11 de abril del 2016
Me despierta el canto de mi familia, como si el amanecer se hubiera colado entero en mi habitación. Las voces se acercan, cálidas y torpes de sueño. Tadeo aplaude, David rasguea la guitarra, Mariana y Samuel cantan a coro, mamá avanza con un pastel entre las manos.
Cada año es así, una tradición que me recuerda que pertenezco a este lugar.
Mamá coloca la torta frente a mí.
—Sopla, mi amor... pide tu deseo número diecisiete.
Cierro los ojos. El aire se acumula en mis pulmones como si pudiera encerrar dentro lo que más quiero.
Pienso en nosotros. En todos y soplo la vela.
—Feliz cumpleaños, mi pequeña —dice mamá.
—Feliz cumple, enana —agrega Samuel.
—¡Felicidadessss, pequeñota! —grita David.
—Feliz cumple, hermanita —susurra Mariana.
—Feliz vida, mi Chucka —me dice Tadeo.
—Los amo, no saben cuánto agradezco a Dios tenerlos aquí —les respondo mientras los abrazo uno a uno.
—Ya, dinos... ¿Cuál fue tu deseo esta vez? —pregunta Samuel.
—¿Pediste otra vez lo mismo? —insiste David.
—Déjenla, saben que nunca nos lo dice —corta Tadeo.
—Hija, alístate y baja a desayunar, por favor —dice mamá.
Todos salen, menos Tadeo.
—Cuando soplaste las velas había algo raro en tu mirada. ¿Qué sucede? —pregunta con el ceño fruncido.
—Sigue afectándome, aunque pasen los años. Sé que vendrá por la noche, pero cada cumpleaños lo extraño más.
—Hablas de papá. —Su voz baja al ver mis lágrimas.
—Sí. —Respiro hondo—. Y... pensé en otra cosa.
—¿En qué?
—En que mi deseo fue que siempre estemos juntos. Todos. Sin ausencias.
Me mira como si pudiera prometerme el universo, me toma de la mano y me abraza.
—Ese deseo lo voy a cuidar yo también.
El día se llenó de ruido y sol. Jugamos en la sala de videojuegos, fuimos a misa, reímos más de lo que pensamos. Pero al caer la noche mi ansiedad creció.
Corrí a mi habitación con la misma ilusión de cada año, papá aparecía por sorpresa y esperaba lo mismo en este. Me detuve frente a la puerta, respiré hondo y abrí.
No estaba.
Solo un oso enorme con una carta en las patas.
Feliz cumpleaños, hija. Hoy cumples diecisiete. Falta poco para que seas legalmente adulta. Lamento no estar ahí para llenarte de besos. Surgió un asunto en el trabajo y tuve que viajar de urgencia. Te mando este oso para que me recuerdes y sepas que, desde la distancia, te acompaño.
Con amor,
Papá.
Guardé la carta en el sobre y apreté al oso contra mi pecho. Tenía el olor de su colonia. Cerré los ojos recordando el último cumpleaños en que estuvimos todos, justo como lo pedí hoy.
—Toc, toc —la voz de Tadeo sonó en la puerta.
—Buenas noches... estoy buscando a una chica preciosa que tiene muchas pecas... —bromeó, pero dejó de sonreír al verme.
—Lo hizo otra vez... —susurré.
—No dejes que te duela tanto. Nos tienes a nosotros. Y te amamos. —Me tendió la mano.
—Nunca me faltará nadie más de esta familia, ¿cierto?
—Siempre estaremos juntos. Te lo prometo.
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Abro los ojos y las lágrimas queman antes de caer.
Esto pasó hace menos de un año.
Cómo puede cambiar la vida en segundos...
Hace ocho meses me prometiste cuidar mi deseo.
Ahora eres tú... quien me faltará para siempre.