Visiones del pasado
Tras la ceremonia, Daniela y Adrián se retiraron a una pequeña capilla oculta en los terrenos del cementerio, una estructura antigua y olvidada que parecía congelada en el tiempo. La luna llena se filtraba por los vitrales polvorientos, llenando el espacio de una luz tenue y espectral, perfecta para una noche de bodas que tenía algo de encantamiento y misterio.
Mientras ellos se refugiaban en la capilla, Lucía, que trabajaba en el cementerio, rondaba cerca con Marco, un amigo intrigado por la boda inusual y los rumores de maldiciones familiares que tanto habían circulado últimamente. Ambos permanecían en las sombras, observando a distancia. Lucía, con su conocimiento del cementerio, conocía demasiadas historias sobre amores desafortunados y destinos marcados por el dolor. El evento les parecía una locura, pero las extrañas manifestaciones que veían en el cementerio mantenían su atención: sombras espesas y susurros inquietantes entre las lápidas, como si algo invisible los acechara.
Mientras tanto, en el interior de la capilla, Daniela y Adrián buscaban entregarse al momento, dejando atrás el mundo exterior. El deseo latente que había crecido entre ellos alcanzaba un punto de no retorno, y en la privacidad de la capilla, se besaban y acariciaban con un ardor que trascendía cualquier límite. Sin embargo, en cuanto sus cuerpos se unieron, una presencia oscura pareció avivar el ambiente. Las sombras en las paredes comenzaron a moverse con vida propia, alargándose y encogiéndose, proyectando formas ominosas alrededor de ellos.
De pronto, una visión intensa invadió la mente de Daniela. Se vio a sí misma, siglos atrás, en un mundo antiguo donde corría desesperadamente en busca de Adrián, con el sonido de espadas y el olor a sangre envolviendo el ambiente. Sentía la angustia y el peso del miedo; veía a Adrián caer en combate, su rostro cubierto de dolor mientras extendía su mano hacia ella. El eco de su grito reverberaba en la capilla, arrancándola de la visión momentáneamente, hasta que otra imagen volvió a apoderarse de ella.
En esta ocasión, Daniela y Adrián estaban en la época medieval. Ella, vestida de blanco, escapaba de una boda forzada para encontrarse con él. Pero antes de alcanzarlo, una emboscada los sorprendía; en la visión, ambos terminaban sus vidas en un susurro de despedida, sus manos unidas mientras la muerte los separaba nuevamente. La intensidad de esas imágenes la dejaba sin aliento, y cada vez que intentaba aferrarse a la realidad, otra escena la envolvía, arrastrándola a diferentes eras y situaciones.
Adrián también estaba experimentando sus propias visiones. En una de ellas, revivía su vida como un hombre en el Renacimiento, un soldado que volvía a casa solo para descubrir que Daniela había sido condenada a la hoguera bajo falsas acusaciones de brujería. Sintió la impotencia de no poder salvarla mientras la veía consumirse en las llamas, sus gritos mezclándose con su nombre en un eco desgarrador.
Con cada visión, sus cuerpos vibraban con una mezcla de deseo y terror. El fuego entre ellos no era solo pasión, sino también la tragedia encarnada de todas sus vidas pasadas. Las sombras que los rodeaban parecían intensificar sus sentimientos, avivando tanto sus deseos como sus miedos. Por momentos, el aire de la capilla se volvía espeso y oscuro, como si las sombras quisieran atraparlos, haciéndoles revivir la desesperación de tantas vidas.
A cierta distancia de la capilla, Sofía se encontraba en su habitación cuando una visión intensa la sobrecogió. En ella, vio a Daniela y Adrián en la capilla, atrapados en sus pasados, reviviendo sus muertes una y otra vez. La visión era tan vívida que sintió el dolor de cada vida interrumpida, cada final amargo, y se despertó con un sobresalto. Sin perder tiempo, tomó su teléfono y contactó a Don Ramiro, quien había sido el encargado de oficiar la extraña ceremonia y conocía los secretos de la capilla.
Don Ramiro atendió la llamada con voz solemne, ya esperando la preocupación de Sofía.
—Cada generación en la familia de Daniela ha tenido una pareja destinada a repetir este ciclo de amor y tragedia, siempre en Halloween —le explicó en un susurro cargado de secretos oscuros—. Es una maldición que los persigue desde tiempos inmemoriales, un ciclo eterno del que nadie ha podido escapar.
Sofía sintió un escalofrío recorriéndole la espalda al escuchar sus palabras. La historia de amor de Daniela y Adrián no era simplemente un romance trágico; era un destino sellado, una promesa de muerte y separación que se renovaba con cada generación.
—¿Hay alguna manera de liberarlos? —preguntó Sofía, con un tono de súplica que apenas podía contener.
—Quizá, pero cualquier intento de romper el ciclo tiene consecuencias impensadas —advirtió Don Ramiro—. El vínculo entre ellos es tan profundo y antiguo que eliminarlo podría atraer fuerzas desconocidas. Pero hay algo que podríamos intentar, un ritual que requiere un sacrificio y objetos antiguos que simbolizan el amor eterno. Debemos actuar con extremo cuidado.
Sofía, aterrada y decidida, comprendió que estaba dispuesta a arriesgarse. No podía permitir que Daniela y Adrián fueran condenados a sufrir eternamente. La maldición debía terminar, aunque esto implicara pagar un precio muy alto.
En la capilla, Daniela y Adrián continuaban atrapados en el flujo de visiones, cada una tan intensa como la anterior. Las sombras parecían estar alimentándose de sus emociones, y la línea entre lo real y lo etéreo comenzaba a desvanecerse. Adrián, consumido por el deseo y la necesidad de proteger a Daniela, se entregó a ella como si fuera su última noche juntos, abrazándola con una desesperación tan feroz que parecía desafiar a las sombras.