste?

—No, no lo noté.

Me extrañaba su amabilidad.

—Tiene buena acústica.

—¿De repente te caigo bien? —me detuve.

—Solo intento ser amable.

—¡Qué raro!

—Me interesa que sepas que no te odio. Lo digo por… No tengo motivos para hacerlo.

—No tenías motivos para tratarme mal y lo hiciste.

—Solo… no te conozco.

—¿Y entonces por qué me tratas como si fuera una plaga?

—No lo sé. Disculpa.

—Acepto tus disculpas. Lo que no significa que seamos amigos —lo reparé.

—Está bien —rió.

¡Diablos! Cómo amaba su sonrisa. Tenía una dentadura perfectamente blanca y sus ojos haciéndose pequeños cada que lo hacían era un panorama casi de ensueños.

—¿Puedo preguntar algo? —asentí—. ¿Por qué siempre quieres pasar tiempo con nosotros?

—No conozco a nadie más.

—¿Te diviertes con los chicos?

—Contigo también. Pero solo cuando no me gruñes —Reí.

—Ya me tienes de gruñón. Estás… Estás invadiendo mi vida con tu presencia.

—¿Qué te invado?

—Sí. Estás en todos lados desde que llegaste.

—¿Crees que es a propósito? No eres tan importante. Es coincidencia y ya. Yo solo intento hacer amigos. Es difícil adaptarme y… Bueno… Tus amigos me dieron una oportunidad.

—Okey. No tienes la culpa.

—Si no te agrado y no me toleras, prometo que no me vuelves a ver un pelo.

—Es que parece que me agrada verte de pronto. No eres lo que imaginaba.

—¿Y qué imaginabas?

—No lo sé. Esperaba que no me gustara tanto tenerte cerca.

¡WOW! Nunca había esperado tremenda confidencia. Era el momento más oportuno desaparecer detrás de la puerta de casa y no volver a salir hasta que procesara todo aquello y eliminara el brillo que suponía irradiaba en mis ojos. Pero cuando intenté abrir la puerta, me di cuenta de que no traía llaves y de que mis padres habían dejado la casa totalmente cerrada… SIN AVISARME.

Pelu caminó hasta su casa, pues nos habíamos despedido ya, sacó sus llaves y se dispuso a entrar, aunque mi estúpida actitud lo llamo a volverse.

Yo estaba sentada sobre el césped del jardín intentando comunicarme con alguien que pudiera darme una solución… SIN OBTENER RESPUESTAS.

—¿Qué sucede? —escuché detrás de mí.

—No traigo llaves. Tampoco me responden mis padres y… Creo que me quedé fuera.

—Puedes venir conmigo, si quieres.

—No quiero molestarte.

—Vas a enfermarte.

—Estoy bien.

—No me molesta, de verdad, Sophie.

—Bueno.

Me invitó a sentarme. Estábamos en la cocina. Me ofreció algo de tomar mientras intentaba que estuviese cómoda con él, o al menos esas parecían ser sus intenciones.

—¿Tienes idea de a qué hora regresen? – Extendió una lata de soda hacia mí.

—No, la verdad que no. –Tomé la lata—. ¡Gracias!

—¿No te avisaron? – Tomó las papas y se sentó a mi lado en la mesada.

—No. Y ahora mi teléfono está sin batería.

—¿Quieres llamarlos desde aquí? – Asentí con la cabeza.

Buscó el teléfono en la sala y me lo prestó. Marqué una y mil veces, pero solo respondía la contestadora.

— De seguro están ocupados. – Extendí el teléfono hacia él.

—Luego vemos qué hacemos. De seguro vuelven pronto.

—¡Espero!

—¿Quieres ver televisión o jugar video juegos? – Preguntó amable. Algo que realmente me sorprendía.

—Como quieras –no quería abusarme de su amabilidad.

Pelu tenía una bipolaridad única. Un día podía tratarme súper bien y al siguiente mandarme a la guillotina si así lo quería. ¡Increíble! Era mucho más hormonal que yo.

—Ven, vamos a mi cuarto.

Sentía raro de estar sola con él en su casa, pero era eso o morir aburrida fuera esperando que alguien regresara.

Llevamos "provisiones" y subimos a su habitación. Solo esperaba que aquello que había dicho y aquello que de pronto yo empezaba a descubrir en mí por su causa, no alterara demasiado la tranquilidad a la que habíamos llegado.




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