Capítulo 1: Programa de sábado por la noche
—Vamos, Hanna, no te puedes quedar encerrada otro sábado a la noche, y lo peor, ¡sola!
Desde que nos sentamos a almorzar, hacía como unos veinte minutos, Sussy estaba insistiendo en que saliera con ellos el sábado, que era precisamente el día siguiente.
Sussy es una buena amiga. Hacía como un año que venía insistiendo con lo mismo y yo jamás aflojaba. Prefería quedarme en mi departamento todo el fin de semana, andar descalza y en pijama, leer un libro o mirar alguna película en la tele. Ese era mi mundo. Trabajaba mucho durante toda la semana y ansiaba quedarme en mi cueva aunque estuviera sola. Traducción: antisocial.
—Inténtalo, Hanna, tal vez descubras que puede no ser tan malo -agregó Jimmy, el dulce Jimmy, con una sonrisa-. Comemos pizzas, tomamos cerveza, miramos pelis y charlamos. Sobre todo charlamos.
—Sí, y nos vamos rotando para elegir pelis. Los chicos siempre eligen de acción, Sophie elige pornos y yo románticas. ¡Y nadie tiene permitido protestar!
La verdad era que extrañaba mucho a mi familia. ¡Ellos estaban tan lejos!, y desde hacía bastante la soledad me estaba pesando. Por eso había comenzado a buscar en la web alguna Revista de Arizona que necesitara diseñador gráfico, para tener una entrevista y la posibilidad de mudarme más cerca de mi familia. Y esa oportunidad había llegado: tendría la entrevista online el siguiente martes.
Creo que esa fue la razón por la que decidí aceptar la invitación de mis compañeros de trabajo y amigos.
—De acuerdo, iré.
—¡Bien!!! -exclamó Sussy-. ¡Verás que no te arrepientes! Los otros chicos son re-divertidos.
Le sonreí. No conocía el alcance que la palabra “divertidos” tendría para ella, pero lo vería al día siguiente.
—Te pasamos a buscar con David y Sophie -agregó Jimmy mientras terminaba su sándwich-. Hace bastante que nos juntamos en el departamento de Steve porque es más grande, y no le hacen problemas si hacemos un poco de ruido.
—¡Y verás lo que es Steve! ¡Es un camión!
—¡Sussy! -la reprendió Jimmy.
—Pero ¡si es verdad! Es un chico inglés que está en Nueva York desde hace dos años. Tiene un cargo importante en We Are, la empresa ésa de marketing. Lo conocimos por David y es re-agradable y guapísimo. Nunca lleva él una chica, pero las que han ido con nosotros ¡han salido muy satisfechas! -agregó con una risita-. Dicen que tiene ¡un equipazo!
En este punto solté una carcajada mientras Jimmy se levantaba bruscamente, atravesaba en dos zancadas la cafetería del quinto piso y regresaba al trabajo.
—Espero que no hayas pensado en mí para complacer al tal Steve, porque dejaría de ser tu amiga -agregué aún entre risas.
—¡Por supuesto que no! Tú eres amiga. La invitación es más inocente.
Cumplidos los veinte minutos, ambas regresamos a las oficinas del segundo piso donde nos esperaban unas tres horas más de trabajo.
* * *
El sábado a la noche me puse un jean, una blusa blanca y zapatillas también blancas, me recogí el pelo en una coleta y me senté a esperar a los chicos. No tuve que aguardar mucho; a los quince minutos Sussy llamaba por el portero y yo bajé inmediatamente dispuesta a poner lo mejor de mí para pasarla bien y no arruinar la noche de nadie, aunque en realidad me sentía bastante incómoda por la alteración de mi rutina.
David y Sophie resultaron ser encantadores. No en vano eran amigos de Sussy y Jimmy, que también lo eran. Faltaba conocer al tal Steve, que esperaba, sinceramente, que no fuera un galán petulante, porque en ese caso me costaría bastante mantener mi promesa de pasarla bien.
Cuando llegamos me impactó lo imponente del edificio. Era una construcción lujosa de veinte pisos en medio del Hudson Yards -el fulano debía ser rico para vivir allí-. Luego de llamar por el portero, tomamos el ascensor hasta el décimo piso; entonces David se adelantó y llamó a la puerta.
—Hola, pasen.
Un rubio perfecto de cabellos desordenados, ojos azules y sonrisa de publicidad, nos abrió la puerta. Era alto y sumamente guapo. Un pecho fuerte de músculos definidos se adivinaba bajo la camiseta de algodón un poco ajustada. El timbre de su voz era ronco y cálido al mismo tiempo, a pesar del acento inglés. Me quedé desconcertada y tardé en reaccionar: no parecía en absoluto petulante como había imaginado que sería.
Mis otros amigos ya habían entrado y yo permanecía allí, a la puerta, mientras él la sostenía con una sonrisa, aguardando a que yo me decidiera a pasar. Sacudí la cabeza para acomodar mis pensamientos, esperando que no hubiera notado mi desconcierto, y entré.
Aún hoy recuerdo que pensé: “demasiado perfecto, además rubios guapos como éste abundan en Nueva York”.
La sala era espaciosa con grandes y evidentemente cómodos sillones blancos. En el sofá de tres cuerpos se acomodaron Sophie, David en medio, y Jimmy más allá. En uno de los sillones se sentó Sussy y en el otro, enfrentado a ése y próximo a Sophie, me senté yo. Claro que Steve, mientras guardaba dos cajas de cervezas en el refrigerador, se había quedado sin asiento, pero era el dueño de casa, así que podría ubicarse donde quisiera.