El día de mi cumpleaños número veintiséis, yo Amelia Elena Islas, me convertí en madre.
Ambos miramos a nuestra hija venir con su pequeña maleta rosa y vernos con una sonrisa gigante, ella aún no sabía qué sería ahora nuestra razón de vida.
—Mel, Matt. Están aquí.
Ashley nos abrazó con emoción, desconocía el motivo por el que nos encontrábamos los dos. La emoción en nuestro pecho porque sabíamos que teníamos un año de matrimonio y que este era un paso grande nuevo. Sin embargo, se sentía correcto.
Teníamos la custodia de Ashley. Ahora era nuestra hija.
Ashley Valeria Vera Islas.
Luego de que se recuperará de su padecimiento, nosotros nos encargamos de su tratamiento, escuela y demás. Ella seguía sin encontrar una familia y ambos nos sentíamos mal de que ella no tuviera un hogar. Era una niña hermosa y brillante.
Y supimos que queríamos que fuera parte de nuestra vida.
Antes de que nos casáramos, ya pasábamos mucho tiempo con ella. Al unirnos, fue como la certeza de lo que haríamos. Queríamos que estuviera con nosotros.
Apenas nos dieron la custodia legal. Vinimos para acá. A ella se le había informado que una familia vendría a buscarla, pero no le dijeron quien para no ilusionarla. Aunque tenía poco más de cuatro años, era inteligente. Hablaba ya de forma fluida y sabía que en parte era por las circunstancias en las que estaba su vida creció rápido.
Solo me hizo amarla más.
Cuando la veníamos a visitar, me dolía ver qué ella se quedaba aquí. Dos familias más rechazaron adoptarla cuando se enteraron lo que tuvo de bebé. Una más lo intentó, pero declinaron la solicitud por algunos problemas. Así que aquí estaba.
Pero ahora era nuestra.
Había sido un proceso largo, dónde nos hicieron estudios sociales. Al principio pusieron pegas porque según ellos, yo era joven y que estudiaba, que mi sueldo era menos y en cuyo caso de que Matías perdiera su trabajo, yo no podría mantenerla. Lo que alargó el proceso a casi un año.
Pero pudimos, aquí estaba con nosotros.
Yo la amaba, desde que la tomé en brazos por primera vez hubo algo. Y sé que Matías lo sintió también, porque era de los dos él más embelesado con ella.
A veces nos dejaban salir con ella, íbamos al parque, a los juegos. Ashley y él era como ver un príncipe y su hija. Ambos reían y bromeaban entre ellos. Siempre veía la mirada de tristeza cuando tenía que dejarla de regreso.
—Pequeña, ¿Qué piensas de ir con nosotros? —preguntó Matías.
—Lina dijo que mis nuevos papás vendrían por mi hoy.
Miré la sonrisa de mi esposo, estaba tan feliz. Contento de que su pequeña bebé fuera estuviera yendo a casa con los dos.
Me agaché a su nivel y toqué su carita. —Ash, ¿Cómo te gustaría que fueran tus papás?
—Como tú y Matt. Matt me compra helados y tú siempre me peinas y me pones bonita. Que dibujen conmigo y me abracen mucho. Que me quieran —un nudo en mi garganta se formó y los ojos se me llenaron de lágrimas al escuchar todo lo que decía, algunas palabras las pronunciaba cómo la bebé que todavía era. Al mirar a Matt también lo noté así.
—¿Te gustaría que Amelia fuera tu mamá?
Sus ojitos marrones se iluminaron. —Sería un sueño. Ella me quiere mucho.
Yo estaba a nada de echarme a llorar. —Te tenemos una sorpresa.
—¿Un helado? Amo el helado —nos reímos mucho con su frase. Alguien como que pasaba mucho tiempo conmigo.
—Ash, tus nuevos papás somos nosotros dos, princesa. —dijo Matías.
Ella no reaccionó por un segundo y luego vi que comenzó a llorar. —¿Tu y la hermosa Mel serán mis papis?
Asentimos con miedo de que ella no le pareciera. —Prometemos cuidarte mucho y darte todo el amor que siente nuestro corazón —él tomó su manito y le dio un pequeño beso en el dorso.
—¿Y helado?
Volvimos a reír entre lágrimas. —Mucho helado —contesté.
—Si quiero —los tres nos abrazamos entre llanto, risas y la promesa de una familia. Teníamos a una pequeña niña que sabía que sería nuestro mundo.
La puerta se abrió y nos encontró en un lío llorando la encargada de la casa hogar. También estaba feliz ya que sabía la lucha que había sido para nuestra niña tener una familia. Así que era como un final de cuento. Maravilloso.
—Ya veo que le dieron la noticia —nos dijo.
—Sí, ellos son mis nuevos papis. —volví a llorar al escuchar eso—. Me voy a su casa.
—Hoy mismo.
Al final ella fue a despedirse de sus amigos con una de las matronas. Aunque todo el tiempo los vería, porque nosotros siempre volvíamos cada dos semanas a pasar tiempo con ellos. Nosotros nos quedamos finiquitando algunos papeles y mientras esperábamos a nuestra bebé, Matt me besó. —Es nuestra, Mel.
—Lo es.
—No quiero lastimarla nunca. ¿Y si no soy un buen padre?
Por Dios, era un amor con ella y no solo eso, habría que ponerle una niñera estricta para compensar lo blando que sería con Ashley. Algo me decía que yo sería la más rígida de los dos, porque tenía toda la pinta de que iba a ser la nena de papá.
—Matt, la adoras. Es imposible que seas un mal padre. Ya te tiene envuelto en su meñique. Será una experiencia muy linda ver qué intentes ser severo.
—Pero es que esos ojitos, Mel. Es una dulzura.
—Seremos una familia, Matt. —me abrazó y yo me quedé refugiada en su pecho—. Es el mejor cumpleaños de mi vida.
—Y no ha terminado el día.
—Iremos al centro comercial a comprarle ropa.
—Además, pienso que mereces un día hermoso.
Nuestra hija se acercó y se unió a nuestro abrazo. —Vamos a comer un helado —dije.
Y el grito de si de Ashley enterneció mi corazón.
***
Llegamos de nuestra tarde de compras cuando vi a un montón de autos en la puerta de nuestro hogar. Reconocí el de mis padres, los de Matías, de Isabelle, y mis demás amigos.
Apenas me bajé, tomé la mano de mi pequeña y Matías la sostuvo del otro lado, ella miró todo con un poco de reticencia ya que era mucha emoción en un día.