
MICHAEL
<< A veces uno vuelve al infierno no porque lo desee, sino porque en ciertos mundos negarse no es una opción >>
Fui a esa fiesta porque Josh lo pidió, y cuando alguien como él “pide” algo, en realidad te está midiendo. Quiso verme de cerca, tantear en qué andaba, comprobar si todavía servía para algo o si el tiempo ya me había desgastado.
No era una invitación, era una prueba. Y aunque me prometí no volver a pisar su mundo, fui. No por respeto ni por miedo, sino porque en ese entorno romper un acuerdo es dejar el pecho expuesto. Y en ese juego, quedarse solo equivale a firmar una sentencia.
Desde que crucé la puerta sentí algo clavarse en el pecho. Las fiestas de Josh siempre me dieron asco. Todo olía a exceso: perfume caro, sudor disimulado, alcohol rancio escondido entre risas. Gente hablando demasiado alto, fingiendo alegría, bailando para olvidar que no sienten nada. Era el mismo ambiente del que llevaba tiempo escapando, la misma podredumbre envuelta en luces nuevas.
Josh estaba en el centro, como siempre, rodeado de rostros que no le importaban pero que servían para mantenerlo erguido. Levantaba la copa, hablaba fuerte, reía con esa seguridad que solo tienen los que saben que todos los demás les temen. Me saludó con una sonrisa vacía, como si fuéramos viejos socios. Como si no hubiera sangre ni culpas entre nosotros. Fingí interés, devolví el gesto, dije lo justo. Porque nada de eso me importaba. Ni él, ni su ruido, ni esta farsa.
Esperé poco más de una hora. El aire se volvía cada vez más espeso, cargado de perfume y soberbia. Sentía la cabeza pesada, la paciencia agotándose. Ya había decidido irme. Caminaba hacia la salida, esquivando cuerpos, cuando algo —una figura quieta, distinta— me detuvo.
Al principio no estuve seguro. Era solo una silueta contra la pared, perdida entre luces y murmullos. Pero había algo en su forma de estar, en esa calma tensa que no encajaba con el resto. Me giré con disimulo, buscando no llamar la atención. Y entonces la reconocí.
Grace.
Estaba sola, con la mirada baja, como si quisiera volverse invisible o, al menos, pasar desapercibida en un lugar donde todos gritan por ser vistos. Su ropa era sencilla, su postura cerrada, pero no era eso lo que desentonaba. Era otra cosa, más honda. Un tipo de tristeza que no encaja entre copas caras y carcajadas falsas. Su presencia rompía el ritmo del lugar, como una nota fuera de tono en una canción que ya no soportaba escuchar.
Me quedé quieto, con la copa en la mano, sin saber por qué. Fue como si el cuerpo entendiera algo antes que la mente. Ella no pertenecía a ese mundo, y verlo tan claro me descolocó.
Me repetí que no tenía sentido preocuparme, que Grace no necesitaba que nadie la salvara, que era más fuerte de lo que aparentaba, incluso más de lo que ella misma creía. Pero aun así, no podía apartar la vista. Había algo en ella que no encajaba con nada de lo que la rodeaba. Su silencio. Su forma de sostener el peso del ruido sin quebrarse. Esa quietud que parecía un grito ahogado.
En medio del humo, las luces y la música, ella parecía de otro lugar. Y tal vez por eso me afectó tanto. Porque yo también había dejado de pertenecer a todo esto. Tal vez verla ahí fue como mirarme en un reflejo que no pedí.
Iba a acercarme, o al menos intentarlo, cuando lo vi a él.
Josh.
Se acercó con el paso seguro y arrogante de siempre, ese que pisa como si el suelo le debiera algo. Lo conocía demasiado bien. No hablaba si no era para conseguir, no sonreía si no era para dominar. Y cuando lo vi inclinarse hacia ella con esa amabilidad que precede al daño, supe que no podía irme.
No porque tuviera derecho ni porque me correspondiera, sino porque en ese instante entendí que Grace no sabía en qué estaba metida, y él sí. Quise convencerme de que no me importaba, que no era mi lugar, que no debía repetir los errores del pasado. Pero el cuerpo no obedeció. Me quedé observando, sintiendo cómo cada segundo me empujaba más hacia el borde.
La vi subir las escaleras. Lo vi a él detrás, siguiéndola con esa calma de quien se sabe impune. Pude girar y marcharme, fingir que no entendía lo que estaba pasando, pero algo dentro de mí ya no supo cómo mirar a otro lado. Era como si todos los errores que había intentado enterrar me empujaran hacia esa habitación.
Cuando crucé la puerta ya no era yo. Era otra cosa, un impulso viejo, sin rostro, hecho de furia y memoria. Lo vi sobre ella, su cuerpo encima del suyo, sus manos donde no debían estar, y no escuché nada más. No hubo pensamiento, solo ruido, un rugido que me partió el pecho.
Lo arranqué de encima sin hablar, sin medir fuerza. Sentí el impacto de su cuerpo contra el suelo, el aire cortándose en su garganta cuando lo alcancé otra vez. Los golpes salieron solos, uno tras otro, como si cada uno cargara años de culpa que no sabía dónde poner. No paré cuando la sangre me salpicó los brazos ni cuando lo escuché intentar decir mi nombre.
La voz de Grace fue la única que logró atravesar el ruido. No gritaba mi nombre; me pedía que parara. Y sonó tan rota que por un segundo todo se detuvo.
Me quedé de pie, respirando con el pecho abierto, las manos temblando, el mundo girando en una neblina espesa. Josh estaba en el suelo, la cara irreconocible, el aire saliendo a pedazos. Ella, en cambio, temblaba. Tenía la ropa desordenada, los ojos vacíos, la piel pálida. Quise hablar, pero no había palabras posibles para un momento así.