Capítulo 15: Confesiones
Cuando entré en el bar Steve estaba sentado a una mesa apartada.
Al recibir su llamada la tarde anterior, lo cité en ese lugar cercano a la casa de Sussy, para dejar a Emma con ella y recogerla, según yo suponía, al poco tiempo.
Al verme entrar se puso de pie, pero yo ya lo había visto. Él jamás pasaría desapercibido con su pelo rubio, sus ojos azules y su imponente físico de escultura renacentista.
Apenas me senté se acercó el camarero.
—Agua para mí -le dije, para dejar en claro que pensaba marcharme enseguida.
—Un café -pidió él.
Lo miré y aguardé, a la espera de lo que quisiera decirme.
—Quiero estar presente en la vida de Emma -comenzó.
—Yo no te lo dije para que te involucraras, sólo consideré que tenías el derecho de saberlo.
—Lo imagino, pero quiero involucrarme.
—No te sientas obligado. Ella sabe que tiene un papá, incluso sabe quién es y cómo es, más ahora que te ha visto, y aunque es muy pequeña aún, ya tiene forjada una idea de familia, aunque atípica, que la contiene y la ama.
—Mira Hanna, no sabía que yo era el padre, en realidad pensé que Jimmy lo era, pero si yo fui responsable de su existencia, quiero hacerme cargo.
Esa sí que fue una sorpresa. No entendí por qué habría pensado en Jimmy, pero era un detalle que no valía la pena aclarar. Lo que sí comenzó a inquietarme era que él quisiera permanecer cerca, porque no estaba segura de qué tan fuerte podría mantenerme yo con su proximidad.
Habían pasado cuatro años desde que él se marchó, y yo me había convertido en una mujer fuerte y autosuficiente, acostumbrada a decidir sola sobre la vida de mi hija y la mía. Pero sabía que ese hombre era mi talón de Aquiles.
Aún así, no podía negarle lo que me pedía, porque también estaría vulnerando el derecho de Emma.
—De acuerdo. Entonces debemos convenir día y horario para que puedas iniciar un acercamiento.
—Tú dime.
—Puede ser una vez a la semana. A las cinco de la tarde ella se sienta a jugar en la sala o en su cuarto. Podría ser a esa hora.
—¿Mañana?
—Mmm… De acuerdo.
Entonces retiré la silla para salir de allí. Me sentía incómoda con él. Y era extraño porque ¡había deseado tanto tenerlo cerca! Pero ahora que lo tenía me daba cuenta de cuán distantes estábamos el uno del otro.
—No por favor, no te vayas aún -dijo tomándome de la muñeca cuando yo ya estaba de pie.
Otra vez esa descarga. Hacía años que no la sentía. Exactamente cuatro años. No había desaparecido después de todo.
Volví a sentarme con aparente calma, pero ya me sentía alterada por ese breve contacto, y además, enojada conmigo misma por sentirme así.
—Tengo tantas preguntas, que podríamos estar sentados aquí durante un mes y no acabaría -comenzó él.
—Yo tengo una hija esperando.
—Seré breve, lo prometo…
Hizo una pausa, quizás decidiendo cómo empezar, y luego soltó:
—¿Por qué?...
Esa pregunta me turbó. Involuntariamente me remonté a otro contexto en el que me había preguntado lo mismo, pero con otro contenido. Habíamos tenido una noche de sexo y había sido mi primera vez. En esa ocasión él me preguntaba ¿por qué? me había mantenido virgen hasta ese momento y ¿por qué? lo había elegido a él.
Creo que él también lo recordó, porque en el instante en que mis mejillas se encendieron él bajó la cabeza y fijó la vista en su café, aún intacto.
—Quiero decir… ¿por qué te fuiste sin despedirte?
—No puedo hacer esto -le dije, pensando en lo increíble que era la historia de lo que había sucedido, y lo difícil que sería explicarlo.
—Por favor… Sólo… necesito saber. ¿Te fuiste a Arizona? ¿Por qué no te despediste?
—Steve… todo lo que sucedió fue una locura… pero nunca me diste la oportunidad de explicarlo. Lo que sí puedo decirte es que no te abandoné y luché afanosamente por comunicarme contigo desde que partí hasta mi regreso un mes después.
—Yo me sentí perdido. Estuve pendiente de mi teléfono desde que no regresaste aquella tarde, y nunca más supe de ti. Cuando le hablé a Sussy y me dijo que te habías ido a Prescott, fue cuando creí que me habías abandonado y caí en un pozo anímico del que no podía ni quería salir.
—Nunca debiste haber dudado de mí. Me fui porque mi hermano me necesitaba con urgencia: mi cuñada estaba grave y mis sobrinos estaban solos, debía hacerme cargo de ellos sin demora.
—Pero… un mensaje…
—Perdí el teléfono en el avión. Compré otro y sin embargo no recuperé todos los contactos. Recién al tercer día conseguí otra vez tu número pero jamás me atendiste. Antes había llamado a tu Agencia, pero tampoco logré que me atendieras.
Él frunció el entrecejo como si no lograra comprender esa incomunicación fuera de toda lógica.