Hasta que el sol vuelva a sonreír

Capítulo 8 ❤

Me sentía intranquila, encontrarme a la novia de Axel nunca sería fácil. Sobre todo porque sabía que me odiaba. Y tenía toda la razón del mundo para ello, yo estaba pasando mucho tiempo con él. Más que el que un amigo normal tendría y sabía que debería alejarme.

Le dio un beso en los labios sin siquiera decir nada. Lo que se sintió como ácido en mi estómago. Por lo que miré para otro lado.

—Sabía que te encontraría aquí. Mis amigos estaban pensando en pasar el rato y quería que me acompañaras.

Yo tragué en seco, esperaba mimetizarme con la pared o algo, pero no pasaba. Además, Ariana no era la dulce chica que aceptaría que su novio esté tan tranquilo, solo con otra chica. Eso daba mucho que pensar, incluso para una pueblerina como yo.

—Deja que tome mis llaves y nos vamos.

Ella se dio la vuelta y me ignoró por completo. Ni siquiera me saludó. Tal vez no me veía ni siquiera como competencia, solo como la amiga molesta que tenía su novio. Y Axel no había hecho ningún avance, por lo que podía estar tranquila por ese lado.

Axel se giró y encontró su mirada avellanada conmigo. —Lo siento, no sabía que vendría.

—No importa, diviértete. Mañana te veré en la escuela.

Asintió no muy convencido. Supongo que tampoco mañana lo vería. Y debía de aceptarlo como la casi adulta que era.

Me metí en mi casa y cerré la puerta. Mi mente no dejaba de irse a ellos dos. La manera en que se besaron me dejó bastante trastocada. Necesitaba que esto que sentía no siguiera su curso y terminara conmigo con un corazón roto. Axel había puesto mi mundo de revés.

No supe ni cómo me dormí esa noche. Al otro día llegué a la universidad a tiempo y no supe de él en todo ese rato. Cuando llegó la clase de matemática, Axel apareció y yo casi que lo abracé. No me gustaba ver esta clase sola.

—Menos mal llegué a tiempo.

—Sí, tú eres quién me explica. No puedes faltar aunque estés muriendo de malaria. —se rio y me relajé. Nada había cambiado de la noche anterior, lo que era una victoria en toda regla.

Nuestro profesor caminó y colocó un montón de hojas sobre su escritorio. Yo iba a vomitar mi desayuno aquí mismo. Eran nuestros exámenes.

Comenzó a llamarnos sin orden y Axel fue a retirar su evaluación primero. No tenía ninguna expresión en su rostro cuando se lo entregaron, por lo que no sabía si lo revisó. Él podría jugar a las cartas y ganar, nunca denotaba nada.

—Islas Amelia.

Caminé hasta su escritorio y sentía que mi corazón se saldría de mi pecho. Yo necesitaba salir bien en este examen. Todo por lo que había luchado se derrumbaría si esta materia me ganaba.

Me dio la hoja sin mostrar el número. Había una mirada sin emociones en el hombre. Cuando firmé la entrega fui hasta mi puesto.

—¿Listo para tu diez? —yo lo dudaba en este punto.

Ambos abrimos nuestras hojas y el alma se me cayó a los pies al mirar la nota. Mis ojos estaban aguados. Sobre todo cuando miré el hermoso diez pintado de rojo en la hoja de Axel.

—Lía —negué guardando mi examen en mi carpeta. Tenía unas inmensas ganas de llorar. De encerrarme en casa y no salir de allí de nuevo—. Lía, no te sientas mal. Se puede recuperar.

—Axel, lo cateé. Saqué dos. Un examen más y seguramente pierdo la materia. En el primero pasé a duras penas y lo sabes.

—Pero te ha ido bien en nuestros trabajos y todavía falta un examen además de nuestro final. Ese vale treinta por ciento de la materia.

Negué. Quería hacerme bolita y llorar por no ser brillante. ¿Qué hacía yo aquí cuando había tanta gente mejor que yo?

La clase terminó y yo ni siquiera tomé ni un apunte. El profesor explicó los ejercicios del examen y yo me sentí tan idiota. Como una estúpida por no haber logrado haber hecho eso bien. Era tan fácil y me dejé suspender.

Tenía clase de química la siguiente hora, pero decidí huir. No quería que me viese nadie. Solo deseaba poder enclaustrarme para estudiar y estudiar hasta que yo pudiese hacer los ejercicios de memoria. Que mi mente lograra ser más brillante.

Toda la vida la gente me ha llamado inteligente, pero en realidad no lo era. Solo era puro empeño que puse sobre mí, quería ser la mejor porque necesitaba cumplir mi sueño. Yo no era una chica de grandes recursos, mis padres me pagaban las cosas con la posada que regentaban. Era la chica dorada del pueblo.

Sentí pasos detrás de mí y caminé más rápido. Pero me tomaron del brazo impidiendo la acción. Solo sentí el aroma de mi amigo en mis fosas nasales cuando me abrazó y comencé a llorar.

Yo no estaba acostumbrada a fracasar. Nunca había tenido una mala nota en mi vida. Y esto me estaba rompiendo. No podía imaginar un futuro en donde me quitaran mi sueño. Me sentiría miserable para siempre.

La gente debía verme, pero sinceramente no me importaba. Yo me sentía tan triste. Miles de cosas pasaban por mi cabeza en este momento. Hacía una sumatoria de lo que necesitaba, de cuánto debía sacar para poder pasar. Yo tendría que estudiar más, tendría que esforzarme el triple de lo que hacía ahora. Yo era una burra.

—Una nota no va a definir nunca tu conocimiento, Lía. —era como si supiera lo que yo necesitaba escuchar—. Eres tan inteligente y fuerte, yo no podría lograr lo que tú.

No, no lo era. —Hay gente más preparada que yo. ¿Qué hago robándole el sueño a alguien más?

Él negó y me obligó a mirarlo. —No le estás robando el sueño a nadie. Tú lugar está aquí. Vas a ser grande en la profesión porque tienes pasión. Entrega. Y eso es lo más importante. Lograrás cada cosa que te propongas.

—No si me quitan la beca.

—No te la quitarán. Es un examen, Amelia. No toda la carrera. Tus notas son perfectas en las demás asignaturas, mereces estar aquí. Y cuando seas una neurocirujana importante te reirás de esto, luego te olvidarás de tu mejor amigo.

Me reí. —Lo harás tú. Dios sabe lo fastidiosa que soy.



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En el texto hay: drama, amor, amistad

Editado: 07.01.2023

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