Hasta que duela menos

Capítulo 06: Una noche sin memoria

GRACE

Despierto en una cama que no reconozco; el techo me resulta ajeno, las paredes también, y el aire huele a madera vieja y a un silencio que no sé si es mío o de este lugar. Me incorporo con torpeza, con la cabeza latiendo como si alguien la hubiera golpeado desde adentro. En la mesa de noche hay un vaso con agua y una aspirina; los tomo como si fueran un favor inmenso de alguien a quien no quiero mirar a los ojos. Al tragar, el cuerpo se me revuelve y siento náuseas.
No sé cómo llegué hasta aquí, ni cuánto bebí. Solo tengo algunos destellos: la barra del bar, el ardor en la garganta, una voz que me sonó conocida, manos que me tocaron con miedo... y después, el apagón.

Para ser mi primera borrachera, me aseguré de hacerla inolvidable. Lástima que el cuerpo no coopera; me siento como si algo se hubiera podrido adentro y nadie tuviera el valor de abrir la tapa... ni yo.

Me miro y llevo puesta una polera que no es mía. Me estremezco, aunque no sé si es por el frío o por la vergüenza. Siento una punzada en el estómago y corro al baño sin pensarlo. Me arrodillo frente al inodoro y vomito el vodka, la pena y todo lo que me tragué desde el día que él murió, como si pudiera sacarme el duelo de adentro... pero el duelo no se va así, no se digiere, no se escupe.

Dicen que el alcohol puede apagar el dolor y borrar las heridas por un rato, pero no es verdad, al menos no del todo. Por unos minutos quizás me olvidé de Tadeo y esa piedra constante que oprime mi pecho pareció ceder, dejándome solo el vacío, un vacío frío y oscuro que duele de otra manera, más silenciosa y profunda. Y lo peor de todo es que no fue tan terrible.

Me enjuago la boca e intento limpiar el desastre, paso la toalla por el suelo y por las esquinas de todo lo que no quiero recordar. El silencio de la casa me pesa, no sé quién vive aquí y no quiero averiguarlo, no quiero tener que agradecer ni explicar nada, solo quiero salir antes de que sea demasiado tarde para fingir que nada pasó.

—¿Tomaste lo que te dejé? —pregunta él. Su voz... esa voz seca, indiferente, como si nada en el mundo pudiera tocarlo.

Michael.

No hace falta girarme ya que su voz me alcanza como un disparo preciso, justo antes de que pueda esconderme. Si el alcohol servía para olvidar, hoy solo quiero olvidarme de haberlo probado.

—Michael... yo... —me odio al tartamudear. Me odio por sentirme así frente a él.

—Debes sentirte hecha mierda. Te traje algo liviano para comer y después tomas otra pastilla porque al parecer vomitaste la primera y no hizo efecto.

Su tono no cambia, es constante y frío como lo habitual

—No hace falta, me voy, no tenías por qué preocuparte. Ya hiciste suficiente trayéndome anoche.

Tomo mi bolso y me acerco a la puerta. El picaporte roza mi mano, pero su brazo se interpone antes de que logre abrirla.

—¿Quién es Tadeo?

Me congelo.

El nombre estalla en el aire como dinamita. ¿Cómo lo sabe? ¿Qué dije?

—No recuerdo nada y ni siquiera lo que hice contigo. Si puedes olvidarlo, te lo agradecería.

—No pasó nada entre nosotros, no soy de los que se aprovechan de las personas ebrias... y mucho menos de niñas que juegan a ser adultas embriagándose en un bar con un montón de idiotas viéndola como comérsela viva.

—No tienes que ser un patán. Ya entendí que te molestó lo que hice, pero nadie te pidió ayuda.

—Tienes razón. La próxima vez que te vea llorando en un bar, sin poder estar en pie y pidiendo otro trago, te ignoro. ¿Te parece?

—¡Me parece! —grito. Y cierro la puerta con tanta fuerza que algo dentro mío también se quiebra.

¿Por qué tenía que ser él?

Justo él.

Camino por la calle con la cabeza embotada y el ánimo por el suelo. Me doy cuenta de algo que solo empeora mi humor: su casa queda a unas cuadras de la librería, como si necesitara más razones para cruzármelo todos los días.

No entiendo a ese tipo. Sabía que era seco, que su forma de mirar no prometía nada bueno, pero lo de hoy fue distinto... fue una pared, una que me tiró encima cuando ya estaba en el piso.

Odio su voz sin emociones, odio su calma disfrazada. Y más que a él, me odio a mí, por haberme gastado todo el sueldo en una borrachera que solo sirvió para vomitar el alma.

Nada vuelve.

Todo lo que tomé terminó en el suelo.

El dinero, también.
Entro a la librería con la cara de quien quiere hacerse invisible. La señora Esthela me recibe con su voz de siempre.
—Llegué hace una hora, Michael me dijo que estabas indispuesta. ¿Te pasó algo?

Me pasó la vida encima señora Esthela, pero no se lo digo.

—Comí algo anoche que me cayó mal, ya estoy mejor, me pondré a trabajar.

Ella asiente con calma, aunque su siguiente frase me deja helada.

—Hablé con Michael por sus horarios, quiero que trabaje tiempo completo. Vive cerca y se nota que le interesa tener más paga.




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