Salí de la revista médica, mientras comentaba con los residentes lo que habíamos visto cuando estaban evaluando al paciente de enfermedad de Huntington que estaba ingresado.
Ahorita me la pasaba más que todo en Neurología aprendiendo de todo. Los mismos residentes se habían dispuesto a enseñarme de todo un poco y me dejaban entrar a las cirugías, obvio que nada más a ver porque no se me permitía más nada. Al menos ya daban por hecho que aquí sería en dónde haría mi especialidad, por lo que disfrutaba del tiempo que pasaba aquí mirando a los pacientes y entablando amistad con las enfermeras del servicio.
Hay quienes si eran crueles y me dejaban haciendo a mi sola el examen físico y toda la historia clínica. Pero, trataba de verle el lado positivo. Yo estaba aprendiendo de primera mano sobre todo esto. Era conocimiento que no salía en los libros, sino de hablar con el paciente y aprender con ellos cada día.
Me voy a la cafetería del hospital y pido un café con leche para mí y uno solo para Matías. Voy hacia el área de cardiología y apenas me vieron, me señalaron que estaba en el cuarto de descanso sin siquiera preguntar.
No lo veía desde anoche que me dejó en casa luego de la salida que tuvimos con su hermana. Ella se fue temprano en la mañana, pero habíamos quedado en mensajearnos.
Apenas entré a la habitación noté que él estaba sentado en una de las camas, con la mirada perdida. Eso no me parecía bien. Algo le pasaba.
Cuando me coloqué al frente, él me miró. Intentó sonreírme para demostrarme que no le pasaba nada, pero yo lo conocía. Sabía que él no estaba contento. Su sonrisa se veía triste y no sabía qué tenía. Nunca lo había visto así. Me duele dentro ver su mirada empañada.
—Amor, ¿qué te ocurre? —pregunto preocupada de que haya pasado algo con su familia. Pero sobre todo a él.
Él me hizo sentarme a su lado. Solo le pude extender la taza y él le dio un trago como si necesitara algo de fuerza. Estaba nerviosa por lo que pueda decirme.
—Acaba de morir un paciente que estaba atendiendo. Venía con un infarto y por más que intenté no pude hacer nada. Siento que debí hacer más. Murió en mi código.
Tenía los ojos llorosos, sabía que había llorado y cuánto le afectó. Él siempre procuraba el bien de sus pacientes, por eso estudiaba tanto, porque quería que salieran del mal que los aquejaba.
No podía entenderlo todavía, yo apenas acababa de salir del internado. Solo sabía que la muerte de un paciente nunca era fácil. Escuchaba las experiencias ajenas y eran muy dolorosas. Y siempre será mi miedo, no sé cómo reaccionaría a ello.
—Lo siento mucho, Matt. Estoy segura de que intentaste todo... —lo abrazo fuertemente, queriendo que con mi contacto se sienta mejor—. Tú eres un buen médico. Lo sé, y mucha gente también lo sabe, por favor no estés triste. Me duele verte así.
—No quiero sentirme así, por más que mis tutores me dijeran que eso se hacía más fácil con los años, nunca lo ha hecho.
—No somos Dioses, hay fuerzas más grandes que nosotros. Porque si fuera así, a nadie se le moriría los pacientes. —besé su mano libre—. Abraza el dolor, y si te sigue afectando no dejes que te gobierne. Porque en el momento en que veas el sufrimiento de alguien más y te parezca algo normal, cuelga la bata, porque habrás perdido el amor a tu profesión.
Tal vez me había sobrepasado, quizás le dije algo erróneo. ¿Qué sabía yo? Ni siquiera era especialista.
—Gracias, Mel. Necesitaba hablar contigo. —me dio un nuevo abrazo que se sintió bien—. No sé qué haría yo sin ti. Me das calma.
A veces se me hacía increíble escucharlo hablar así de mí. El saber que Matías me amaba de esa forma es algo que no puedo explicar. Se siente hermoso ser querida de esa manera.
—Eres muy importante para mí, Matías. Nunca, jamás lo dudes —digo muy decidida a que me crea, porque es verdad—. Somos el apoyo del otro.
—Gracias, mi ángel —toma mi mano entrelazándola con la suya, mientras recuesto mi cabeza en su hombro.
Luego de un rato, quedamos para salir más tarde y me voy a terminar de revisar a algunos pacientes con los residentes de primer año.
Cuando estoy a punto de entrar a la sala de reuniones, me llaman para que vaya a la oficina del jefe del servicio. Y estoy nerviosa ¿Qué podía ser? Lo desconocía. Tal vez no querían que estuviera aquí o me regañarían por algo que hice mal.
Me preparé mentalmente para lo que pudieran decirme mientras caminaba. Divisé su puerta y me acerqué, dónde toqué dos veces la misma, luego de un "Pase" de parte del doctor Ernesto, abrí dando los buenos días, pero mi voz se cortó cuando iba a decir su nombre ya que mis ojos se dirigieron en un punto en una esquina.
Axel.
Me quedé sin aliento en ese momento.
Desde el día de mi graduación no le había visto. Está desmejorado, tiene bolsas bajo sus ojos, su mirada avellana no tiene su brillo particular y su sonrisa está ausente. No parece al chico que conocí, era como si hubiese perdido su luz.
Mierda.
Me lastimaba verlo de esa manera, traté de no recordar el momento en que lo conocí cuando me pareció tan hermoso y lleno de alegría y ahora estaba como muerto en vida. Odio que nuestra amistad terminara de esa forma.
El doctor Rivera toma la iniciativa de hablar. —Buenos días, doctora Islas. —le respondo el saludo y mi jefe continúa—. Me imagino que sabe quién es ese joven —Yo solo, asiento porque de verdad no sé hacer más nada en este momento. Mis manos temblaban como una hoja debilucha—. El doctor Ryel me dijo que estaba interesado en la residencia en Neurocirugía y ustedes dos siempre fueron un buen equipo durante su rotación por el servicio. Necesito que le expliques cómo maneja el doctor Oliver toda el área.
¿Por qué a mí?
Estoy bien con Matías. Teníamos una relación sólida, ¿Por qué debía volver ahora? ¿Acaso no había otros hospitales en los que podía trabajar?