Hasta que nos reencontremos
Días después de la intensa noche de Halloween, Daniela despertó en su cama, con la luz de la mañana filtrándose suavemente por la ventana. Una extraña sensación de vacío la envolvía; su corazón palpitaba de manera pesada, como si acabara de sobrevivir a una pesadilla, aunque los detalles se le escapaban. Intentó recordar lo sucedido, pero las imágenes eran borrosas, fragmentadas. No había claridad en su mente, solo una sensación amarga y agridulce.
Daniela se levantó y comenzó a revisar las fotografías de su boda, un evento que se sentía como si hubiera sucedido en otra vida. Mientras pasaba las páginas de su álbum de bodas, notó algo que la inquietó profundamente: en cada fotografía, en cada captura de aquel día especial, Adrián estaba ausente. No aparecía ni en las fotos grupales, ni en las de la ceremonia, ni en las tomadas durante el brindis. Era como si nunca hubiera estado allí.
Confundida y angustiada, buscó a Sofía, quien había estado a su lado desde el comienzo. Al encontrarla, la vio con el rostro triste y desgastado, como si cargar con un secreto oscuro la hubiera consumido. Sofía la miró con ojos enrojecidos y, sin rodeos, comenzó a explicar lo que realmente había sucedido.
"Adrián renunció a ti, Daniela," dijo Sofía con voz temblorosa. "Su sacrificio fue el único modo de romper la maldición, de darte una vida libre de ese ciclo de tragedia que los ha perseguido por siglos."
Las palabras de Sofía atravesaron a Daniela como un puñal. La comprensión fue devastadora; Adrián había abandonado su promesa de amor eterno, un sacrificio tan grande y doloroso que había roto el ciclo que los mantenía atrapados. A pesar de todo, el corazón de Daniela se resistía a aceptar la separación. Sintió un impulso de gritar, de reclamar a las sombras que le devolvieran a Adrián, pero Sofía la sostuvo firmemente, recordándole la importancia de su sacrificio.
Con el tiempo, Daniela intentó retomar su vida, pero el vacío persistía. Cada día, cada momento en soledad, sentía que algo crucial le faltaba. Intentó mantener la cabeza ocupada, evitando las noches de soledad, pero en el fondo sabía que el eco de Adrián permanecía con ella. Sus recuerdos estaban borrosos, como si fueran fragmentos de un sueño, pero había algo profundo e indescriptible que le impedía olvidarlo por completo.
Los días se sucedían y, aunque intentaba llenar su vida de nuevas experiencias, Daniela nunca se desprendió de la sensación de que Adrián la esperaba en algún lugar. En más de una ocasión, durante la madrugada, creía escuchar su voz en susurros, un susurro que la llamaba con dulzura. Incluso en sus sueños, sentía su presencia, cálida y persistente.
Una noche, mientras estaba en su habitación envuelta en silencio, una brisa helada recorrió el cuarto. De pronto, un estremecimiento la invadió. El ambiente se sentía diferente, denso, como si alguien la acompañara en la penumbra. Entonces, sin razón aparente, sintió una mano invisible deslizarse sobre la suya, como un contacto etéreo y delicado. Su corazón latió acelerado y, al borde de las lágrimas, cerró los ojos, reconociendo el toque familiar.
Un susurro apenas audible llegó a sus oídos, llenándola de escalofríos y esperanza. "Hasta que la muerte nos separe... otra vez."
La promesa, rota en esta vida, permanecía latente en un rincón del universo, un amor inmortal que encontraba formas de manifestarse más allá de cualquier sacrificio. A pesar de todo, Daniela sabía que su historia con Adrián no había terminado; sus almas, destinadas a encontrarse, volverían a cruzarse en el momento y lugar adecuados.
El sacrificio de Adrián había sido solo una pausa en su amor eterno, y ella ahora entendía que su amor trascendía más allá de cualquier maldición, tiempo o vida.
Años después de la boda en Halloween, Daniela despierta en un entorno familiar pero diferente. Está en un pequeño apartamento decorado con tonos cálidos, y una luz suave entra por la ventana. Al levantarse, siente una extraña mezcla de familiaridad y desconcierto. Al mirar en el espejo, sus ojos reflejan una profundidad que parece contener siglos de historias.
Mientras se prepara para salir, nota una pequeña caja de madera en su mesa de café. La abre y encuentra una carta antigua, escrita en una caligrafía que le resulta extrañamente familiar. La carta habla de un amor que ha superado las barreras del tiempo y de las almas que siempre están destinadas a encontrarse. La emoción la envuelve, y siente que algo extraordinario está por suceder.
Esa misma tarde, Daniela sale a caminar por un parque cercano, donde el aire fresco la revitaliza. Mientras pasea, sus pensamientos vagan hacia Adrián y el sacrificio que hizo por ella. Una punzada de nostalgia la atraviesa, pero también una renovada esperanza. De repente, un grupo de personas se reúne en torno a un artista callejero que está pintando un mural.
Intrigada, se acerca. A medida que se acerca al mural, su corazón se acelera: la imagen que el artista está creando es de dos amantes en un abrazo, rodeados de sombras danzantes. En la esquina del mural, está escrita una fecha: 31 de octubre.
Con un leve temblor en las manos, Daniela se da la vuelta y, al girar, sus ojos se encuentran con los de un hombre en la distancia. Él tiene el cabello oscuro y la mirada intensa que la atrapa al instante. Es Adrián, o al menos, alguien que le recuerda a él. La conexión es instantánea, como si el tiempo no hubiera pasado.