Dos semanas luego de reintegrarme al trabajo, mis amigas me escribieron para saber si quería tener una parrillada como hacíamos antes en casa de Sofi y Alberto. Estaban invitando a Matt también y sentí lindo de que lo quisieran incluir en el plan, pero también me dio cierto nerviosismo porque no sabía cómo se lo tomarían sus parejas. Ellos no eran como muy adeptos a esa relación.
Salvo que a la única que debía importarle era a mí.
Así que el domingo, me arreglé y esperé que Matías fuera a recogerme. Haydee y Erick también habían sido invitados, pero ellos se decidieron quedarse a descansar. Estaban muy ocupados con todo y supongo que querían tener soledad. Aprovechar que no estaría para tener privacidad. Si no fuera porque ya habíamos hecho el acuerdo de quedarme en el apartamento cuando se mudaran ya habría buscado algo para mí.
Escuché el timbre y yo abrí la puerta emocionada de ver a mi chico. Aún se me hacía raro decir eso, sonaba importante. Tal vez para otras personas fuera algo equis y sin importancia, pero para mí era un paso gigante. Ya pensaba que me iba a quedar a vestir santos.
—Hola, Mel.
—Hola, Matt —sonreí al verlo vestido de Bermudas y remera. El estilo casual siempre sería hermoso en él—. ¿Quieres huir ahora que puedes? Estarás a prueba. Yo que tú estaría nervioso.
—Y lo estoy. Pero no me escaparé. Es lo que esperan que haga —me hizo girar sobre mi eje—. Te ves linda.
Me hizo sentir así. —Gracias, tú también te ves bien. Comestible.
Eso lo hizo reír. —Tienes permiso de hacer lo que quieras.
Me ruboricé. Pero roja como el color de un tomate.
—Nunca pensé que diría algo así.
—Bueno, estas de lanzado. No te reconozco.
Me abrazó y yo me quedé bajo su barbilla. Ahora que ambos estábamos ocupados casi no nos veíamos. Eran tiempos robados para almorzar y siempre salíamos luego del trabajo. Pero eran pocas horas ya que a veces él tenía cirugías, además de guardias que no acababan y debía descansar.
La puerta tras de mí se abrió y escuché un carraspeo. —Las manos quietas, Vera. No porque seas su novio —dijo la palabra como si fuera algo horrible—... vas a estar de cómodo.
Me giré. —Erick, por Dios. Fue un abrazo. Ya hablamos de esto.
—¿La conversación de que eres una adulta y que tomas tus propias decisiones? Yo la obvié. —es que lo iba a asesinar—. Mentira, hermanita, la tengo en cuenta, pero igual no quiero verlo tan cerca.
Decidí dejar de lado su sobreprotección, por lo que me acerqué para abrazarlo a él y darle un beso en la mejilla. —Anda que sé que quieres que me vaya.
—Sola, no con él.
—Ridículo.
—Ridícula tú —señaló a Matías—. Cuídala.
—Siempre —contestó solemne.
Salimos del edificio y subimos al auto. Tan pronto como cerró su puerta, me tomó de la barbilla y me besó.
Cada día experimentaba mil y una sensaciones cada vez que nos tocábamos. Como si quisiera fundirme en él. No dejarlo en ningún segundo. Y lo extraño mucho cuando no lo veo. Es que siento que puedo cada vez que está cerca de mí.
Se alejó de mis labios y dejó un besito en mi nariz. —Si hubieses hecho esto allá arriba mi hermano no me habría dejado salir.
Se rio.
—Y conociéndote lo hubieses salteado. Pero prefiero que no lleguemos a eso.
Comenzó a conducir y yo le subí el volumen a la radio. La música de Morat estaba sonando por los altavoces y yo me volví loca cantando sin ningún tipo de oído musical.
Estacionamos en un supermercado y cuando mi mirada se encontró con la de Matt, estaba sintiendo. —¿Cuán ridícula me veía?
—Mucho, pero me gustas así.
Lo empujé, pero me sentí querida por su halago. —Hermosa.
Compramos algunas cosas para llevar a la parrillada. Fue una experiencia que me recordaba a la noche que nos quedamos en Ubiarco. Siendo sincera conmigo misma esa fue una de las noches más lindas de mi vida. Me sentí diferente, no la Amelia sobreprotegida por su familia.
Mientras escogía las compras, mi querido novio se volvió loco. A Matías había que cuidarlo de las arribistas, cosa que yo veía y pasaba más de un segundo detallando, iba y lo colocaba en el carrito. Yo lo miraba fijamente y quitaba lo que colocaba como un cachorro regañado.
—Solo son ositos de gominola, Mel. No te estoy comprando un auto.
—Pero se salen de mi rutina. Estoy bajándole a los dulces.
—Es domingo. Mañana retomas tu rutina.
—Habló el señor que parece modelo. No creas que no vi los batidos de proteína que tienes en casa.
—Pero los fines de semana son libres. —quitó un mechón de cabello que estaba en mi mejilla—. Eres hermosa Mel.
Y él me hacía sentir así, pero no quitaba que esas inseguridades las tenía arraigadas muy dentro de mí.
—Te voy a obligar a que salgas a trotar conmigo mañana.
—Ya lo hago.
Eso era cierto.
En el mes que llevábamos juntos salíamos a hacer ejercicio muchas veces. Las ocasiones que no me acompañaba él, lo hacía Erick. Sabía porqué ambos los hacía, para cuidarme de los peligros de la calle.
—Pues ahora no puedes escaquearte por nada.
Soltó su bella risa y yo me encajé mis brazos alrededor de su cuerpo y caminamos como si yo fuera una garrapata.
Tenía que reponer protector solar y me acerqué a la farmacia con él, así como un insecto pegado a su ropa. Sin embargo, me puse del color de un tomate porque para pasar al pasillo donde estaban esos productos, nos encontramos con todo el stand de preservativos y cosas así.
Me iba a morir cuando mi mirada se quedó clavada allí.
No habíamos hablado del tema. Salvo la noche que yo le conté que era virgen y ni siquiera pensaba que él gustara de mí. Ahora eso parecía a mil años de distancia. No obstante, sabía que eso debía conversarse. ¿Estaba preparada para ello? No lo sabía.
Mi mente fue un cúmulo de cosas cuando estaba buscando mi protector solar. Me había tensado y sabía que él lo había notado.