Me sentía cálida, descansada y por completo cómoda en dónde estaba dormida. Y si abrí los ojos fue porque la luz del sol comenzó a molestarme en la cara. Así que enfoqué para darme cuenta de dónde estaba y casi me fui para atrás, cosa que no ocurrió porque yo ya estaba acostada, cuando me di cuenta donde me había quedado dormida.
Sobre el pecho de Matías.
Ya se estaba haciendo costumbre.
Matías y yo nos quedamos dormidos en la tumbona luego de conversar mucho. Hablamos de casi todo. Me desahogué luego de que me contara de nuevo sobre sus sentimientos hacia mí.
Él me abrazaba, por eso es que estaba tan calentita. Su barbilla encajaba con mi cabeza, yo estaba metida en su cuello y mis manos se hallaban en su pecho justo donde su corazón latía.
¿Cómo era posible que alguien podía otorgar tanta paz?
Era el amigo más grandioso del mundo, y no es que lo esté comparando con Axel, nosotros fuimos amigos mucho tiempo y esos años los valoro porque él logró que yo me sintiera bien, querida y apoyada, pero ahora sabía que podía tener más amistades y que nada opacaría esos años.
Lo miré de nuevo y mi corazón estaba latiendo acelerado. Porque esto era mucho. Nunca me acostumbraría a ello.
Alcé la cara y miré su rostro dormido. Sus ojitos grises cerrados y calma en su haber. Detallé sus facciones, su nariz perfecta, sus labios con se perfecto arco de cupido. Matías era muy guapo. Hermoso.
Y justo en ese momento me pregunté cómo sería besarlo.
Sentí como mis mejillas se enrojecieron. Sabía que debía verse como si tuviera fiebre, pero ese pensamiento llegó a mí y me sorprendió mucho. Porque de verdad quería besarlo. Bastante.
Yo no tenía mucho para comparar, era prácticamente nula mi experiencia en besar. Solo había sido un chico y tenía tanto miedo de que fuera horrible. Todos mis besos han estado empañados por algo. Por el alcohol, la culpabilidad, el dolor y la rabia. Pero nunca me han besado sin pensar en nada más.
Debe ser lindo.
Me volví a acurrucar no queriendo volver a la realidad. Tenía que volver a casa y seguir en este proceso de curación. Matías tenía que volver a Madrid para trabajar. Me quedaría para siempre aquí en este momento si pudiera.
Sentí un roce en el nacimiento de mi cabello luego un pequeño beso. —Buen día, Mel.
Hasta ahora todavía se me hacía raro que me hubiese puesto un apodo diferente al de la forma en que me llamaba las demás personas, pero se sentía más único. Como algo especial y solo de él.
—Buen día, Matt.
—Hora de volver a casa. —volví a sentir un besito en mi frente—. Desayunemos.
—Siempre me compras con comida.
—Cualquier cosa para estar más tiempo cerca de ti.
Me ruboricé aún más si era posible y traté de actuar normal, pero es que a veces no podía concebir que él disfrutará de mi compañía. Pese a lo que me había contado, siempre parecía contento de tenerme cerca.
No quiero lastimarlo. No deseo hacerlo porque no lo merece.
Cada uno tomó la habitación desperdiciada y quedamos de vernos para desayunar en veinte minutos. Al terminar de ducharme, estaba dispuesta a salir del baño cuando una imagen me hizo devolverme. Y fue cuando me enfoqué completamente en mí.
Estaba cambiada.
Poco a poco mis mejillas estaban tomando color y las bolsas que tenía bajo mis ojos se fueron desapareciendo con el descanso de los pasados días. Esa parte de mi rostro que se veía demacrada ya no estaba. Parecía estar bien. Parecía que sanaba.
No seguí detallándome porque notaría un montón de cambios en mí. Por lo que terminé de arreglarme. Cuando salí de mi habitación vi que Matías estaba mirando a la piscina mientras hablaba por teléfono. Una fuerza que iba a más allá de mí me hizo acercarme y pasar mis brazos alrededor de su cintura y lo abrace fuerte.
Lo oía hablar de un caso que estaba en el hospital y sentí como tomaba mi mano y la besaba. Me ruboricé porque para mí era un gesto extraño, solo que en él se sentía correcto.
Apagó su teléfono. —¿Lista para desayunar?
—Ni se pregunta, siempre quiero comer.
Escuché su risa y salimos de allí rumbo a una cafetería en donde comimos en medio de conversaciones de casos clínicos y nada personal como la que tuvimos ayer.
—¿Qué piensas de que comience a hacer ejercicio? —inquirí luego de un rato.
Giró su cabeza y me miró fijo. No había diversión en su mirada, solo interés. —¿Por qué quieres hacerlo?
Pensé que me diría que no lo hiciera, que solo era una tontería, pero solo preguntó el porqué.
—Porque quiero sentirme bien conmigo misma. Amar mi cuerpo —Dios mío, su pudieras retroceder unos diez segundos para que no oiga eso que dije. Siempre termino en bochorno delante de él—. Olvida lo que dije.
Negó. —Siempre que lo hagas por ti y solo por ti, estará bien. Pero también puedes amar tu cuerpo sin el ejercicio, Mel. Toda tú es perfecta.
Mis mejillas se ponen rojas y una sensación hermosa se posa en mi pecho. Solo me recosté contra él sin saber qué decirle y tomé su mano entre la mía.
Al terminar cogimos un taxi hasta el sitio donde dejó su auto. Era cerca de casa y pronto me vi llegando a la posada. Sabía que pasaría tiempo antes de volver a verlo de nuevo, ya que hoy debía de regresar a Madrid.
Me acompañó hasta la puerta. —Gracias por la excursión, me gustó mucho.
—Soy yo quien debe darte las gracias, disfrute compartir ese momento contigo.
Me acerqué para volverlo a abrazar cuando sentí que la puerta se abría interrumpiendo el momento. Quise pedir privacidad, pero me cohibí al ver dos personas iguales frente a mí.
—Ahora si me lo cargo.
—Erick, deja la gilipollez —dije.
—¿Quién coño es este? —exclamó el clon del otro.
Quería morir, de todos los días en que mis dos hermanos tenían que estar aquí, justamente tenía que ser hoy. Ellos dos no se iban a tomar con deportividad que yo haya pasado la noche con un chico. No importa que al imbécil de Erick se lo haya explicado, para él yo seguía siendo una niña en pañales.