Él me miró fijamente
Yo le miré de la misma forma.
Una tensión desconocida y que tiraba de nosotros para acercarnos crepitaba en el ambiente y no podíamos escapar de ella. Todo nos trajo a este momento.
No sabría decir quién de los dos inició, solo que con encontramos el camino a nuestras bocas. Lo que yo traía en las manos terminó en un lugar en el suelo. Me sostuve de su cuello mientras que sentía sus manos posarse una en mi nuca y la otra en mi cadera en donde me aguantó para acercarme más a su cuerpo.
Mi corazón latía acelerado marcando un compás desconocido, este anhelo se había hecho dueño de nosotros dos. Un deseo que nos llevaba a cometer cosas inimaginables.
Mis manos se posaron en lo fuerte de sus hombros, trababa de atraerlo más a mí. Que no quedará ningún centímetro de separación entre el uno y el otro. Sus labios se movían con suavidad, pero al mismo tiempo con determinación.
Y yo que siempre fui la precavida, la chica cuidada por todos, lancé toda precaución por la ventana. Porque lo único que quería es que nada ya no nos separara y deseaba que estuviera dentro de mí. Era un anhelo irracional, algo que no podía explicar, pero era lo que mi cuerpo y mi alma pedían.
Mis uñas se clavaron en su espalda y escuché su gemido. Sus manos se apoderaron de mi cabello y buscó mi boca hundiendo su lengua para encontrar la mía. Todo lo que conocía de él había sido solo un preámbulo para lo que descubrí de esta noche con este beso.
Yo di un gimoteo que se escuchó raro en mi oído, yo me sentía que ardía. Había traspasado el punto de no retorno, si Matías se alejaba creo que podría rogar porque terminara lo que se inició.
Me recreé en su boca y en la manera en que me besaba, tomé todo lo que podía darme, mañana recordaría lo que fue besarlo y ser sorprendida de esta manera.
Ambos nos separamos, mi respiración estaba acelerada, pero Matías continuó con su caricia. Siguió besando mis mejillas y susurrándome lo mucho que me deseaba.
—Mel, tienes que estar segura de esto.
—Lo estoy, quiero que seas tú. Quiero que seas el primero. Quiero que me hagas el amor.
Su mirada se encontró con la mía. Sus ojos grises eran plata fundida a punto de quemar cualquier cosa que la tocase. Veía la tensión en los tendones de su cuello y sentía el calor que emanaba de su cuerpo.
—Amelia, soy tuyo completamente.
Y supe que no había vuelta atrás.
Porque lejos quedaba el chico tímido que conocí, ese que se ruborizaba y era dulce. Matías cambió de forma radical mientras que me tomaba en brazos y cerraba la puerta de una patada.
Eso fue algo que me gustó más de lo que podía admitir.
Mi vestido se enrolló en mi cintura cuando envolví mis piernas alrededor de él. En otro momento podría sentirme avergonzada, pero todo lo contrario, todo lo que quería era el hombre al que estaba abrazada y que me besaba como si su mundo dependiera de mí.
Matías me llevó a mi habitación sin despegar nuestras bocas. Era como si el besarnos fuera parte vital de vivir, no podía alejarnos más que para tomar una calada de aire y seguir probándonos de esta forma casi desesperada.
Llegamos al cuarto y la luz tenue estaba dándonos la bienvenida. Me dejó sobre mis pies y me tambaleé un poco porque mis rodillas estaban hechas un flan. Nuestros ojos nunca se despegaron y era como si estuviera memorizándome para recordarme luego.
—¿De verdad estás segura?
Nunca había estado tan segura de algo como está decisión. Al principio sentí miedo ya que era entregarle una parte importante de mí. Era una primera vez que aunque yo podría repetir el acto, las primeras veces de cualquier cosa que hicieras dejaba en ti una huella imborrable.
—Sí, Matt. Lo estoy. —y había llegado el momento confesarle algo—. Tomo anticonceptivos para regular mi período desde hace años.
—Mel, pero no quiero que pienses que de alguna forma yo te coaccioné.
Negué repetidas veces. —Nunca, jamás pensaría eso de ti. Siempre me has dado a elegir y lo que quiero es esto.
Su respuesta fue besarme.
Sus manos estaban por todo mi cuerpo, tocando, enseñándome su tacto. Su lengua saboreaba mi boca mientras que me enseñaba todo lo que era desconocido para mí.
Se alejó y yo reclamé para que sus labios volvieran al lugar donde pertenecían conmigo, pero no lo hizo. Solo me dio la vuelta y besó mi cuello.
—Hoy no podía quitar mis ojos de ti. Te ves hermosa con este vestido —musitó con voz ronca—. Eres preciosa en todo momento, pero hoy al verte fue como tener un ataque al corazón.
—Me alegra que te gustara.
—Pero quiero verte toda. —sabía lo que significaba, yo había contemplado eso, pero seguía siendo un tema complicado mi físico. Iba a ver de mí más que cualquier persona en el mundo, salvo mi ginecóloga y mi madre.
Mi vestido tiene una hebilla en el cuello que debía soltarse. Al hacerlo este quedó flojo sobre mi pecho y el aire acarició mi piel. Como se desabrochaba por el costado, comenzó la tarea de bajar la cremallera. Por cada parte de piel que se descubría, él la besaba suavemente como el aleteo de una mariposa. Tomaba su tiempo y es una de las cosas que más amaba de él.
Cuando el vestido cayó sobre el suelo en un ruido sordo. Me dio la vuelta para mirarme. Yo de forma automática puse mis manos en mis pechos desnudos. Llevaba unas braguitas de algodón porque no fue como si yo hubiese planeado está noche esto. Lo quería, pero no había contado que fuera hoy.
—¿Confías en mí?
Asentí. —Con todo mi corazón.
—Entonces, déjame mirarte por entero.
Di una respiración profunda. Bajé la cara con miedo de encontrar repulsión, yo no era una súper modelo. Mi cuerpo era normal. Con lonjitas, estrías y nada de culo.
Me daba vergüenza.
Su mano se detuvo bajo mi barbilla y me alzó la cara con suavidad. —Amor, mírame. No te escondas de mí.