Capítulo 11: Empezando una nueva vida
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?
La recepcionista era una chica joven y agradable, y aunque estaba al final de su horario laboral, me atendió con amabilidad.
—Necesito hablar con el Licenciado Jones, Steve Jones, de parte de Hanna Cullen.
—Mmmm, me temo que va a ser imposible, señorita. El licenciado se trasladó a la sucursal de Londres hace aproximadamente quince días. Y no tengo permitido proporcionar su contacto.
Me tomó varios minutos procesar la información. ¿Steve se había ido de Estados Unidos? ¿Así sin más? ¿Sin un adiós? ¿Cómo podía haberme equivocado tanto? ¿Cómo no pude ver la persona que era? Esa semana de nuestras vidas ¿habían sido “nada” para él?
Sentí que mis piernas no me sostendrían.
—¿Se siente bien, señorita? -dijo el guardia que se había aproximado, probablemente porque yo habría palidecido en exceso.
—...Sí… Gracias -dije dirigiéndome a ambos, y salí a la calle.
Necesitaba aire fresco para aclarar las ideas.
Una vez en la calle recibí el golpe de realidad. La Quinta Avenida, atestada de gente que iba y venía sin percatarse de mi presencia, me reveló lo sola que estaba. Inconscientemente llevé la mano a mi vientre. “No estamos solos, bebé, nos tenemos uno a otro”.
Entonces emprendí el regreso a mi casa, decidida a no volver a intentar encontrar a quien no quería ser encontrado. Ya había hecho suficiente. Debía voltear la página y avanzar. Me esperaba una vida maravillosa, de mucho esfuerzo, seguro, pero se sentía bien afrontarlo: debía aprender a ser mamá. Podría llegar a cometer errores, pero de algo estaba completamente segura: tenía un enorme caudal de amor para darle a mi hijo.
* * *
Esa misma tarde llamó Sussy para saber qué había pasado. Poco tiempo después estaban los dos en mi departamento, con la cena comprada, dispuestos a hacerme compañía hasta que tuviéramos sueño.
—Bueno, ¿cuándo sabremos si es nena o nene?
—Apenas tiene un mes, Sussy. Eso se sabe después de los cuatro meses -le respondí riendo.
—¡Ya quiero verlo! ¡Cómo lo voy a malcriar!
—Te mantendrás alejada, Sussy, eres una influencia dudosa -dijo Jimmy.
La alegría contagiosa de mis amigos nos mantuvo entretenidos hasta la medianoche, cuando caímos en la cuenta de que debíamos trabajar al día siguiente, y cada uno se fue a su casa.
Al cabo de media hora, cuando aún no me había dormido, recibí un mensaje de Jimmy:
“—Hanna, me gustaría hablar contigo mañana. ¿A qué hora podría verte, solos tú y yo?”
Me sorprendió el mensaje, pero le respondí que podría ser después de salir del trabajo; y quedamos de acuerdo. ¿Qué querría decirme Jimmy? Lo que fuera, era evidente que debía ser sin la presencia de Sussy. De todos modos, Jimmy era mi hermano de Nueva York, lo que viniera de él sólo podía ser bueno.
Y sonreí.
Pensé en ¡cuánto me había equivocado! En realidad mi hijo y yo no estábamos solos. Teníamos una familia en Arizona que quería llevarnos consigo para cuidarnos. Teníamos unos amigos maravillosos que eran nuestra familia en Nueva York y que no nos abandonaría. Realmente teníamos amor de sobra.
Feliz, me acomodé de costado en la cama y empecé a dormirme. Mientras entraba en ese estado de semiinconsciencia del sueño, sentí el abrazo cálido de Steve que me envolvía; lo sentí deslizar su mano acariciando mi vientre y sentí su respiración en mi nuca.
Entonces sonreí, y le dije en un susurro, parafraseando una conocida canción:
—No importa quién esté contigo, porque tú estás aquí, conmigo. También te tengo a ti.
Y me dormí sonriendo.
* * *
Al día siguiente me levanté feliz. Empezaba una nueva vida. Sólo veía luz en el futuro. Y con ese humor arranqué el día.
La mañana en el trabajo fue agradable. Más allá de que me gustaba hacer lo que hacía en la Revista, ese día me tocó trabajar específicamente con publicidades y eso me encantaba.
La hora del almuerzo en la cafetería se hacía entretenida con la presencia de Sussy, tan alegre y divertida, y la de Jimmy, al que se lo veía más animado y comunicativo.
Cuando terminó la jornada, alrededor de las quince, Jimmy me ofreció llevarme. Yo siempre me movía en subte, pero esa vez acepté, porque teníamos una conversación pendiente.
Mientras condujo hasta mi apartamento hablamos de trivialidades. Una vez que llegamos lo invité a pasar, le ofrecí un café y yo me preparé un té; cuando estuvieron listos él se ofreció a ayudarme a llevarlos a la sala, donde nos sentamos.
Entonces miré a Jimmy en silencio, a la espera de lo que quisiera decirme.
Se tomó unos minutos antes de comenzar, como si lo que fuera a decirme le resultara muy difícil. Esa actitud me preocupó.
—Tú sabes, Hanna, que yo te quiero mucho, por eso espero que no te enojes conmigo por lo que voy a decirte.
—Jamás podría enojarme contigo, Jimmy, porque yo también te quiero mucho.