Había pasado ya dos días desde que ocurrió lo de la cena y me huida triunfal.
Yo seguí en esos dos días haciendo cualquier cosa, menos pensar en la conversación que se venía con Axel. Salí con mi hermano al cine, ignoré a mis amigos y hablé mucho con Matías que seguía preocupado por mí y mis actitudes locas.
Pero ya no podía atrasar más esto.
Hablé con Axel para que nos viéramos y me dijo que tenía que hacer unas diligencias. Por lo que le dije que lo acompañaría. Que teníamos que hablar. Yo no estaba lista, pero era ahora o nunca. En un par de días me iría a Santillana y si lo hacía, no le contaría nada. Callaría por otros seis años más.
Cuando lo vi en la plaza que quedamos en que nos encontraríamos, casi flaqueé. Pero me dije que debía hacerlo. Que tenía que hablar. Ya basta de callar por tanto tiempo.
Caminé hacia él, las piernas me temblaban y mi pulso parecía querer salirse de control. Mi corazón saldría de mi pecho y caería sobre el asfalto en cualquier momento y no podré recogerlo porque las piernas me sudaban profusamente.
Tengo toda la sintomatología de un infarto, señor Jesús. Me voy a morir.
Él me vio antes de siquiera llegar. Sus ojos se enfocaron en mí, como si todavía no pudiese creer que yo esté aquí delante de él.
—Hola, Axel. —lo saludo, pero no igual que siempre que le daba un abrazo muy efusivo como lo era. Se sentía raro desde hacía días.
—Hola, Amelia. ¿Cómo estás?
¿Cómo le digo que estoy más triste que en cualquier momento? Me carcome tener que decirle esto.
—He dormido mucho—digo sin añadir más—. ¿Podemos hablar ya?
—Tengo una cita en un lugar, podemos hablar cuando termine. Tendremos más tiempo para hablar cuando salga de ello.
No sabía si esa era la mejor decisión, pero me agarré de ella. Por lo que asentí sin decir nada más.
Íbamos ya en su auto, no tocamos nada sobre el tema de la cena. No sabía si era por decisión de Axel o porque de verdad iba a hacer como si no tuvimos esa conversación antes de irme.
—¿A dónde vamos?
Él sospesa lo que va a decirme, lo veo en la forma en que toma el volante. Creo que no quiere hablarme de ello y me preocupa. —Ya te digo.
Tengo un presentimiento dentro de mí que no me está gustando para nada.
Estaciona en un centro comercial, no comprendo aun lo que viene hacer y está actuando de una forma muy extraña cuando nos acercamos a una joyería.
—¿Te puedo pedir un favor? —me mira suplicante.
Por favor que no sea lo que estoy pensando.
—Depende —le contesto tratando de acompasar mi corazón.
Dios, te ruego que no sea eso.
—No es nada malo. —Él mira a lo lejos y luego a mí. Ese tormento que empañaba su mirada estaba allí—. ¿Me ayudarías a elegir el anillo de compromiso para Ariana?
No.
No podía ser posible.
Quería creer que era un imposible, que solo estaba aquí por cualquier cosa menos eso. Pedí que no fuera una mala pasada de mi mente. Pero no, estaba ocurriendo justo ahora.
El poco aire que me mantenía salió de mis pulmones.
—¿Qué? —digo con un hilo de voz.
—No tengo a nadie a quien pedírselo. Sabes de esas cosas.
Ja, esto era otro nivel de dolor. Yo creía que no se me podía romper más el corazón. Bueno, aquí está la prueba de que sí. Si es posible.
Debí haberle dicho antes, no debí subirme a ese auto. Tenía que haber hablado en el segundo en que lo vi en el parque. Ahora estaba esto.
Me duele muy profundo y me trago las lágrimas. —Está bien
“¿Qué hiciste, imbécil?” Grita mi subconsciente, pero yo no puedo pensar en nada más. Mi cerebro se bloqueó.
—Gracias, mi Lía.
Me quiero morir.
Entramos a la joyería y una dependienta nos atiende. Yo estaba por completo ida, no veía a la nada.
—¿Ella es su prometida?
¿Más sal a la herida?
Qué más quisiera yo.
—No —respondemos ambos al unísono. Aunque mi voz sonó como hueca, vacía.
Ella se sonroja y se disculpa por su metedura de pata. Yo no puedo hacer más nada. Ver cómo todo se desarrolla. Es parecido a un choque de trenes. No quieres ver, pero no puedes quitar la mirada pese a que sabes que va a haber una colisión.
La chica va sacando los anillos más hermosos y yo tomo grandes bocanadas de aire a cada rato. Me estaba ahogando. Y lo peor es que él ni siquiera lo notaba. Yo estaba a nada de caerme contra el suelo y él seguía con la mirada puesta en las piezas.
Y aguanté lo más que pude, pero cuando Axel tomó el anillo que más me gustó y me lo va a enseñar. Me derrumbo. Ya no puedo más. Hasta aquí.
—No puedo.