Capítulo 6: Una semana
—¿No sabes qué pasó con Steve el sábado? -preguntó Sussy por lo bajo, sentada en el escritorio contiguo al mío, mientras tomaba un sorbo de su café.
Yo detuve mi trabajo -ya que con esa pregunta había logrado desconcentrarme rápidamente y por completo- y la miré.
—Supusimos que te habría llevado, porque tu también desapareciste, pero él no regresó. Cuando nos fuimos a la mañana el departamento quedó vacío.
Sentí el ardor en mis mejillas y supe que, seguramente, éstas habrían igualado el color de mi pelo.
Sussy abrió enormemente los ojos y se llevó ambas manos a la boca.
—Nooooooo -dijo en un gritito agudo que trató de ser quedo, pero no lo fue.
Jimmy nos miró desde el otro lado de la sala, muy serio, y yo traté de desaparecer detrás del monitor de mi ordenador, mientras Sussy festejaba sentada frente al suyo, en silencio.
Más tarde, en la cafetería, durante el descanso del almuerzo, comenzaron las preguntas.
—¡Cuéntame!, ¡cuéntame! ¿Qué sucedió? ¿Lo hicieron? ¿En tu departamento? ¿Por qué no en el de Steve? ¡Cuéntame cómo estuvo! Las chicas que fueron antes salían muy complacidas -agregó con una risita-, decían que ¡era un camión!
En ese punto me tapé la cara con las manos y sacudí la cabeza, mientras sentía que mis mejillas volvían a arder. Porque, a decir verdad, y aunque yo no tuviera punto de comparación en cuanto a experiencia, según mi conocimiento teórico Steve estaba realmente bien equipado, y era un experto en cuanto a complacer a una mujer se refiriera. Y de eso ahora podía dar fe.
No obstante no sabía si podría seguir tolerando el tono de esa conversación, porque los recuerdos de las dos noches pasadas se tornaban muy vívidos y me sentía desnuda.
—¡Ven Jimmy! ¡Apresúrate! que Hanna va a contarnos.
Levanté la cabeza mientras Jimmy se sentaba, muy serio, a nuestra mesa.
Siempre almorzábamos los tres juntos, pero este tema jamás se desarrollaba en torno a mí. Sin embargo ese lunes Sussy había logrado avergonzarme con tanto aspaviento.
—Te juro, Hanna, que creíamos que eras virgen. ¿Verdad Jimmy? -dijo Sussy mirando a Jimmy, el cual permanecía serio y en silencio, mirando su sándwich-. En cambio, nosotros no nos guardamos para nadie -agregó riendo-; si no conseguimos a alguien más, nos hacemos el favor con Jimmy, como ocurrió el sábado en lo de Steve. Pasó que los otros dos empezaron a tener sexo ahí nomás en la sala, y bueno, a Jimmy y a mí también nos dieron ganas… porque es como contagioso ¿viste?... Pero tú desapareciste… y también Steve.
En ese punto, yo empezaba a agradecer que hablara ella y no preguntara más, pero la bonanza duró poco.
—Lo hicieron en tu casa. ¿Qué tal fue?
—No sé cómo decirte -respondí titubeando, resignada ya al ardor en mis mejillas-, se nos dio y… ahora… se mudó conmigo.
—¿Quéeeeeeeeee? ¡Pero qué buena noticia!! ¡Por fin!! Me alegro mucho por ti, Hanna, ¡me encanta Steve para ti!, ¡te lo mereces!, ¡te lo mereces!
La seriedad y el silencio de Jimmy me ponían nerviosa, por lo que traté de engullir rápidamente mi almuerzo para volver al trabajo.
Jimmy no probó bocado y Sussy, abiertamente feliz, comió por ambos mientras siguió bombardeándome con sus preguntas, obviamente todas referidas a la calidad de amante que era Steve, y a las que yo respondía con evasivas, especialmente por respeto a nuestro amigo que se mostraba tan incómodo con esa conversación.
* * *
El resto de la semana fue la más feliz de mi vida. Fue una semana intensa. Era mágico y excitante tener a Steve en casa, siempre dispuesto a una palabra cariñosa, a una caricia, a un beso. Sentir de pronto, mientras preparaba un café, su pecho fuerte pegado a mi espalda, su mano deslizarse por mi vientre y sus labios tibios en mi cuello. O, mientras él preparaba la cena y yo tendía la mesa, que me diera a probar de su comida y sellara con un beso mi comentario.
El amor flotaba en el aire.
Steve era el hombre perfecto: tierno y sensible para hacerme sentir valiosa y amada, y un dios de fuego que me hacía sentir deseada. Podía cambiar bruscamente de una conversación tranquila e intrascendente a una explosión de pasión con sólo una mirada, el roce accidental de una mano o un beso inocente en la mejilla. Parecía que tuviéramos una carga eléctrica latente en nuestros cuerpos, que al menor roce encendía una llamarada que sólo se apagaba después de llegar al éxtasis.
Sólo nos separábamos para ir a nuestros trabajos, pero el reencuentro siempre era apasionado y excitante.
El viernes fue la gloria. Habíamos programado salir a cenar y yo, que acababa de salir de la ducha envuelta en mi toallón, estaba de pie frente al closet buscando la ropa, de espaldas a Steve -que se hallaba aún en la cama, recargado en las almohadas-, cuando sonaron, roncas, las dos palabras.
—Te amo.
Las ondas sonoras de lo que acababa de decir se expandieron por el cuarto, me atravesaron y quedaron vibrando en el aire.
Me volteé lentamente, con el temor de haber imaginado lo que oí, y me encontré con sus ojos azules que me miraban con una intensidad que estremecía.