¿Alguna vez han sentido que su estómago quiere estallar a causa de los nervios? Ese dolor que da en lo que conocemos coloquialmente como la boca del estómago o de forma técnica llamado Epigastrio.
Es mi primer día en la universidad.
Con dieciséis años.
Soy un fenómeno anormal que salió del bachillerato a los dieciséis años recién cumplidos. Mis compañeros tenían dieciocho años y yo era el bebé del lugar, ahora estaba en un sitio más grande de lo que pensé y me siento tan pequeña como una hormiga entre este mar de gente.
Por lo que estoy súper aterrorizada porque todo mundo se ve mucho mayor que yo y con más experiencia en la vida. Y para acabarla de acomodar siempre me he visto con menor edad de la que tengo. Así que debo de aparentar como doce años. Seguro en algún momento saldrá alguien diciendo que “el preescolar está para otro lado”
Me aferro a mi bolso como si mi vida dependiese de ello, hasta que espero a alguien que pueda ayudarme a conseguir mi aula. Y como ya dije es mi primer día de clases en la universidad, me siento totalmente perdida. Eso me pasa por no hacer el recorrido de bienvenida. Pero es que quería pasar más tiempo con mi familia, estúpida de mí.
Veo que todos pasan ajenos a lo que estoy sintiendo. Mis piernas tiemblan, mis manos sudan y se ha activado mi sistema nervioso autónomo. De forma específica se ha agilizado mi sistema simpático.
Y ya empecé a pensar estupideces.
Mi cerebro tiene por costumbre que cuando está nervioso, empieza a pensar tonterías. Y sacar a relucir todo lo que he leído o estudiado. Pero es así. ¿Qué se le puede hacer? Ese es el que tengo y no se aceptan devoluciones a la fábrica. Ojalá se pudiese.
Soy una persona muy tímida y me cuesta hablar con la gente que no conozco y por eso es que no le he preguntado a nadie. Creo que moriré aquí por mi ostracismo.
Voy caminando para dirigirme a secretaría para que me den la dirección, aunque en ese instante choco con alguien y tiro todos sus implementos. Dios, pero qué idiota soy.
Esto parece a las novelas que yo leo. Es tan cliché.
—Lo siento. —Me disculpo y supongo que mi cara debe estar como un tomate de lo ruborizada. Típico de mí.
La persona con la que me choqué alzó su cara y me dio una mirada. —Tranquila iba distraído. Lo siento. —lo miro todo por primera vez y veo que es un chico muy lindo, tiene los ojos color avellana y una sonrisa con hoyuelos. Siento que mi cara empieza a arder de la vergüenza porque me lo quede mirando mucho rato.
“Deja de mirarlo, estás haciendo el ridículo”
—No, discúlpame a mí. Yo soy media torpe —le digo tratando de no hacer una tonta de mi misma. Ya lo he hecho demasiado en menos de un minuto.
Niega. —No eres torpe. —sonríe de una forma tan cálida. Y mi cara no deja de ponerse colorada.
Me doy cuenta que el empieza a buscar algo, pero no lo ve. Hasta que me percato que tengo su horario en mi mano. Y se lo entrego de inmediato. Siempre pasando cada vergüenza. No tuve calle mientras crecí.
¿Y que no soy torpe? Que buen chiste. —Toma tu horario.
—¿Sabes dónde está el salón 11B? Estoy perdido. —Me dice olvidando las idioteces que he hecho. Por lo menos me siento muy identificada con él.
—Estoy en las mismas. —Respondo con un encogimiento de hombros—. Me dirigía a secretaría a ver si me orientaban.
—Perfecto. Te acompaño. —me mira con una sonrisa. Este chico sonríe mucho. —Bueno, sí no te molesta.
¿Qué si me molesta?
Claro que no. Es como un ángel caído del cielo en este momento.
—No, me ayudaría mucho. —Así no me siento tan sola. Creo que ya hecho un amigo. Esto es un éxito.
Caminamos por los pasillos de la universidad y ya no me siento tan nerviosa como cuando llegué. Es tan fácil hablar con este chico, tanto que me he olvidado de lo patosa que soy.
Me doy cuenta que no sé su nombre y es sorprendente tratar con alguien así y no tener ni idea de quién es.
—¿Cómo te llamas? —pregunto con un poco de vergüenza.
—Axel Ryel ¿y tú?
—Amelia Islas, pero me dicen Lía.
Da de nuevo una sonrisa y no en teniendo qué pudo causar eso en él. —Te llamaré Amelia, me gusta tu nombre. Es muy tierno. —en este momento mi cara debe estar tan roja como una señal de pare.
—¿Gracias? —Respondo un poco dudosa por la situación. Nadie me había dicho algo así en toda mi vida.
La conversación se detiene en el momento que entramos a secretaría, estando allí nos indican en dónde queda el salón. Lo más estúpido es que lo teníamos frente a nuestras narices y no lo vimos.
Nos dirigimos por los pasillos en completo silencio hasta que él como más valiente de los dos decide hablar.
—¿Qué estudias? —curiosea.
Me encojo de hombros, aún no me hago a la idea que mi sueño se está cumpliendo. —Medicina. —respondo, solo deseo que se haya oído bien.