¿Qué me pasó?
Me miro en el espejo del baño, estoy pálida, ojerosa y mis ojos parecen hundidos. Estoy segura que si ahora pregunto cuántos años creen que tenga dirán tengo sesenta. Parezco por primera vez en mi vida tener una mayor edad a la mía.
Pensaba en lo que ocurría en mi mundo. Estoy segura que cualquiera que viese mi situación desde afuera diría que yo debía de darme mi lugar, ser la alfa en esta situación. Estaba de acuerdo en ello, pero cómo lo hacía cuando yo todavía tengo la esperanza de que todo cambie y deje todo por mí. O la otra cosa que es peor. El miedo de que acabe nuestra amistad para siempre. Era muy fácil estar desde afuera y decir “déjalo”.
Hay que vivirlo para saberlo. Yo también creí de joven que si alguien no me quería, no me arrastraría. Bueno, ya vimos cómo salió eso.
Me sentía patética.
Hoy es viernes y como cualquier persona joven debería estar haciendo planes para el fin de semana, pero no. Tengo guardia esta noche y para inri, estoy enferma.
Qué horrible.
Dejé de revolcarme en mi miseria y salí del baño del hospital. Camino por los pasillos como alma en pena para dirigirme al consultorio de Matías, últimamente nuestra amistad se ha hecho más sólida y aunque es mi “jefe” nadie aquí ha visto mal nuestra relación. Lo que es una cosa buena, porque no me deja llorar por la leche derramada que es a lo que me dedico últimamente..
Me abrocho la chaqueta mientras trato de quitarme el frío inclemente que siento por mi cuerpecito. Me estoy helando y la fiebre como como quiere asarme viva, pero con ese toque helado que me hace tiritar. Es una mierda.
Toco la puerta y luego de un “pase” entro a su consultorio. En eso veo y escucho a Matías hablando en inglés fluido donde incluso le cambia el tono de voz a uno más grueso, como de actor de cine. Sé por sus hombros tensos que está preocupado.
Se giró para mirarme, su cara de preocupación cambió a una sonrisa cuando me vio. Es una sensación bonita que él se emocione cuando me ve llegar a un sitio. Me hace sentir importante para él. Como lo es para mí. Matías ha sido un rayo de luz que me quita el frío.
Termina su llamada y me señala la silla delante de su escritorio para que yo me siente. Lo que agradezco, ahorita me sostengo por pura gravedad.
—Hoy no trabajaste conmigo. Qué malvada eres. —dice en tono infantil—. Me cambiaste por traumatología. ¿Es porque no soy rudo?
¿Rudo, Rudo? Él no lo era, o tal vez ni siquiera lo había visto en esa faceta. Matías es una persona muy dulce. Tierno.
Pero su comentario me hace reír y suelto una carcajada. Él siempre logra sacarme una sonrisa, aunque me sienta muy mal. —No soy yo, eres tú.
Pone una mano en su pecho, dramático. — ¿No es al revés?
Niego. —Nop.
Él se me queda mirando fijamente. Como si hubiera algo raro en mí, ese ojo clínico no me gusta en este momento cuando se debe ver lo mal que me siento. —¿Te sientes bien?
No me extraña que pregunte, es bueno en lo que hace. Sin decirle que me estoy helando y que creo que tengo fiebre ya estoy segura que lo sabe. —Sí, estoy bien —miento.
Niega levantándose de la silla y caminando hasta mí para poner una mano en mi frente que se sintió helada para mí piel caliente. —Por Dios, Amelia. Estás hirviendo en fiebre. No puede ser que estés actuando descabelladamente. No puedes descuidar tu salud.
—Solo es una fiebre, nada de lo que preocuparse. Dame un paracetamol y se acabó el problema. —decido quitarle hierro al asunto con el chiste de los médicos y el paracetamol, la cosa es que él no parecía muy feliz.
Negó repetidas veces. —Amelia, tú sabes que eso no es así. Quizás tengas alguna infección de las amígdalas, por eso la fiebre. —Mejor ni le digo que he pasado todo el día con la garganta en carne viva.
—Matías, no es nada. Además debo trabajar, no puedo irme a mi casa. Ramirez me guindará de los pulgares si me voy.
Asiente. —Debes irte. No puedes atender a nadie así.
—Claro que puedo. Solo me tomo un antipirético y se me pasa…—no me deja terminar cuando me agarró de la mano y me llevó hasta el piso de emergencias— Matías no, ya se me va a pasar. Cálmate.
—No, Amelia. Tú debes descansar, estás enferma. Eres un foco de infección y va a ser peor para ti y para los pacientes. Es mejor que descanses luego de la guardia de ayer.
Demonios, se dio cuenta que ya vengo de una guardia.
—Matías, pero no es necesario tanto alarde. Solo dame una pastilla y ya. Me voy a mi casa luego de hablar con el residente.
—No, hablaré yo mismo con él. Conociéndote le dices que te quedarás. Vamos, conversaremos con él, juntos.
Me llevó hasta un cubículo y antes de que pudiera decir “no" me alzó y sentó sobre la cama con una fuerza que no sabía que tenía y eso que no soy un pesito ligero.
Comenzó a tocar mi cuello, lo que casi logró que me muriese en el proceso. Nunca buscar los ganglios fue algo que cortó mis respiración.
Tomó la linterna. —Abre la boca.