
MICHAEL
El aire afuera es denso, húmedo, con esa quietud que anticipa una tormenta. Salgo de la librería sin mirar atrás. Camino con los hombros rígidos, como si el día aún no terminara de caer sobre mí. Grace se quedó adentro, acomodando los estantes. No le avisé que me iba. Prefiero evitarla. No sé qué hiere más: su forma de mirarme mientras curaba mis heridas o el silencio que dejó después.
Llevo el cigarro a los labios, lo enciendo y camino sin rumbo, como cuando era niño y no tenía a dónde regresar. La ciudad brilla, encendida en luces, pero todo se siente lejano, fuera de lugar. La gente pasa sin verme, los autos corren, y yo también avanzo, aunque no pertenezca a ningún sitio. Giro en una calle desierta y me detengo frente a la estación de tren abandonada, ese rincón donde el ruido del mundo se apaga y solo queda el concreto agrietado y la humedad que lo consume. Me recuerda a mí. A lo que aún queda de mí.
Apoyo la espalda contra el muro y cierro los ojos un instante. Entonces llega el recuerdo. Abril. Su voz en medio del caos. Un grito apagado entre disparos. Yo estaba en la pelea, una más de esas apuestas sucias que apenas alcanzaban para seguir. Ella, como siempre, observaba desde un rincón. Decía que no tenía miedo, que confiaba en mí. No sabía que esa noche no sería como las otras. Nadie le advirtió que el tipo del otro lado no venía solo por el premio.
Su imagen vuelve como una soga al cuello: no me mata, pero aprieta cada vez que respiro.
Recuerdo cómo cayó y el mundo se desmoronó para mí. El tipo desapareció entre la confusión, pero el olor a sangre quedó clavado en el aire y en mi piel. Ella me miró como si pudiera hacer algo, pero ya era demasiado tarde. No fue amor lo que sentí por ella, pero significó mucho para mí, ella fue esa bocanada de aire fresca que necesitaba cuando mi realidad era un tormento a mi corta edad. Ahora, recordarla es como llevar un peso que cargué sin permiso, una carga que terminó aplastándola. Y sin embargo, la perdí. La mataron por seguirme, por no soltarme, por creer que podía salvarme de mí mismo. Si solo me hubiese escuchado...
Me froto la cara con las manos, la mandíbula tensa. La culpa se atraganta en la garganta, un dolor que no se disipa. Dicen que con el tiempo se aprende a convivir con el dolor, pero nadie me advirtió que vivir era seguir acumulando muertos en la memoria.
Desde entonces cerré todas las puertas. No quise a la poca familia que me queda, amigos, pareja, ni un lugar al que llamar hogar. Solo quedaron las noches sangrientas de peleas, los golpes que dolían menos que el silencio, el alcohol que anestesiaba y mujeres que nunca hacían preguntas ni esperaban respuestas.
Pero últimamente ya no sé si podré sostener esa rutina. Desde que Grace apareció con esos ojos que no saben mentir, con esa obstinación absurda de querer entender lo que está roto, todo se volvió más pesado. Me consume la rabia por sentirme atrapado, la desesperación por no saber cómo alejarla sin romperme, sin dañarla.. Y sin embargo, sigo observándola desde lejos, convencido de que verla entrar a su casa es todo lo que puedo hacer para protegerla, aunque sé que no basta.
Escucho pasos lejanos y abro los ojos. La calle está vacía, pero algo en mí se activa. Ese instinto que nunca muere del todo, el que forjé en los años en que sobrevivir era lo único que importaba por el mundo en que tuve que meterme.
Prendo otro cigarro, intentando apagar el fuego que quema por dentro. Vuelvo a casa y la puerta se cierra tras de mí con un golpe seco. No enciendo la luz. Me muevo en la penumbra, como si cada paso fuese una batalla.
Abro el cajón. Ahí está: la libreta de Abril. Negra, gastada en las esquinas, un peso que sigue ahí tumbado, sin dejarme respirar tranquilo.
Paso la yema de los dedos por la tapa, temblando, sin atreverme a abrirla. No puedo. No hoy. No sé si algún día podré hacer pero solo recordarla escribiendo en ella, recordar ese rostro pasivo de Abril.— cierro los ojos con fuerza, me obligo a no derramar ni una sola lagrima.
Si me hubiese escuchado, si hubiese entendido que no tengo solución, tal vez, si nunca hubiera llegado a ese orfanato, Abril seguiría viva.
Dejo la libreta y, sin darme cuenta, mis puños se aprietan. La impotencia y la frustración que me inundan al recordar a Abril me dejan con la sensación de que pude hacer más, de que pude salvarla.— Tiro todo lo que tengo en frente mío, la rabia no deja pensar y termino dándole puñetazos a la pared con una frustración acumulada. Pierdo la noción de la realidad, de lo que estoy haciendo y solo paro cuando vuelvo a ver los vendajes llenos de sangre, los mismos vendajes que Grace me puso hoy en la tarde.
Mi respiración suena entre corta y me tiro en la cama, intentando relajarme, intento cerrar los ojos y dormir, intento que el cuerpo se rinda. Pero antes de ceder, murmuro en voz baja lo que no me permito pensar:
—Si alguien la toca, si la rompen, esta vez no me quedaré quieto.
Y sé que ya no hablo de Abril.
Sé que hablo de Grace.
***
La ciudad despierta con esa calma hipócrita que no engaña a nadie. La librería aún conserva el aroma a madera y polvo cuando llego, como si el mundo dentro se moviera más lento, más seguro.