Capítulo 12: Londres
Steve
Me desperté, pero otra vez, como cada mañana, me negué a abrir los ojos de inmediato. La imagen de un ángel de cabellos rojos, grandes ojos verdes de mirada inocente y bondadosa, piel muy blanca, con algunas pecas que tanto amaba, y cuerpo de diosa…, es lo primero que vi, con los ojos aún cerrados, en la mañana londinense.
El leve movimiento de quien yacía a mi lado me devolvió a la realidad; entonces apreté aún más los párpados, porque no quería despertar.
—Se hace tarde -dijo Amber con voz somnolienta.
Pensé en mi suerte maldita: soñarla todas las noches y verla todas las mañanas sin poder tenerla a mi lado.
Abrí los ojos y me senté en el borde de la cama. Tuve que hacer un enorme esfuerzo de voluntad para levantarme. Ya no me reconocía. Antes era un hombre decidido, dinámico, feliz. En apenas nueve meses me había convertido en un anciano sin energía vital.
Por suerte también había aprendido a fingir sonrisas, seguridad, determinación, cualidades esenciales para mi trabajo. En cuanto me dieron toda la responsabilidad de la sucursal de Londres, la tomé en serio, muy a mi pesar, porque no podía defraudar a los socios que tanto me apoyaron en Nueva York.
La gente no tenía la culpa de que yo hubiera confiado en quien no debía y hubiera resultado hecho pedazos en el camino.
—Te levantas o no.
Me miré desnudo. Esa noche había hecho el amor con Amber. Era sólo sexo. Ella sabía que no la amaba y decía que no le importaba. Lo supo siempre. Jamás le oculté a nadie que la amaba a ella, y que fue la única, y que se había acabado, que ahora estaba vacío.
A pesar de mi apatía, me levanté y me duché.
Aún quería entender.
¿Por qué?
“Tuve planes de regresar, pero sucedieron cosas.”
Esas palabras suyas regresaban a mi memoria una y otra vez.
¿Cómo no lo vi? ¿Cómo no vi que quería irse, sin importar nada ni nadie? ¿Por qué no se despidió de mí, si dijo que me amaba, si yo le había abierto mi corazón y me había entregado completo? Ella me lo debía.
La rabia me dió energía, otra vez, como cada mañana, para terminar de ducharme, vestirme y salir a trabajar. ¡Iba a arrasar a la competencia!
Aún así, como un adicto, primero fui hasta el closet y le eché un vistazo a su foto en el viejo móvil que tenía escondido sólo porque allí estaba ella. ¡Por dios, cuánto la amaba! Y más me enojaba por eso.
Ese teléfono estaba lleno de fotos suyas que no me atrevía a borrar. ¡Cuántas veces miré esa pantalla esperando alguna llamada o mensaje de ella, la que aún no podía nombrar porque dolía!
Sonó mi móvil, el nuevo. Escondí rápidamente el que tenía en mis manos y atendí.
Era Joseph, uno de los socios. Me informaba que volarían al día siguiente a Londres y me pedía que mandara al chofer a buscarlos al aeropuerto.
Era hora de ponerse en marcha. Me puse la corbata y llamé a Amber para ir a la oficina.
* * *
Caminaba sin prisa a la vera del Támesis. No quería regresar a mi departamento. Seguramente Amber ya estaba allí y no sabía por qué, pero no tenía ganas de verla. En realidad, habitualmente me daba lo mismo, pero esa noche sentía más pesada mi alma. Me estaba costando mucho fingir.
Tampoco quería ir a la casa de mi madre, me dolía su gesto de preocupación cuando me miraba.
Me detuve cerca del puente para mirar la luna llena reflejada en el río. ¡Nos amamos tantas veces a la luz de una luna como ésa!
Era evidente que estaba enfermo, porque me regocijaba en mi propio dolor. Pero ¿cómo podría no haberla amado? Era imposible escapar de sus lazos; toda ella era amor.
¿Por qué se hacía tan largo el olvido?!
Regresé a mi coche porque quería dejar de pensar, y conduje en la noche de Londres, sin rumbo, con la mente enferma.
Cuando más tarde llegué al aparcamiento del edificio, permanecí frente al volante sin decidirme a salir del coche. La obsesión me seguía consumiendo. Saqué el móvil de mi bolsillo, busqué en Instagram la cuenta de Sussy -que por suerte no la tenía privada- y miré sus fotos. Me detuve en una que me produjo un escalofrío y me aceleró el corazón. ¿Hanna embarazada?! Era la única foto en la que aparecía, en el cumpleaños de Sussy.
La acerqué, la miré, la recorrí. ¡Embarazada!! ¿Dónde quedó “tú me importas”, “me enamoré de ti”, “fuiste el primero y serás el único”?
Sentí el puñal retorcerse en el pecho. Yo había sido el primero, pero no el único. Obviamente me reemplazó enseguida. ¿Quién era él? ¿La merecía?
Yo también la había reemplazado, pero no realmente. Lo mío con Amber no involucraba sentimientos. En cambio a ella se la veía feliz.
Sacudí la cabeza. No podía concebir semejante traición. Yo debería estar ahí. Ser el padre de su hijo.
Una rabia sorda nació en mi pecho y me nubló el pensamiento, aún más que el dolor, más que la obsesión.