Hasta que duela menos

Capítulo 10: Advertencias silenciosas

GRACE

Cerré la puerta con cuidado, como si el silencio fuera un peso más que cargar...

Me apoyé contra la pared un momento, caminé hacia mi habitación tratando de recuperar el aliento, pero el cuerpo no respondía. La noche había sido una batalla que aún no terminaba. Las pesadillas habían vuelto, tan vívidas que me despertaba sobresaltada, el corazón latiendo con fuerza, con la sensación de que el peligro seguía ahí, muy cerca. Cerraba los ojos para intentar escapar, pero el recuerdo de Josh y su furia estaba clavado en mi mente.

Intenté dejar atrás ese momento, pero la mente se negaba. El cansancio me hacía sentir pesada, con un vacío que no se llenaba con nada. No había forma de sacudirme esa sensación, como si cada segundo desde que cerré los ojos la noche anterior me hubiera arrastrado a lo mas profundo.

Cuando el amanecer llegó, me levanté sin ganas. Me miré en el espejo y la marca en mi rostro estaba ahí, clara y dolorosa, recordándome que nada había cambiado.
Busqué ropa limpia en la mochila, intentando concentrarme en lo rutinario, en vestirme, en prepararme para el día, aunque nada se sintiera normal.

Fue entonces que la vi. El álbum familiar, guardado en un rincón de la mochila. Lo había traído conmigo cuando me fui de casa, sin saber si quería enfrentarlo o dejarlo olvidado. Pero ahora, en ese momento, no pude evitar abrirlo.

La primera imagen fue un golpe. Mis padres, mis hermanos, y Tadeo cargándome cuando apenas era una niña. La sonrisa en esa foto parecía tan lejana, como un recuerdo que ya no me pertenecía. Sentí que algo se rompía por dentro, una mezcla de nostalgia y tristeza que me dejó sin aliento.

Las lágrimas llegaron sin aviso, calientes y pesadas, acompañadas de una presión en el pecho que me costaba soportar. Recordé todo lo que había perdido, todo lo que me dolía en silencio. Cerré los ojos y dejé que ese dolor me atravesara, porque no quedaba otra forma de seguir.

Intentaba respirar hondo, contener las lagrimas, pero el cuerpo ya no respondía. Me sentía tan agotada y deshecha por dentro. Levanté la mirada, buscando en el techo, en el vacío, alguna respuesta, algún consuelo que no encontraba.

—¿De verdad merezco todo esto? —murmuré, apenas audible—. ¿Esto es lo que queda para mí? No entiendo...

Me llevé una mano al pecho, intentando calmar la presión que no aflojaba.

—Te entregué todo, ¿no fue suficiente? Creí que si hacía las cosas bien, si me aferraba fuerte, en algún momento iba a parar. Pero no. Cada vez es peor. Me quitaste demasiado. Y sigo acá, obligándome a seguir cuando ya no puedo más.

El dolor me vencía. Cerré los ojos con fuerza.

—Ya no quiero más. No quiero más miedo, ni más culpa, ni esta sensación de estar rota todo el tiempo. Ayúdame a seguir, por favor. Solo eso. Dame algo que me sostenga. Porque no sabes cuánto me está doliendo. No sabes cómo se siente despertarse cada día con ganas de desaparecer.

Me quedé así, en silencio, esperando una respuesta que no llegó. Lo único que escuché fue el sonido de la puerta al abrirse.

Amelia entró, despacio. No dijo nada al principio. Solo me miró.

—Te escuché —dijo, con voz baja—. Grace... ¿Qué fue lo que te pasó?

Intenté limpiarme la cara con las mangas, pero era inútil. Me sentía expuesta, frágil, derrotada.

—No... no quiero hablar ahora —susurré.

—Tienes un golpe. ¿Cuándo fue esto?—toca mi rostro —¿Qué fue lo que pasó anoche?

Quise responderle. Decirle todo. Gritarle que casi iban a terminar conmigo, con lo poco que quedaba de mí, que si Michael no hubiese llegado, tal vez no estaría ahí. Pero las palabras se me quedaron trabadas en la garganta. Solo pude negar con la cabeza, mientras las lágrimas seguían cayendo, tercas.

Amelia se acercó mas y me abrazó sin insistir.

—Está bien. No digas nada si no quieres. Solo... no lo cargues sola, ¿sí? Estoy aquí siempre que me necesites, confía en mí, yo no te abandonaré nunca.

Asentí llorando, no podía hacer mucho más. La abracé fuerte, agradecida por su silencio, por no empujarme a contar lo que todavía no estaba lista para decir.

Minutos después, cuando logré calmarme un poco, me levanté. Me obligué a seguir. El café quedó a medias. La comida ni la toqué. Me vestí como si eso pudiera devolverme algo de normalidad, aunque por dentro me sintiera ausente.

Salí de casa con el rostro más firme, los gestos más controlados. Nadie debía notarlo. Tenía que funcionar, tenía que parecer que estaba bien. Aunque no lo estuviera.

**
La librería estaba tranquila, pero no esa tranquilidad que calma. Era la otra. Esa que hace ruido por dentro.

Crucé la puerta unos minutos después de él. Fingí normalidad desde el primer paso. El maquillaje apenas lograba disimular la marca, pero igual hice el esfuerzo.

Vi cómo Michael levantó la vista apenas entré. No dijo nada, pero su mirada se quedó fija en mi rostro un par de segundos. Lo suficiente para saber que lo había notado. Lo suficiente para sentir que ya no podía esconderlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.