Hasta que la muerte nos separe... Otra vez

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El Ritual de la Sangre y las Sombras

La capilla antigua, cubierta de hiedra y sombras, parecía emanar una energía cada vez más intensa mientras el grupo se reunía allí, en medio de la noche. Las velas parpadeaban con una inquietud sobrenatural, proyectando formas en las paredes de piedra que parecían moverse por voluntad propia. Don Ramiro, el anciano guardián de los secretos familiares, se encontraba en el centro del altar, revisando con calma los objetos que usaría para el ritual: antiguas reliquias, una daga de plata y un relicario con una imagen de dos figuras entrelazadas, símbolo del amor eterno.

A su alrededor estaban Sofía, Lucía, Marco y Elisa, cada uno de ellos inquieto, pero decidido a ayudar a Daniela y Adrián. Sabían que esa noche definiría el destino de la pareja. Afuera, Daniela y Adrián caminaban hacia la capilla, sus manos entrelazadas mientras una mezcla de deseo y terror los recorría. Daniela sentía el latido de su corazón sincronizado con el de Adrián, y cada paso que daban parecía acercarlos más a un destino que ni siquiera entendían del todo.

Al entrar, una brisa helada recorrió la capilla, y las velas temblaron como si una presencia oscura se hubiera unido a ellos. Las sombras parecían observarlos desde los rincones, esperando… ansiando.

Daniela y Adrián se miraron profundamente, como si el tiempo se desvaneciera. No podían ignorar el ardor que sentían, un deseo tan intenso que parecía haber sido acumulado a lo largo de vidas enteras. Las sombras en las paredes comenzaron a moverse con mayor intensidad, como si intentaran rodearlos, incitándolos a consumar aquello que había sido interrumpido una y otra vez.

Con un susurro apenas audible, Adrián acarició el rostro de Daniela, inclinándose hacia ella. Sus labios se unieron en un beso que comenzó suave, pero que pronto se tornó en un torrente de pasión. La atmósfera de la capilla cambió drásticamente; las sombras parecían agitarse, acercándose con una voracidad que llenaba el ambiente. Daniela sintió que cada caricia y beso despertaban algo oscuro a su alrededor, una presencia que parecía intensificarse con cada segundo.

Cuando finalmente se entregaron el uno al otro, las sombras se arremolinaron a su alrededor, envolviéndolos en un torbellino de oscuridad que los separó del resto de la capilla, creando una barrera invisible para los demás. Don Ramiro, al ver el cambio en el ambiente, asintió y dio la señal para comenzar el ritual.

Don Ramiro comenzó a recitar antiguas palabras en latín, pronunciadas con firmeza, mientras Sofía y Lucía sostenían los objetos sagrados frente al altar. Las sombras se arremolinaban cada vez con mayor intensidad, proyectando visiones que parecían surgir de los recuerdos de Daniela y Adrián: destellos de ellos mismos en diferentes épocas, separados por tragedias, malentendidos y muertes prematuras.

Marco, que hasta entonces se había mantenido en silencio, alzó su voz con una fuerza inusitada. “¡Daniela, Adrián! ¡Resistan! Lo que está intentando separarlos se alimenta de sus dudas y temores!”

Daniela escuchó las palabras de Marco y se aferró con más fuerza a Adrián, quien, aunque aún la abrazaba, comenzó a sentirse débil, como si la vida misma estuviera siendo absorbida por la oscuridad. Don Ramiro, viendo el efecto de las sombras, instruyó a Sofía a usar el relicario, sosteniéndolo en alto mientras pronunciaba una oración para liberar sus almas del ciclo eterno de dolor.

Pero justo cuando las palabras del ritual comenzaron a desvanecer algunas de las sombras, un grito desgarrador resonó en la capilla, como si una entidad envidiosa hubiera tomado forma tangible. Las paredes de piedra comenzaron a distorsionarse, como si se derritieran bajo el peso de una maldición. A su alrededor, las visiones de sus muertes pasadas aparecieron, horrendas y desoladoras, rodeándolos.

Don Ramiro detuvo el ritual y miró a Adrián con gravedad. “Solo el sacrificio de algo valioso puede liberar sus almas. Es la única manera de romper este ciclo.”

Sofía, horrorizada, dio un paso adelante. “Yo ofreceré mi vida. Mi vínculo con Daniela es fuerte, puedo reemplazarla y así salvarla.”

Pero Adrián, con los ojos llenos de lágrimas, negó con la cabeza. Tomó la mano de Daniela, mirándola como si fuera la última vez que podría hacerlo. Con un susurro cargado de emoción, dijo: “No puedo sacrificar tu vida, Sofía. Pero puedo sacrificar algo igual de preciado.”

Daniela lo miró, confundida. “¿Qué… qué vas a hacer?”

Adrián le acarició el rostro con una dulzura indescriptible, acercándose para besarla una última vez. Sus labios temblaban, y cuando la besó, fue como si quisiera absorber cada fragmento de su amor. Al separarse, le susurró al oído: “No puedo prometerte que nos volveremos a encontrar en otra vida, Daniela. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar, pero debo renunciar a nuestra promesa de amor eterno para liberarte.”

La mirada de Daniela se llenó de lágrimas, entendiendo lo que estaba dispuesto a hacer. Con ese sacrificio, Adrián rompía el lazo eterno que los unía, un sacrificio tan profundo y doloroso que la maldición misma comenzó a retorcerse y a desintegrarse.

Justo antes de la medianoche, cuando el último eco de su sacrificio resonó en la capilla, una luz envolvió a Daniela y Adrián, consumiendo las sombras y liberando una energía abrumadora. Las figuras de sus muertes pasadas se desvanecieron, y las paredes de la capilla volvieron a su estado sólido, dejando tras de sí un silencio solemne y un vacío en el corazón de ambos.



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En el texto hay: boda, halloween

Editado: 01.11.2024

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