Hasta que duela menos

Capítulo 11: El precio de no huir


MICHAEL

Verla mal otra vez por culpa de Josh me revuelve algo que ya no reconozco. Pensé que él se mantendría al margen al menos unos días y que le daría espacio para respirar, para volver a su vida, pero olvidé quién es. Lo subestimé una vez más.
Me encerré en el almacén sin otra opción, no quería seguir siendo cuestionado. Es evidente que Grace empieza a sospechar de mí y de mi pasado. Antes nunca me importó ocultar quién era, mentía cuando quería, siempre supe que si alguien sabía de mi realidad de mi verdad siempre estaría en peligro por ello siempre fui precavido, intenté que nadie sufra ni muriera por mi culpa.

Pero ahora... ahora solo me importa que a ella no le pase nada y es algo que no logro entender hasta ahora.
La puerta se abre.

Y ahí está.

Otra vez esos ojos cafés, hinchados.

Tiene aún marcada la bofetada de ayer. Lleva una caja en brazos. Me mira solo de reojo, no dice nada. Últimamente, nuestra cercanía solo parece empeorar las cosas y, aun así, no sé cómo alejarme.

No debería ser difícil. No para alguien como yo.

Paso el resto de la tarde ahí. Al final, la ayudo a cerrar la librería. Pongo el último candado y le entrego el manojo de llaves.
—Ten —extiendo la mano.

—Gracias. Por todo, en realidad. Hasta mañana.

No espera una respuesta mía y se marcha.

Hace unos días me hubiese dado igual. Pero después de lo que Josh intentó hacerle, sé que no se detendrá hasta joderla por completo.

_____________________________________________________________________________

Cuando ella se marchó en dirección opuesta, decidí seguirla, solo quería ver que no esté Josh esperándola.
Lo observo desde la esquina, con el cigarro consumiéndose lento entre los dedos. Grace cruza la calle y está por entrar a su casa. La veo rebuscar las llaves; tarda hasta que finalmente abre.

Camino hasta donde dejé el auto. Después de lo de ayer y lo de hoy, solo necesito despejarme un poco. Arranco y conduzco sin pensar demasiado, hasta llegar al lugar de siempre.

Entrar a ese sótano siempre me ha parecido repulsivo, pero es necesario. La entrada está disfrazada como la de un bar cualquiera, pero aquí abajo... aquí se viene a destruirse. A olvidar. A pelear.

Apenas coloco el código de acceso, siento la presión en el aire: olor a sudor, alcohol, sangre. Aquí te encuentras con toda clase de personas de distintos lugares, todos con un solo objetivo: vaciarse a golpes.
Este lugar, por ahora, es un medio económico... y hoy, es mi escape. Lo único que me sirve para dejar de pensar. Sobre todo, en ella.
Me acerco a uno de los tipos que manejan las apuestas. Lo miro en silencio.

—Méteme a la jaula. Voy a pelear.
—Me harás ganar dinero —dice, satisfecho. Asiento.

—Vale. Después de este te toca. Más te vale ganar.

Espero los ocho minutos que quedan. Me quito la camiseta y camino hacia la jaula.
Estoy frente a frente con mi contrincante. Me lleva una cabeza de ventaja, pero no me detengo a calcular. Lanzo el primer puñetazo sin pensarlo. Recibo uno directo a las costillas. Me deja sin aire, pero no me detengo. Golpeo con más fuerza. Lo alcanzo una vez más y, de pronto, lo escucho. El grito de Grace. Su voz rota cuando tenía a Josh encima.

Algo en mí se suelta.

Lo tumbo al suelo. Lo golpeo sin pausa. La cara, el pecho, otra vez la cara. No me detengo hasta que me sacan de encima. Vuelvo en mí. Miro mis manos cubiertas de sangre que no es mía.

Aprieto los puños con más fuerza y me largo.

Tomo mi camiseta, subo al bar y me siento en la barra. Me vienen imágenes a la cabeza de Grace llorando, con los gritos ahogados pidiendo ayuda. Sacudo mi cabeza sin entender lo que me está pasando.
Necesito relajarme. Bebo solo, esperando a que la Gin-tonic haga efecto y me quite los pensamientos que no me dejan en paz. Estoy en mi quinto trago hasta que se me acerca una mujer. Tiene los labios pintados de rojo, la ropa apretada, un cuerpo deseable... pero también tiene miedo. Se le nota cuando apenas ve mis manos.
—Hola —dice, forzando una sonrisa—me mandaron a darte el dinero de la pelea— extiende su mano con el fajo de dinero.

Me acerco, esa timidez, ese miedo, me hizo recordar y la beso con intensidad.

—Ven conmigo— intento llevármela a un lugar privado.

—Espera, no soy de esas. Vine a darte tu dinero. Te fuiste tan rápido que me mandaron para entregártelo.

Lo recibo, pero vuelvo a besarla. Necesito apagar algo. Ella se deja llevar, hasta que algo en mí me obliga a detenerme. La miro. Ella aún tiene los ojos cerrados. Me alejo. Y me voy.

Salgo del bar. Algo me está jodiendo. Algo me quema por dentro. En cualquier otra ocasión habría pasado la noche con esa mujer. ¿Por qué esta vez no pude?
Prendo el auto y me pongo en marcha hacia lo que llamo casa.

Al llegar, coloco el dinero donde siempre lo escondo, dejo todo de lado y me doy una ducha, pasó un rato y el sueño no llega como de costumbre, tengo el cuerpo adolorido, pero eso no es suficiente para descansar, vuelvo a prender un cigarro y en la primera calada escucho que golpean la puerta, por un momento creí que podría ser Grace, pero dudo con la hora que es, hasta que lo veo por la mirilla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.