Mientras pensaba, miré a mi alrededor y noté a alguien en particular: una chica que venía entrando. Sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo, algo que no sé bien cómo describir, como si tuviera algo dentro de mi estómago. Continué viéndola. No podía parar de mirarla—aquella chica alta, pelinegra, con un estilo particular. Me dejaba hipnotizada. Simplemente no podía dejar de verla. La sensación que ella me provocaba era extraña, algo que no sentía desde hace años. Me doy cuenta de lo que hago y rápidamente aparto la vista de ella. Siento que ella se dio cuenta, ya que después de quitar la mirada de ahí, sentí que otros ojos me miraban ahora a mí: curiosos, con ganas de saber. Sin poder resistirme, alcé la mirada. Era ella. Aquella chica que me hipnotizó, aquella chica desconocida que tanto me intrigaba. Duramos varios segundos así, sus ojos color miel mirándome, resaltaban con la luz del sol que se colaba por la ventana a su lado. Yo me deleitaba mirándola detenidamente. Su cabello lacio y pelinegro se veía suave. Su cuerpo recargado en la mesa y la ropa que vestía contrastaba perfectamente con su figura—era hipnótico. Su piel pálida y nívea se veía tan radiante que daban ganas de... Aquella chica quitó la mirada y se fue a buscar un libro. Se paró y se fue. Me quedé estática. ¿Qué se supone que debería hacer? ¿Acudir a alguien? No, eso no es opción. Sin más que hacer ni decir, dejé el libro que leía sobre la mesa y salí de aquella librería. Caminé por las calles de San Ángel. El aire se sentía fresco y cálido. El bullicio a mi alrededor me hacía sentir aún más rara de lo normal. No me molestaba, solo se sentía raro. Miré a mi alrededor: gente caminando, niños jugando en el pasto, parejas caminando de la mano. Nada fuera de lo normal, hasta que vi a unas chicas a lo lejos del parque. Estaban tomadas de la mano, dándose pequeños picos sin pena alguna, sin miedo a que las juzgaran, solo siendo ellas mismas. Algo que jamás me atrevería a hacer. Sentí un nudo en la panza. Recordaba lo que me enseñaron desde pequeña: lo básico, lo que es bueno y malo. Y entre lo malo estaba el amar, pero no amar en general, era... amar a alguien de tu mismo sexo.
Recordé cuando mis papás me dejaron de hablar por un mes. Me descubrieron besándome con la compañera del colegio a escondidas. En ese entonces tenía 12 años, y desde ahí comprendí que jamás podría decírselo a mis padres. Entendí que estaba mal, que era algo incorrecto. Pero no puedo negarme a lo que soy, ¿no? Rezo todas las noches, pidiendo que por favor borre el pecado que tengo dentro, que me borre todo mal. Lloro en las noches deseando ya no ser así, no ser diferente, anormal. Pero simplemente no puedo, no... puedo.Y ahora estoy a punto de casarme con alguien que no amo, por el simple hecho de enorgullecer a mis padres, demostrarles que no soy rara, que no soy diferente. Y la verdad me da pena por él, por Esteban. No me gustaría decírselo. Él es alguien especial en mi vida, pero como amigo. Esteban y yo nos criamos juntos, nuestras madres eran amigas, y por lo tanto nos conocemos muy bien uno al otro. Temo el hecho de casarnos. Si bien casarse ya es algo... fuerte. Nunca soñé con algún día casarme y formar una familia. En esta situación, mucho menos. Y ahora no sé lo que haré. Estoy sola, me siento demasiado sola. Tengo una maraña de emociones que no sé cómo desamarrar. Me siento drenada. Pero tengo que echarle ganas. Mañana será un nuevo día, y pasado mañana iré a la escuela. No me gustaría que mis niños me vieran así. Cerré los ojos y me hundí en un enorme sueño. Me perdí, quedándome totalmente desconectada de todo. Y eso era lo que deseaba, aunque solo durara poco tiempo...