La Boda de Medianoche
La noche de Halloween había caído sobre el antiguo cementerio familiar. La luna llena brillaba intensamente, bañando las lápidas de mármol y las cruces oxidadas con una luz espectral. Un manto de neblina cubría el suelo y el viento soplaba suavemente, como si susurrara secretos olvidados entre los árboles. En medio de ese paraje lúgubre, una figura vestida de blanco se deslizaba por el sendero de tierra, sostenida del brazo de su prometido. Daniela y Adrián avanzaban lentamente, sintiendo que cada paso los acercaba a algo tanto místico como siniestro.
Daniela, con su vestido de novia ajustado y un velo vaporoso, sostenía un ramo de flores secas, cuyas hojas crujían bajo la brisa. La elección de casarse en Halloween a medianoche parecía una locura para muchos, pero para ellos era una decisión inevitable. Desde que habían comenzado a planear la boda, ambos sentían un impulso extraño, como si una fuerza invisible los guiara hacia este preciso lugar y momento.
A lo lejos, cerca de la antigua capilla del cementerio, el Padre Esteban los esperaba con expresión nerviosa. Había sido amigo de la familia de Adrián por años y, aunque estaba incómodo con la idea de realizar una boda en un cementerio a media noche, no había podido rechazar la petición de Adrián. Mientras esperaba a los novios, el Padre Esteban ajustaba su estola y lanzaba miradas inquietas hacia la oscuridad que rodeaba el lugar.
Detrás de la pareja caminaban unos pocos invitados. Elisa, la hermana menor de Daniela, era la más escéptica de todos. Su incredulidad ante las antiguas leyendas familiares era evidente en su expresión de fastidio y en sus susurros burlones hacia Sofía, la mejor amiga de Daniela. Sofía, sin embargo, mantenía una expresión sombría y su cuerpo tenso reflejaba la incomodidad que sentía. Desde el momento en que habían llegado al cementerio, un escalofrío la recorría de pies a cabeza. Cada vez que intentaba concentrarse, percibía fragmentos de imágenes oscuras: dos figuras atrapadas en un bucle eterno de amor y sufrimiento, siempre regresando al mismo lugar.
Entre los asistentes también estaba el Tío Ignacio, el excéntrico pariente de Adrián. Con su bastón decorado con símbolos arcanos y un aire de misterio en sus ojos, observaba con atención cada detalle, susurrando historias macabras sobre el cementerio a todo aquel que quisiera escuchar. Decía que el lugar estaba “maldito por amores rotos,” y que una maldición rondaba a los amantes en la familia desde hacía siglos.
Cuando Daniela y Adrián llegaron junto al Padre Esteban, la tensión en el aire se hizo palpable. Las sombras parecían alargarse, envolviendo a los asistentes en un abrazo oscuro y gélido. Los invitados se apiñaron en silencio mientras el sacerdote comenzaba la ceremonia, su voz temblorosa resonando en el silencio de la noche.
"Nos reunimos aquí," comenzó el Padre Esteban, tratando de ignorar el viento helado que le hacía temblar la voz, "para presenciar la unión de estos dos amantes, Daniela y Adrián, quienes han elegido sellar su amor en esta noche sagrada."
Sofía, incapaz de contener su inquietud, susurró a Elisa, "No deberíamos estar aquí. Puedo sentirlo, hay algo... algo que no quiere que ellos estén juntos." Elisa rodó los ojos, tratando de reírse, pero una sensación extraña comenzaba a invadirla también.
Durante la ceremonia, Adrián tomó la mano de Daniela, y en el momento de recitar sus votos, ocurrió algo que paralizó a todos. Una bruma negra emergió desde el suelo, cubriendo las lápidas cercanas y formando figuras etéreas que parecían observar la boda desde las sombras. Daniela sintió un estremecimiento al ver a esas figuras, y sus ojos se encontraron con los de Adrián, llenos de una mezcla de amor y miedo.
Entonces, Tío Ignacio avanzó unos pasos, y con una voz grave les recordó una antigua leyenda familiar. "Desde hace generaciones, los amantes de esta familia están destinados a encontrar la tragedia cuando el reloj marque la medianoche en Halloween. Los que se prometen amor eterno en esta noche rara vez logran consumar sus votos. Algo oscuro siempre interviene."
Las palabras de Ignacio resonaron como una advertencia maldita. Sin embargo, Daniela y Adrián decidieron ignorarlas. El Padre Esteban retomó la ceremonia, visiblemente nervioso, acelerando el ritmo mientras un sudor frío se deslizaba por su frente. Los votos se intercambiaron bajo una atmósfera de tensión creciente, y cuando el sacerdote pronunció las palabras finales, una brisa helada apagó todas las velas de un solo golpe, dejando a los invitados en completa oscuridad.
Fue en ese instante cuando Sofía sintió la presencia con más intensidad que nunca. Su don de médium le permitió ver las sombras que rodeaban a la pareja y escuchó un eco lejano, una voz desesperada, susurrando, "No... no otra vez." Con voz temblorosa, Sofía les pidió a todos que se retiraran, pero la ceremonia ya había finalizado.
De repente, todos escucharon un grito. Venía de la entrada del cementerio, donde Lucía, una joven que trabajaba en el lugar y conocía las leyendas locales, se encontraba paralizada de miedo. Al girar hacia donde miraba Lucía, los asistentes vieron que varias de las lápidas cercanas habían comenzado a resquebrajarse, dejando escapar una niebla espesa de color oscuro. Las sombras parecían ganar forma, y una figura apareció entre ellas, alzándose sobre el suelo como un eco de tiempos antiguos. Era una figura masculina, vestida con ropas de otra época, que observaba a Daniela y Adrián con una mirada que reflejaba celos y un dolor eterno.