Hasta que la Vida nos Reúna

Capítulo 16

Capítulo 16: Visita incómoda

—Muchas gracias, Emma, te devuelvo tu mono.

—¿No estás más tiste?

—Ya no, estoy feliz porque estoy contigo -le dijo él con aquella sonrisa suya que era mi perdición.

Emma se puso de pie y fue hacia él. Extendió sus bracitos y lo abrazó mientras le daba un beso en la mejilla.

Noté la expresión de Steve alterada por la emoción cuando me miró, quizás para compartir su sentimiento.

Mi niña lo invitó a sentarse en la alfombra, frente a ella y le entregó algunas piezas de su juego didáctico invitándolo a jugar con ella.

—Ven, mami, a jugar.

—Ahora no puedo, mi cielo, debo preparar la cena.

Me levanté para ir a la cocina y no tener que integrarme al juego. De todos modos desde allí, gracias al concepto abierto del espacio, podía controlar la escena.

—¿Papá Tiv se queda a cenar?

Mi vida se estaba enredando demasiado, y mi hija estaba contribuyendo al enredo.

—Tal vez no pueda.

—¿Te quedas? ¿Síii?

Él me miró pero no pudo leer mi expresión. La noche anterior me había comportado como una estúpida celosa y me sentía avergonzada por ello, por lo que ponía todo mi esmero en fingir indiferencia

—Está bien, Emma, me quedaré. Pero debemos ayudar a tu mami.

—No lo necesito -me apresuré a decir-. Ustedes ocúpense de armar eso.

Los dos habían logrado ponerme nerviosa. En realidad toda la situación me estresaba. Después de cuatro años finalmente había conseguido completo control de mi vida, y otra vez estaba perdiendo ese control.

Preparé lentamente unos filetes de pollo con verduras, y cuando estuvieron listos los llamé a cenar.

Cuando comencé a tender la mesa Steve acudió rápidamente a ayudarme y Emma vino detrás de él a colaborar.

Eso me trajo el recuerdo de aquella semana en que hacíamos todo juntos, y también nos amábamos, por lo que volví a sentirme turbada. Debía aprender rápidamente a controlar mi mente -y mis mejillas-, porque en ese estado me sentía tremendamente vulnerable.

Luego de cenar mi niña quiso subir a mi regazo y se fue quedando dormida en mis brazos.

Entonces Steve preguntó:

—¿Cómo sabía Emma que yo era su padre?

—Una vez tomó mi teléfono y quiso ver las fotos. Cuando vio una de las que te había tomado me preguntó quién era, y yo le dije que era su papá. Desde entonces siempre me pedía verla. Otro día me preguntó dónde estabas, y le respondí que muy lejos porque tenías que trabajar. Ella lo del trabajo lo entiende, así que no preguntó nada más. De todos modos, jamás le diría que su papá no sabía nada de ella.

—Probablemente me reconoció en el shopping.

—Creo que sí.

—¿Qué día nació?

—Fue el diez de julio del veintiuno.

Su rostro se contrajo y vi claramente cómo apretaba sus mandíbulas.

—Habría deseado estar ahí contigo.

Yo también lo deseé en aquel momento, pero no se lo dije.

—¿Quién te llevó al hospital?

—Jimmy. Estaba preparado para eso. También estuvo conmigo apenas la trajeron al cuarto -y sonreí ante ese recuerdo, mirando a mi pequeña-. ¡Era tan hermosa mi niña! Luego llegó Sussy… Nunca estuvimos solas -agregué acariciando su rulos rojos.

—¿Estás en pareja con Jimmy?

Lo miré. Su gesto expresaba una mezcla de sentimientos entre el dolor, el arrepentimiento, los celos y el enojo.

Sin embargo, ¿cómo se atrevía?, ¿cómo pensó que tenía el derecho de preguntar aquello?

—Esa pregunta ya no se refiere a Emma. ¿Por qué debería responderte?

—Sólo… necesito saber.

—No creo que tengas el derecho, aunque lo “necesites”.

Y como no deseaba continuar con la conversación, me levanté para llevar a Emma a su cama.

Él se puso de pie rápidamente y se acercó a mí.

—Te ayudo -me dijo tomando a mi hija de mis brazos.

Lo guié hasta el cuarto y él la acostó en la cama. Mientras yo le cambiaba cuidadosamente la ropa por el pijama y luego la cubría con el edredón, él se mantuvo de pie cerca de la puerta, observando.

Cuando terminé, salimos del cuarto y arrimé la puerta.

Steve, ya en la sala, se volteó hacia mí y me envolvió en un abrazo cálido y apretado, evidentemente emocionado.

—Perdóname, Hanna -me susurró-. He sido un completo imbécil al dudar de ti. Tú no lo merecías, siempre fuiste honesta y directa conmigo, y yo no supe darme cuenta.

Me tomó tan por sorpresa que no reaccioné de inmediato. Cuando intenté separarme de él, comenzó a besarme con desesperación. ¡Había añorado tanto sus besos! Y sin embargo sabía que éste no debía ser así. Deslicé mis manos en un intento de separar nuestros cuerpos pero fue peor. El contacto de mis dedos con su pecho fuerte me estremeció y su beso que cobraba intensidad casi anuló mi voluntad. Casi.




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