Hasta que la Vida nos Reúna

Capítulo 10

Capítulo 10: Revelación

—Alice, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Sí, claro, Hanna.

Mi cuñada estaba sentada en el sofá, cumpliendo con el reposo indicado por el médico, pero con una laptop frente a ella trabajando en un diseño que tenía pendiente. Ya llevaba diez días en la casa y estaba recuperándose rápidamente, por lo que, tal vez hacia el final de la semana yo podría regresar a Nueva York.

Había bajado a buscar un café, porque, a mi vez, estaba en mi cuarto del primer piso trabajando para la Revista, cuando decidí hacerle la pregunta.

—¿Qué síntomas tuviste cuando te embarazaste? -dije sentándome en el sillón próximo.

Ella me miró con sorpresa.

—Náuseas y vómitos los primeros meses.

Respiré aliviada. Podía relajarme.

—Sin embargo hay mujeres que no tienen esos síntomas.

Esas palabras volvieron a preocuparme. Y ella lo notó.

—Ven aquí, cariño -me dijo tocando con la palma de la mano el sofá junto a ella y dejando a un lado su laptop.

Entonces me acerqué.

—Cuando hablamos hace… ¿cuánto?... ¿dos meses?… menos… me dijiste que te habías enamorado, pero después de eso no supe nada más, sólo que hasta entonces eras virgen, y que si eso cambiaba era porque el sujeto era muy importante -me dijo con dulzura, tomándome la mano, probablemente presintiendo mi angustia.

—Lo es. Se llama Steve. El hombre más guapo y más tierno que conocí en mi vida. Nos amamos. Se había mudado a mi departamento una semana antes de que yo viniera a Prescott…

No pude continuar, el nudo en mi garganta me lo impidió.

—¿No se cuidaron?

—Siempre, todas las veces.

—A veces los condones fallan. De hecho, aunque no fallen, la protección es del noventa y ocho por ciento, no del cien. Sin embargo, aunque es muy pronto, un bebé siempre es una bendición.

—Es que desde que vine, no me he podido comunicar con él.

Alice frunció el ceño y no dijo nada, pero su expresión fue de profunda preocupación.

Le conté sobre el extravío de mi móvil, la pérdida de los contactos, los intentos inútiles por comunicarme, su inexplicable desaparición. Parecía que estuviera relatando sucesos de la vida de otra persona, porque la mía siempre había sido sencilla, tranquila, sin altibajos. Claro que había tenido pérdidas, pero hacía mucho tiempo, y pensaba que ya había tenido suficientes y no volvería a tenerlas.

Pues me había equivocado.

—No te preocupes, Hanna, no estás sola, nunca lo estarás. Acá estamos nosotros, somos tu familia y te apoyaremos siempre. Por lo pronto debes comprar el test, y después veremos.

Así lo hice. En cuanto terminé de trabajar salí a comprar un test de embarazo.

Al cabo de media hora las dos líneas rosas me hicieron llorar.

* * *

Por fin en mi departamento. Necesitaba mi refugio. Lo que estaba viviendo, desde hacía un mes, me estaba desbordando. Muchas vivencias, muchas angustias, todas acumuladas en un período corto de tiempo. ¿O había sido una eternidad?

Me gustaba el olor de mi casa: una mezcla de madera, libros, y… perfume…

Ese perfume me produjo una fuerte presión en el pecho. Estaba su perfume pero no estaba él. Y yo necesitaba a ambos. Sobre todo ahora que dentro de mí comenzaba a crecer un ser nuevo, uno que hicimos entre los dos, uno que se formó del amor.

Richard y Alice me habían ofrecido quedarme con ellos, tendría un espacio en su casa y todo su amor y su contención. Pero yo preferí regresar a Nueva York. Acá lo conocí, acá lo amé, y tal vez acá lo volvería a encontrar.

Sonó mi móvil.

—¿Ya llegaste?

Era la voz de Sussy del otro lado de la línea.

—Acabo de llegar. Los espero esta noche, con unas pizzas y unas cervezas. Tengo algo para contarles a los dos.

—En un rato estaremos allá.

Y colgó.

Entonces entré en mi cuarto. Debía tomar una ducha y cambiarme, porque el viaje había sido largo y estaba cansada. Fui valiente. Pude mirar la cama donde nos habíamos amado sin derrumbarme, y sobrevivir a la ducha en solitario.

Al poco rato llegaron mis amigos. El abrazo de Sussy fue ¡tan fuerte y afectuoso! Y el abrazo de Jimmy ¡tan cálido y protector!

Trajeron pizzas y cervezas, y las dispusimos en la mesita petisa de la sala. Cuando saqué del refrigerador una soda saborizada para mí, ambos me miraron con curiosidad. Aún así esperé que termináramos de cenar para darles la noticia.

—Estoy embarazada.

Sus gestos pasaron por variadas expresiones, desde sorpresa hasta aceptación, pasando por la incredulidad y la pena.

La primera que reaccionó fue Sussy. Ella se levantó, se arrodilló a mi lado y me dio un abrazo apretado con lágrimas en los ojos.

—¡Hanna querida! Estaremos contigo, ¡siempre!




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